"Hay que intentar llenar los pueblos de Soria de vida"

Lucia Sánchez (Ical)
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La directora soriana Cristina Ortega estrena en la sección DOC de la Seminci 'La loba parda' sobre los últimos trashumantes de Soria que evoca la soledad y el respeto por las tradiciones

"Hay que intentar llenar los pueblos de Soria de vida"

Cristina Ortega Blanco (Berlanga de Duero, Soria, 1985) estrena en la sección DOC. España, de la Semana Internacional de Cine (Seminci), la película ‘La loba parda’, un largometraje sobre los últimos trashumantes de Soria, los hermanos Pérez Navabellida, que evoca la soledad del pastor, habla del camino y de los sonidos perdidos. Discípula de la también cineasta soriana Mercedes Álvarez, adentra al espectador en la búsqueda de aquello que está a punto de olvidarse a través de la memoria de sus abuelos, del viejo y duro oficio de la trashumancia. Como soriana, reivindica el papel de esta provincia aquejada por el mal de la despoblación, y pide respeto por sus tradiciones y costumbres que como su propia esencia están a punto de expirar con sus últimos habitantes, dice. A pesar de estar afincada en Madrid, anhela volver a Soria, pues no quiere permanecer en sitios que no le representan. La película se estrena mañana martes, 22 de octubre, a las 19.30 horas en la sala 10 de los Cines Broadway, y tiene un segundo pase el sábado 26, a las 22.15 horas en la misma sala.

¿Cuál fue el germen del proyecto, cómo encontró el tono visual y sonoro de ‘La loba parda’?

La película es fruto de un mediometraje que grabé también en Soria que se llamaba ‘La música de los rebaños’ y que versaba sobre la relación entre el pastor y la oveja a través de los sonidos. Me interesa el universo pastoril que se generaba en cada rebaño con los cencerros y las llamadas. A raíz de hacer esta película e investigar, descubrí que teníamos un patrimonio muy importante como es la trashumancia que se estaba perdiendo y había que preservar. Recuerdo como mi abuelo, siempre alrededor del fuego, nos contaba el romance de ‘La loba parda’, que venía del universo trashumante. En la película, en memoria de mis abuelos, hago un recorrido a través de los recuerdos, que es lo único que nos queda, tanto por tradición oral como por el sonido de los cencerros. He intentado acercarme a los últimos coletazos de la trashumancia, porque hoy solo hay dos familias de pastores que viajan al sur, cuando hace 200 años eran cientas. Este es el tono de la película. Va sobre la pérdida, el abandono que es cómo estamos en Soria. Además, como soriana y cineasta te sientes un poco sola en este mundo de hombres. Me parecía interesante hacer esta metáfora entre los pastores y la búsqueda cinematografía. La película es una deriva , un recorrido buscando a los últimos pastores; no las tradiciones o lo que dicen sino el sentir de estar en el rebaño. Esa atmósfera. El camino de Machado, al que no nombro, también está implícito.

La película tiene un aura bucólica reforzada por la niebla, ¿cómo encontró el tono visual y sonoro de la película?

La niebla es la metáfora del olvido, de la pérdida en ese horizonte que no se puede ver ni entrever; cómo ese lugar en la neblina en la que están estas tradiciones antiguas, que desaparecen al igual que lo hacen sus trabajadores. Intentaba buscar a los últimos trashumantes, tenía una imagen más idílica y al final me di cuenta que ellos están muy solos, al igual que estamos solos en Soria. Es la búsqueda de esos horizontes, de esos sonidos… que realmente es muy complejo encontrarlos. Una de las cosas que más me llamó la atención, al rodar, es que el pastor se perdió y yo también me perdí. No teníamos a nadie más en el campo mientras que en otra época el pastor se hubiera encontrado con otros cinco o seis pastores que nos hubieran puesto en contacto, pero como los montes de Soria hoy están vacíos pues hay cancha libre. La anécdota es el reflejo del olvido y el abandono, pero desde el respeto y el sentir. A pesar de que están solos en el vacío, van a seguir haciendo su trabajo casi de una manera poética. A mí lo que me interesa realmente es la intervención del cuerpo en el espacio, es decir, tomar al pastor como compositor de la banda sonora que guía a su rebaño y que interviene en la naturaleza.

También conversa con alguna mujer trashumante que relata cómo afectaba psicológicamente el tener un marido o padre trashumante.

