Epidemias en la Roma de Marco Aurelio y Cómodo

Marian Arlegui
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Hubo dos episodios particularmente graves en la época de los antoninos. Una pandemia del año 189 fue tan aniquiladora como la Peste Negra del siglo XIV

Epidemias en la Roma de Marco Aurelio y Cómodo

«Además se presentó una peste tan atroz que se tenían que sacar los cadáveres de la ciudad en vehículos y carretas. Fue entonces cuando los Antoninos sancionaron unas leyes estrictísimas sobre enterramientos y sepulcros, prohibiendo incluso que los particulares construyeran tumbas en sus villas, disposición que todavía hoy se cumple. La peste consumió a muchos millares y a muchos próceres, a los más ilustres de los cuales Antonio hizo erigir estatuas. Y tan grande fue su bondad que celebró funerales para las clases bajas corriendo las costas a cargo del Tesoro … ».  (SHA, Vita Marcus Aurelius, XIII, 3-6). 

Este texto de la Biografía del emperador Marco Aurelio (121 – 180 d.C.) es una breve descripción de la situación vivida en Roma en una de las mayores epidemias conocidas en la antigüedad. Los investigadores coinciden en que hubo dos episodios particularmente graves en la época de los antoninos, este episodio del 165 d.C. que pudo iniciarse en el año 164 en Seleucia y durar hasta  el 171 provocando la muerte del propio Marco Aurelio, y un segundo brote diferente que  desde el 189 duraría hasta el 192 d.C.  durante el mandato del emperador Cómodo. 

Esta epidemia, iniciada en el 165, tenía dos características que la diferenciaban de otros episodios infecciosos endémicos y locales que se sucedían con cierta periodicidad. Como señaló Galeno, médico de Marco Aurelio,  era enormemente persistente y, efectivamente, duró varios años. La segunda  es su enorme expansión que afectó desde las fronteras en Persia hasta el Rhin según contó el escritor  Amiano Marcelino. Hoy le llamaríamos pandemia.

En la necesidad de buscar un origen y  causa, o culpables de las grandes epidemias y pandemias, Orosio aseveró que  la peste vino como consecuencia de un castigo divino debido a la persecución de los cristianos ordenada por Marco Aurelio. A la vez, esta ‘peste’, y las sucesivas, crearon la lógica desesperación social culpándose a los cristianos del mismo modo que la peste  negra, a partir de 1348, ocasionaría un profundo antijudaísmo en el occidente cristiano.

Lo cierto es que se acepta que fuera el ejército quien expandió la enfermedad desde Oriente Medio hasta Roma, con particular incidencia en las ciudades a las que se aproximaba. Desde Roma pudieron ser los comerciantes quienes la expandieran. El Imperio  había comunicado todo el entorno mediterráneo a través del eficaz sistema viario romano. Una suerte de ‘globalización’ de virus y bacterias. Roma articulaba su control del territorio a través de las ciudades cada vez más populosas. En Roma, la mayor de ellas,  vivía uno de cada cinco habitantes del imperio.  Una sobrepoblación que facilitaba el contagio. La mortalidad se cifra entre un tercio y la cuarta parte de la población. No es extraño que la investigación señale esta pandemia como el inicio del ocaso, junto a otras razones, del imperio romano. 

Las escasas descripciones con que contamos hacen pensar que se trataba de una enfermedad  desconocida entre las poblaciones mediterráneas. Por ello se comportaron como lo habían hecho en otras ocasiones: los adinerados huyendo a otros lugares que creían de aire puro, otros acudiendo a  médicos, todos implorando a los dioses en los templos lo que resultaba ser peor remedio.

origen. McNeill ha sugerido la posibilidad de que estas ‘pestes’ fueran la irrupción del sarampión y la viruela en el mundo romano mediterráneo. Grmek y  Rijkels las atribuyen a la viruela . No hay indicios de ellas en las momias egipcias  y los médicos griegos y romanos no describen una sintomatología similar hasta entonces.   

Cuando en el año 189 la nueva pandemia ocasione en Roma hasta 2.000 muertos en un día, los escritores apuntaron que era la más grave que se recordaba lo que nos hace pensar que la peste anterior fuera menos grave. Fue tan aniquiladora como la Peste Negra del siglo XIV.

