Un rescoldo de espiritualidad en medio del Camino

SPC
-

El albergue de Puente Fitero, enclavado en un antiguo hospital del siglo XIII, mantiene viva la tradición ancestral de lavar los pies al peregrino

Un rescoldo de espiritualidad en medio del Camino - Foto: Eduardo Margareto ICAL

Si hay algún lugar del Camino de Santiago que rezuma espiritualidad este es el albergue de Puente Fitero, un establecimiento privado enclavado en la antigua ermita de San Nicolás (S.XIII), edificio que en su día fue hospital de peregrinos.

Con el ruido de fondo del Pisuerga, este oasis para el alma se mantiene fiel a un tradición ancestral en muchas culturas. Aquí, los hospitaleros, al igual que hacían hace siglos los benedictinos, lavan los pies al peregrino antes de besarlos. Pero no solo es este rito, el ambiente de un albergue que carece de electricidad, es único e íntimo, está marcado por la humildad y las cenas a la luz de las velas es un recuerdo que se graba a fuego en el corazón de los caminantes.

Hoy, el privilegio de este ritual ha correspondido a dos peregrinas, una italiana y otra norteamericana que, visiblemente emocianadas, han destacado las bondades de un albergue que, como el resto de la Ruta Jacobea, está viendo este verano muy reducida la afluencia de caminantes. 

El padre de este albergue de San Nicolás de Puente Fitero es el profesor italiano Paolo Caucci von Saucken, presidente y fundador de la Confraternita di San Jacopo de Perugia (asociación italiana de peregrinos), pero también eminente investigador y experto de las peregrinaciones, que reconoce que con este símbolo lo que pretendemos demostrar al peregrino es que "forma parte de nuestra familia".

Enamorado del lugar desde sus primeros caminos, Caucci von Saucken emprendió campañas de restauración del edificio con algunos miembros de la cofradía y de sus alumnos, muchos de ellos ya entonces peregrinos a Santiago. En 1994 el albergue fue inaugurado, contando desde entonces con hospitaleros mayoritariamente italianos, voluntarios de la Confraternita que cada día, entre los meses de abril y octubre, ofrecen cama, cena y desayuno a un pequeño grupo de peregrinos, peregrinos que deben estar dispuestos a vivir ese tiempo en las condiciones materiales de hace siglos.