Era una drama vital para ellas y sus hijos, a los que los pastores trashumantes ni veían, en muchos casos, nacer. Yo quise grabar la película a través de mis dos abuelos y su vínculo a la tierra, uno pastor y otro no, pero ambos relacionados con el oficio, y darle la importancia a las mujeres trashumantes que se quedaban en Tierras Altas. Me hubiera gustado hacer una película solo de ellas, pero les resultó tan doloroso, que no se han abierto a hacer un trasnocho. No quieren volver atrás. La señora que sale la grabé hace cinco o seis años. En esta película me di cuenta que el testimonio más potente que tenía era el suyo, que al final es lo que ha marcado la vida de los habitantes de Tierras Altas y de los niños, madres y abuelas. Me parecía interesante hacer una metáfora entre el título ‘La loba parda’, que ya tiene una connotación muy femenina, y esta señora. La veo como a esa loba y también me veo del mismo modo a mí misma. No me interesaba introducir al principio el rostro de la mujer para que las piedras y los caminos hablaran y nos evocaran lo que allí había. Sin duda, ellas, las trashumantes solas, dan para hacer otra película porque son la parte más importante en la historia; creaban la vida en los pueblos y esperaban.

¿Cómo vive la despoblación desde Madrid?

En Madrid llevo dos años. Hasta entonces, incluso durante el rodaje de mi anterior película, estuve habitando en el pueblo de mis abuelos durante un invierno. Estoy aquí porque no me queda más remedio para trabajar, pero ojalá pudiera estar en Berlanga. Con 14 años me fui al instituto de El Burgo y a los 16 años me tuve que ir a Soria a la Escuela de Arte. Me quedé interna porque no había autobús para volver al pueblo. Con 18 me fui a Salamanca y después de obtener una beca trabajé en Puerto Rico; y me volví a Soria a trabajar con el patrimonio. Al final, no tenemos una oferta y demanda real para nuestras capacidades y nos tenemos que ir de allí. No es que yo no viva en Soria porque no quiero. La despoblación es una vergüenza absoluta. En cuanto pueda vuelvo a Soria porque no quiero vivir en unos entornos que no me representan. Me he podido pegar temporadas en casa de mis padres en paro, pero al final era condenarme en vida. Hay que trabajar. Cada vez que puedo voy a Soria, cojo setas y hago las típicas meriendas, pero habitar en un pueblo de la provincia en invierno es para entrar casi en depresión y eso que a mí me encanta.

¿Ha querido introducir en ‘La loba parda’ algún tipo de paralelismo entre los rebaños y la sociedad actual?

Sí, aquí van todos a una. En la película las marcan, las engordan, las quitan la piel y es un poco una metáfora de la sociedad que va todos a una sin saber por qué. Lo único que falta es saber quién es nuestro pastor. Esa sería la pregunta.

¿Por qué se decantó por este título en relación con el romance homónimo?

Se iba a titular ‘La música de los rebaños’, pero tenía claro que quería meter a mi abuelo recitando el romance de ‘La loba parda’, que ya lo había utilizado en un video que hice para el museo de Oncala sobre los últimos trashumantes. Me gustó poner en escena esa situación de trasmisión oral, cómo a través de la palabra y el juego podemos hacer universos espirituales que no se pueden tocar, pero que han estado vivos. El romance me ayudaba a darle antigüedad a la película. Expresa cómo nos llegamos a sentir, o cómo me siento cuando dice: que la loba es vieja, cana es femenina, es decir, el sufrimiento de las mujeres que se quedaban en el pueblo y la reflexión de cuál es su futuro actual.

¿Qué fue lo que más le impactó de los hermanos Pérez Navabellida?

Los conozco desde 2013 y con ellos hemos grabado en Soria, y Extremadura. Han seguido adelante con el oficio porque son tres hermanos y se han unido, pero muchos han tenido que abandonar. Son los únicos habitantes de su pueblo durante el verano, en invierno está vacío porque ellos se van. Me ha impresionado su aguante y su relación con la naturaleza. El pastoreo es uno de los oficios más duros que hay; que más conocimiento requiere acerca de la naturaleza; que más amor y perseverancia tiene que tener con los animales; y es algo de todos los días. Es muy sacrificado. Además, han hecho un trabajo de selección natural con las ovejas merinas ibéricas y tienen unos ejemplares buenísimos con una lana espectacular. Ellos no son de patrimonio inmaterial, es decir, de canciones y demás, sino del oficio, que va intrínseco. Son muy trabajadores y son interesantes las marcas que ponen a las ovejas, que son antiquísimas. También me impactó la unión que tienen entre ellos. Tuve la oportunidad de viajar con los Pérez hasta Trujillo cuando hacen la rebotada y se reúnen con trashumantes de Ávila, Soria y Extremadura.