La medicina romana  adoptó muy pronto no solo los principios de la medicina griega sino también a los médicos griegos, especialmente apoyados por las clases poderosas cultas. La explosión demográfica de Roma demandaba de médicos, surgiendo entonces los arquiatras o médicos del estado. Podemos recordar que en el año 293 a.C. los romanos construyeron un templo dedicado a Esculapio en Roma, en la isla Tiberina, con motivo de la ‘peste’ de ese año o que  Archagatos fue el primer ‘periodeuta’ (médico visitador) que se estableció  en Roma en el año 210 a.C., así como que en el 46 a.C., César concedió la ciudadanía romana a todos los médicos de la ciudad para que permanecieran en ella.

La medicina griega basada en la observación como método científico y el razonamiento filosófico, había establecido dos principios básicos: que la enfermedad es un proceso natural y que el cuerpo humano posee un poder innato de curación que  pretende curar las lesiones. La salud estaba en consonancia con la armonía universa y  los sentidos eran la fuente de ese conocimiento. Sobre ello se sustentó todo un complejo sistema racional diferente según la escuela filosófica a la que perteneciera: hipocrática, dogmática o pneumática, entre las principales. Junto a la racionalidad de esta investigación coexistía una medicina religiosa centrada en el culto de Asclepios en Grecia llamado Esculapio en Roma y todas las formas de votos y exvotos que le acompañaban. La unión de la medicina, en su inicio y primer desarrollo, con la filosofía es, sin duda, uno de los episodios más fascinantes de la historia de la humanidad.

En Roma el ejercicio de la medicina era una actividad particular. Se ejercía en casa de los pacientes o de los médicos o en la vía pública (tabernae medicae). Junto a la consulta médica se dispensaba la combinación farmacológica y la dieta pertinente. El escritor Marcial citó en su obra a diversos especialistas: Cascellio, dentista, Higinio, oculista,  al laringólogo Fannio, a un cirujano (estético), Eros que corregía las cicatrices de los esclavos, a un ‘clinicus’, Symmaco, y al cirujano Megetes. También las mujeres ejercieron la medicina pero en campos acotados: como obstetrix, asistiendo a parturientas o provocando abortos, como medicae, con mayor formación que la anterior y como Iatromea, quizá entre ambas.

El ejército se acompaño siempre de médicos de distintas especialidades: médicos generales, cirujanos, oculistas, dentistas y especialistas en oídos… Y desde la época de Augusto, entre el cambio de era, portaban un equipo capaz de instalar un hospital (valetudinaria) situado dentro de los grandes campamentos de legión para atender a los heridos durante los combates. 

De hecho, en la excavación de los campamentos del asedio de Numancia, Schulten  halló numerosas sondas, bisturís, pinzas… Las piezas que aquí se reproducen fueron halladas en Osma (Uxama Argaela) en donde igual que en Numancia, Segontia Lanka (Langa de Duero), Occilis (Medinaceli) … vivieron y ejercieron médicos.

material. Entre el instrumental quirúrgico, farmacéutico y otros accesorios necesarios se utilizaron entre otros los siguientes: para la exploración y la  punción: espátulas  de diverso tipos y diferentes cucharillas y sondas, espéculos vaginales y rectales y tubo para pomada. En cirugía utilizaron bisturís, tijeras y tenazas, bidente elevador de amígdalas, punzones y ganchos, termocauterios,  agujas, fíbulas de cirugía, vendas, fajas contra hernias y medula de papiro.  

En cirugía ósea usaron trépanos para el cráneo, taladros, escoplos para hueso,  martillos y sierras, raspadores, palancas elevadoras de huesos, cucharillas, canales de madera contra fractura y  prótesis dentarias en oro. Para la cirugía ocular: tridente pequeño, punzón, lanceta y colirios; para la extracción de piezas sólidas:  pinzas y tenazas de diversos tipos,  tenazas dentarias,  litotomos  y forceps obstétrico. Para extraer líquidos o inyectarlos utilizaron tubos de drenaje de plomo, o bronce, catéter uretral… 

Por supuesto utilizaron también material de farmacia: balanzas que pesaban la proporción de los ingredientes aconsejables, tabletas, morteros... e incluso se conoce alguna caja botiquín.