Regreso a la tierra de la que partió para sufrir la guerra

A.P.Latorre
-

Está pasando el mes de agosto en Soria y recorriendo los lugares que recuerda perfectamente, ya que aunque tenga 99 años su memoria es excelente. A los 18 años perdió una pierna por las heridas de metralla en una batalla

Regreso a la tierra de la que partió para sufrir la guerra - Foto: Javier Ródenas Pipó

A sus 99 años, con una memoria envidiable, Felipe Gómez Aceña ha regresado este mes de agosto a su querida Soria, su tierra natal, para recordar viejos tiempos y reencontrarse con sus familiares. «Es mi tierra y la llevo en la sangre», afirma con orgullo. 

Estos días rememora junto a su hija Pilar y sus sobrinos -Luisa, Ana, Manolo y Ángel- los buenos momentos, pero también los más tristes, como cuando regresó a la ciudad después de participar en la Guerra Civil en el bando republicano tras haber perdido una pierna. Una experiencia tremendamente dura para un chaval de 18 años. Quizás por eso lo recuerde al detalle.

Nació en Almazán pero sus padres murieron cuando él era pequeño y fue trasladado junto a sus tres hermanas al Hospicio de Soria.Cuando se casó la mayor, Angelita, le pudo recoger y llevarlo a vivir con ella de nuevo a la villa adnamantina. Tenía 13 años por aquel entonces. Otra de sus hermanas, Benita, era monja en Cartagena, así que sus familiares decidieron que se trasladara a Murcia un tiempo, para estudiar en un colegio de curas y trabajar en una imprenta que pertenecía a la Diputación y  donde se editaba una revista religiosa. Él se encargaba de preparar los paquetes para los suscriptores, relata iniciando la animada conversación que mantenemos con él junto al río Duero, uno de sus lugares favoritos de Soria. 

Allí le sorprendió al poco tiempo la Guerra Civil. «Un desbarajuste. El mismo día que comenzó mataron al padre Antonio en la plaza de San Juan y le obligaron a gritar lo que querían y a nosotros a verlo», recuerda con tristeza. A pesar de haber estallado el conflicto, pudo continuar en la imprenta y en el colegio, donde había gente de distintos lugares, «incluso de Italia». El secretario tenía relación con Soria y lo cuidaba. Ypudo reencontrarse con él años más tarde. Todo iba a peor y a los alumnos de fuera los llevarona la Misericordia, otro hospicio. «Nos sentíamos muy inseguros allí... A a uno de los huérfanos lo mataron en su habitación. Causó mucho revuelo», relata. 

Junto a un compañero de la imprenta decidió alistarse a los 18 años en una de las mesas colocadas en Murcia para captar combatientes. Estuvo en una escuela de aviación (solo montó una vez en un caza para tomar fotografías) y en el cuartel de Alcantarilla, «éramos jóvenes y voluntarios, no estábamos obligados a ir a la guerra». «Primero la instrucción para el manejo de armas y después juramos la bandera», apunta. Luego le destinaron a la localidad granadina de Guadix, donde estaba al cuidado de un surtidor de gasolina. «Éramos muy jóvenes y algún compañero cometió una torpeza y nos trasladaron a Valencia como castigo, a Manises, donde nos encargábamos de buscar gente para retenes. Y de allí a Barcelona...», queda en silencio avanzando con la mirada que ese era un destino peligroso, el de la Tercera Región Aérea. «Pidieron la Quinta del 41 (la denominada ‘del biberón’ porque eran los más jóvenes a los que recurrió el ejército republicano) y ya no se salvó nadie de la guerra». Desde ese momento sí que estuvo obligado a luchar en batallones y compañías, con misiones de soldado, recibiendo una preparación muy rápida.

febrero del 39. Pronto los mandaron a Balaguer, en Lérida. Fue el primer contacto de Felipe con la guerra, pero algo extraño. «Llegamos de noche a un bosque y había soldados junto a una fogata. Uno se despistó y se le cayeron dos granadas al fuego. A lo tonto, por error, hubo dos víctimas», describe lentamente pero concentrado para que le ententamos bien. El enemigo avanzaba para tomar el pueblo, «había francotiradores y a un compañero le dio en la misma frente, en la cabeza (señala co nel índice entre los ojos). A callar y se acabó…». Participó en varias batallas, en las que «había tanquetas y a correr. No daba tiempo a nombrarlas». 