¿Cómo le han influido maestros como Nicolás Philibert y Mercedes Álvarez en su aproximación al documental?

‘El cielo gira’ y ‘Fraude’ de Orson Welles, que las vi cuando cursaba quinto de Bellas Artes, cambiaron mi vida para siempre. Yo había hecho pintura y fotografía, no era para nada cinéfila, pero sí muy fotógrafa. Empecé a grabar a lo tonto por Salamanca, con una cámara que me había regalado la Caja Rural. A raíz de esto descubrí mi amor por el cine y me apunté al máster de investigación sobre cinematografía que impartía Mercedes Álvarez y otros profesores de la Pompeu Fabra. Tuve la suerte de que Nicolás Philibert fuera uno de mis profesores. El cine de Mercedes es más observacional, más calmado. A mí me gusta el acto relacionado con la permormance de la cinematografía, es decir, la intervención del cuerpo en el espacio, que es lo que creo que hace el pastor con las ovejas. Al filmar, siento que intervengo en el espacio a través de la cámara. Creo que Nicolás Philibert es también más pausado pero me encanta su cine de observar y el sentimiento que le pone. Él también trabaja solo como yo. Ambos hacen un trabajo escultórico con el tiempo; graban mucho, sienten mucho y están y están para luego sentarte en la sala de montaje y valorar qué es lo que tienes y cómo se hace.

¿Qué supone estrenarlo en la Seminci?

Cuando me avisaron de que había sido seleccionada sentí una gran emoción, porque es un festival castellano y también por ser la Seminci, con 64 ediciones en la espalda y gente de renombre. Además, compartir espacio con películas producidas con un millón de euros, pues también me produce ilusión. Me encanta poder mostrar qué somos los sorianos fuera de Numancia, la ¡Soria Ya! y el estereotipo del chorizo. Somos mucho más: respetamos a los abuelos, la historia, la tradición y somos ayuda, empatía y trabajo. Respetamos el monte. Me da la oportunidad de enseñar que no somos los abandonados paletos, que podemos trabajar con las ovejas, hacer cine y coger setas. Nosotros sabemos mejor que nadie qué nos sucede.

¿Ese estereotipo todavía perdura?

Sí. Lo tienes en los pueblos entre los residentes y veraneantes. Está trasnochado y nos da lo mismo que nos lo digan, pero parece que te tienes que justificar. A veces me preguntan por qué hago películas de ovejas y respondo que es lo que necesita mi tierra. Yo hago cine social; he grabado en Brasil y me interesa dar voz a los que no tienen voz. Me gusta la sociología y la antropología visual, pero lo que no voy a hacer es irme a grabar a África teniendo problemas en mi tierra. Quiero ser honrada con mi tierra a la que defiendo por la necesidad de poblarla, de inventar otras maneras de vivir porque no quiero que los pueblos de Soria se queden como lugar de veraneo para los madrileños. Hay que intentar llenarlos de vida.

¿Cree que los ecologistas dictan a los hombres del campo lo que tienen que hacer?

Sí, hay mucha tontería y más les valdría sentarse con agricultores, ganaderos y cuatro horticultores en un banco al sol y hablar de las cosas reales y no de tanta tontería, porque quien tiene el conocimiento de la tierra son aquellos que la tratan de generación a generación. Es cierto que los pesticidas son malos pero vamos a sentarnos con ellos a ver qué dicen, que son los que entienden. No les pueden decidir los de Madrid cuántas ovejas tienen que llevar o cuántos granos tienen que sembrar. Este tema me enciende. Hay que quitar estos estereotipos de que el ganadero es sucio y paleto, cuando tienen un vínculo con la naturaleza desde el respeto tremendo. Esto lo hemos heredado en Soria. Los sorianos vamos al monte y lo respetamos, hasta los niños de dos años saben que no hay que malograr las setas que no se recolectan. Pero hay gente de fuera que viene y en un fin de semana te revienta el monte. No tienen cultura micológica ni concepto de respeto al medio ambiente; es más, lo esquilman. Es de lógica dejar las esporas de las setas, al cortarlas, ellos se tienen que hacer un cursillo y luego vienen a decirnos cómo tenemos que hacer las cosas. Por eso yo he filmado lo que somos nosotros y nada más, con nuestra pérdida. Somos cuatro pero aquí estamos.