Historias Mínimas: La herida en el suelo

J.A.Díaz / Susana Gómez
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Quizá las agujas del fetichismo y sus excentricidades sean menos hirientes que esas ondas suaves y concéntricas que se expanden, desdibujándose, como el agua de los ríos que no vuelven a ser

Historias Mínimas: La herida en el suelo

En el compás de la tarde, un tacón de aguja se clava sobre los adoquines. Me pregunto si en el fuera de campo, más allá los límites del rectángulo que forma la imagen, se extiende el radio, y la geometría urbana aborda en el empedrado la perfección del círculo. En este ejercicio de adivinar diámetros y baldosas, caigo en la cuenta de la polisemia del radio. La tibia y el peroné ascienden en busca de la rótula y su andamiaje. 

En la fotografía, el pavimento ejecuta una danza de volutas y números pi. La falda, de tubo, ensaya geometrías de cilindros. El ejercicio se expande y apuesta por imaginar el eco de los tacones sobre el embaldosado. Su regular tintineo trazando el arco de la circunferencia. De seguro que la perfección geométrica se prolonga más allá del cuadrilátero fotográfico. 

Nunca supe calcular los centímetros de los tacones. Tampoco andar sobre ellos con esa envidiable elegancia de las refinadas acróbatas con las que de vez en vez me cruzaba tangencialmente: A cambio, aprendí a jugar a la extravagancia de contar y medir sus tempos de precisión binaria, cuando coincidía con ellas en secantes de adoquines y esferas. Sus compases de aguja siempre parecían ir más rápido que los metrónomos de las suelas a ras. 

Las líneas planas de mis botas (desengaño de madres y abuelas empeñadas en desterrarlas del vestuario) se pegaban al suelo como excéntricas de vuelo raso. En las calles sin asfaltar comparaba mis huellas anchas con las brechas estrechas de los zapatos altos. La herida circular de los tacones dibujaba conjuntos e intersecciones de Euler Venn sobre la tierra. 

A diferencia de los círculos excéntricos, los concéntricos parten de un mismo centro, eje u origen. Puede que la memoria trace en la superficie del tiempo ondas concéntricas, paralelas, perpendiculares, cartesianas del ayer y del hoy sobre las que Bukowski esboza aristas que parecen doler como taconazos afilados: Cuando eres joven / un par / de zapatos / femeninos / de tacón alto inmóviles / solitarios / en el ropero / pueden encender / tus huesos; / cuando estás viejo / son sólo /un par de zapatos / sin / nadie / en ellos / y / también… 

Quizá las agujas del fetichismo y sus excentricidades sean menos hirientes que esas ondas suaves y concéntricas que se expanden, desdibujándose, como el agua de los ríos que no vuelven a ser. Pero mis pies, que por torpeza han de conformarse con el argumento de que los tacones altos acortan el tendón, siguen dejando en los caminos de barro sus cicatrices anchas, y yo continúo jugando a perseguir las huellas que graban otros pasos. Los días de lluvia, entre los círculos (imperfectos) de algún charco, trato de intuir cómo es la herida de las agujas altas con las que me topo, el compás que las traza, su perfecta comunión de tiempos y contratiempos. Y recuerdo aquel eco sobre los adoquines (siempre fue la nostalgia mi talón de Aquiles), con el empeño no siempre exitoso de usar más los zuecos de la comedia que los coturnos griegos. 

Al final, como casi todo exige cierto didactismo, me alzo sobre la red y sus milagros, me apoyo en sus alzas para hacerme más alta, y mido y cuento un esbozo de historia: los zapatos de tacón que hieren el pavimento y la memoria de Bukowski ya aparecen en ilustraciones del antiguo Egipto, en las que hombres y mujeres caminan de perfil sobre sus tacos elevados. Dicen, también, que puede que su origen se remonte al siglo XV, cuando el uso de los estribos requería de pies que encajaran durante las maniobras con caballos. Así lo atestiguan dibujos de Da Vinci, en los que los zapatos de tacón elevan el talón sobre los dedos de los jinetes. Catalina de Médici calzó en su boda tacón alto y, en el XVII, un zapatero no remendón diseñó y fabricó un par para Luis XIV. 

Después, a excepción de bailarores y vaqueros, los tacones altos fueron cosa de mujeres o reyes del Glam… (cómo no hacer un guiño a compases ochenteros que aluden a coordenadas aún más viejas…)

Desde entonces, en el compás de las tardes, tacones de aguja han herido los suelos con o sin baldosas. En mi cabeza hay un metrónomo que recupera aquella precisión binaria en las coordenadas del tiempo. El círculo siempre regresa a aquella calle adoquinada a ras de suela… Ya está el talón de Aquiles haciendo de las suyas.