Recuerda especialmente la de Vic, en Gerona, el 2 de febrero de 1939, poco antes de que los nacionales tomaran Barcelona. «Estábamos a 40 kilómetros de allí y eran los preparativos para la final decisiva. Ellos «tenían más fuerza» y emplearon todo tipo de armamento y todos los recursos que tenían: bombarderos, cazas, aviones por la mañana… La batalla comenzó equivocada», lamenta. «Estaba todo nublado por la pólvora, todos de mal humor, a algunos les vimos cara a cara, decían que venía la Legión… Tuvimos que recular. El día era largo, muy largo..», continúa recordando los  morteros, las explosiones en el suelo, la artillería... «Lo peor fue la tarde, con aviones bombarderos. Lo que tiraban era grande», añade el soriano.

Él se encontraba en la trinchera y «alrededor estaba nublado por la pólvora, te aturdía el ruido y no sabías ni dónde estabas. Estábamos los dos bandos descontrolados. Un sargento nos dijo que paráramos, que ya no podíamos resistir porque la trinchera se estrechaba cada vez más (lo explica juntando las dos manos). Los de adelante lo teníamos mal, muy mal… Los italianos tiraban ráfagas. Y nosotros teníamos mal material, mosquetones rusos…». Así que se tiró por una vaguada y notó que tenía seis metrallas de bomba en la pierna derecha, heridas profundas de la rodilla para abajo. «Notaba calor y después no la sentía, caí en el suelo y los de una tanqueta no me recogieron, pero después un compañero de Granada hizo parar a otra y les amenazó si no me llevaban al puesto de socorro. Estábamos muchos heridos y nos trasladaron a Ripoll y Olot, de un sitio a otro porque estaban todos ocupados», relata. Esos días se acercaba el final de la guerra y se tenían que trasladar hacia la frontera francesa, lo que hicieron con apoyo del consulado inglés. 

En el último pueblo español, Puigcerdá, «hicieron sabotaje los nacionales y el pueblo se quedó sin luz». Las escenas en los hospitales también le impactaron, «los lamentos me horrorizaban. El que estaba a mi lado con  un tiro en la barriga murió». Los trasladaron en tren a Francia y en la estación del primer pueblo francés, los dejaron en un hangar, sobre tablas y entre pajas. Después habilitaron un lugar para ellos en un cuartel del ejército francés. Eran 12 ó 14 y «había una doctora argentina muy buena y voluntaria del pueblo, que me compraba dulces y novelas para leer, de cuatro que me dio solo pude leer dos». «Me dolían mucho las heridas pero hablaba como un sacamuelas, como ahora (bromea). Un día me tomaron la temperatura y tenía ya 40 de fiebre, así que me mandaron al hospital en ambulancia y me operaron de urgencia. Casi no veía y la pierna estaba infectada, con gangrena...», así que no se la pudieron salvar, pero recuerda que en esos momentos tan difíciles le reconfortó mucho la presencia de una monja compañera de su hermana. 

campo y hospital. De allí, con la herida todavía sin cicatrizar, lo mandaron a España, arrestado por los vencedores. De Irún lo trasladaron al campo de concentración de Santa Clara, ya en Soria, un lugar que recuerda horrible y donde llegaban prisioneros continuamente. Fue a parar después al hospital de San Francisco, donde al principio lo ingresaron con pacientes que tenían enfermedades infecciosas, como tuberculosis, hasta que un practicante le ayudó y le dio las medicinas que necesitaba para la pierna. 

Su hermana Angelita lo recogió y lo alojó en su casa. Sus hijos pequeños le ayudaron a recuperar el ánimo después de esa traumática experiencia. Al poco tiempo conoció a Pilar Muñoz, que iba a bordar con su hermana y con quien después se casaría y tendría tres hijos. Gracias a su hermana monja encontró trabajo en Madrid, como administrativo en el Hospital del Niño Jesús, y allí fue donde un médico le colocó su primera prótesis, algo que describe como «muy emocionante». Trabajó después en Papelería Americana, contratado por una mujer cuyo marido había muerto en la guerra en el bando republicano; y más tarde en una empresa de grúas. Hasta que se jubiló. 

Felipe reconoce que ha tenido «mucha suerte» con el trabajo y la familia y que en sus primeras vacaciones y en otras que pudo regresó a Soria, como ha hecho ahora. «Siempre ha tenido mucha debilidad por los suyos y tenía el gusanillo de venir a rereencontrarse emocionalmente con su pasado y su familia. Yo le he querido dar el homenaje que se merecía y que nunca ha tenido, por lo que está disfrutando un mes de Soria», explica su hija Pilar.

Tras más de una hora hablando dándonos todo tipo de detalle de sus vivencias y sin cansarse aparentemente - a veces pidiendo a su hija con el buen humor que le caracteriza que no le interrumpiera «la ronda» que él la llevaba bien- Felipe tiene que marcharse ya a comer, que ya es la una de la tarde y tiene hambre.