Tras lo pasos de Magallanes

María Trespaderne (EFE)
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El buque escuela de la Armada atraviesa el Pacífico como homenaje a la gesta que lideró el descubridor portugués al frente de tres navíos españoles en 1519

El Juan Sebastián Elcano, con sus 113 metros de eslora, cuatro mástiles y 20 velas, es una de las joyas de las Fuerzas Armadas nacionales que ha completado ya 92 cruceros de instrucción. - Foto: Armada española

Cinco siglos después de que Fernando de Magallanes consiguiera atravesar el Pacífico por primera en la Historia con tres naos españolas, el buque Juan Sebastián Elcano ha seguido su estela y, pandemia mediante, está consiguiendo reproducir esa singladura de unos 16.500 kilómetros. Aunque sus 230 tripulantes no pueden bajar del barco escuela para conmemorar los distintos hitos del descubridor portugués y del español Elcano mantienen las ganas casi intactas.

Poco tiene que ver la navegación de hace 500 años con la del navío de la Armada que, eso sí, se mueve a vela como los de Magallanes, y sus tripulantes -170 de dotación y 60 guardiamarinas, es decir, alumnos- hacen hincapié en esas diferencias. «Comunicarte entonces era inviable, por ejemplo. No quiero ni pensar cómo lo pasarían ellos. Yo que vivo los beneficios del siglo XXI, veo que fueron auténticos héroes», apunta desde el barco amarrado en la base naval de Guam el brigada Alfonso López Conesa. Como contramaestre de cubierta y experto en Elcano (ha hecho ya nueve viajes) dirige la «faenas marineras» de un buque de 113 metros de eslora, cuatro mástiles y 20 velas que, reconoce, alberga a los tripulantes en «condiciones más espartanas» que las de otros. «Pero se sobrelleva, ya saben a lo que vienen», subraya.

Uno de esos alumnos es Álvaro Salvador. Tiene 21 años, es de Almería y embarcó en Elcano en Guayaquil (Ecuador) a finales de diciembre junto con otros 59 guardiamarinas. Además de trabajar en el barco, estudia cada día para sacarse un grado de Ingeniería Mecánica.

Según relata, los guardiamarinas se levantan a las 6,45 con el toque de diana, empiezan sus clases a las siete y paran para comer a las 13.30. Luego ayudan en el barco y disfrutan de algo de tiempo libre, aunque si hay que realizar una maniobra, cualquier actividad se paraliza. Afortunadamente, explica el aspirante a oficial, han tenido muy buen tiempo en la travesía, sin olas, sin tormentas y sin momentos de tensión.

Lo mismo les pasó a Magallanes y Elcano cuando recorrieron una distancia mucho mayor en el siglo XVI. Pero, aún así, las condiciones de navegación en las naos eran radicalmente distintas y, por ejemplo, los del siglo XVI no sabían dónde estaba el final. «Era lo desconocido de manera absoluta, iban avanzando con la esperanza de llegar en algún momento», explica Tomás Mazón, autor del libro Elcano, viaje a la historia y uno de los mayores expertos en su gesta. Dieciocho personas murieron tras 108 días en alta mar, sobre todo por el escorbuto al no tener alimentos frescos, y seis más fallecieron ya en Filipinas.

 

Sin bajar por la pandemia

«No nos podemos hacer a la idea de lo duro que debió ser», reflexiona al teléfono el guardiamarina Álvaro Salvador a bordo del buque español, que tiene en su escudo la frase Primus circumdedisti me (Tú has sido el primero en rodearme), la misma que figura en el que otorgó el Rey Carlos I a Elcano al volver.

Uno de sus profesores es el alférez de navío Carlos Supervielle, de solo 25 años, cartagenero de nacimiento y gaditano «de corazón», que comentaba hace poco con un compañero el «milagro» que fue para los de Magallanes-Elcano llegar a tierra firme después de tres meses y medio en el mar. «Debió ser como si se les apareciese la virgen, un momento espectacular», afirma.

Cinco siglos después, el alférez reconoce que cinco siglos después «hay gente que pagaría para estar aquí» porque hacer la instrucción en Elcano es «una experiencia que se queda para toda la vida», aunque este año por la COVID se pierden uno de los recuerdos más bonitos de las travesías: el poder bajar a tierra.