El románico herido de Martialay

J.M.I / T.C. / L.C.
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El cantero de Golmayo Alejandro Martínez labró parte de la piedra de la iglesia de los santos Justo y Pastor

El románico herido de Martialay

Esto esulta un tanto ocioso explicar a cualquier lector soriano de este periódico dónde se encuentra Martialay, pero por si algún despistado tiene dudas, le diremos que se trata de una localidad al Este de Soria, ubicada detrás de la Sierra de Santa Ana, a poco más de once kilómetros. Debemos transitar la N-122 hacia Zaragoza. Pronto encontraremos un cruce a la derecha que nos marcará la dirección de Calatayud y Teruel por la N-234. Sin darnos cuenta, a la derecha, estamos en la entrada de Martialay (así pues, muy cerca, casi un paseo). Pero no por estar cercano es mejor conocido, sino todo lo contrario. 

Nuestro viaje tuvo lugar en los primeros días tormentosos del mes de septiembre. El día amenazaba lluvia, pero los cielos nos permitieron recorrer y contemplar la localidad. En Martialay nos esperaba nuestro buen cicerone Pablo Martínez Lablanca. La impresión al entrar en el pueblo es de un lugar cuidado con mimo, como pasa en casi todos los pueblos sorianos. Este posee un hábitat un tanto disperso, donde conviven en perfecta armonía las viviendas con zonas ajardinadas y huertecitos intercalados. Visitamos la fuente de dos caños y el abrevadero del pueblo, que en aquellos momentos limpiaba y embellecía Josi, hermano de Pablo. Al lado, un gran lavadero cubierto con techumbre de madera.

La tranquilidad que se respira sólo se ve turbada por furgonetas cargadas de pan que cruzan por sus calles para abastecer a Soria.

El románico herido de MartialayEl románico herido de MartialayMartialay perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Soria y dentro de esta al sexmo de Arciel. Llegó a tener unos setenta vecinos en el siglo XIX, y a constituirse como municipio. Actualmente viven en la localidad unas cuarenta personas, y está integrado en el municipio de Alconaba. También tuvo estación de ferrocarril de la línea Santander - Mediterráneo, pero, así como se fueron los vagones y las máquinas, hicieron las personas. 

A través de una bonita senda llegamos a una chopera municipal tras la que se esconde la antigua iglesia. Prácticamente destruida se encuentra entre una vegetación frondosa de chopos, hiedras, fresnos y algún huerto. Únicamente queda parte del muro Norte, y de la espadaña al Oeste. En 2003, el Ayuntamiento de Alconaba, en su nuevo Plan Urbanístico, decidió crear en este sector un Área Arqueológica. Hasta 2020 las ruinas de la parroquial estuvieron dominadas por la vegetación: hiedras y zarzas se habían apropiado del lugar. Fue ese año cuando Nicasio Martínez contagia su interés a su familia, a otros vecinos y algún trabajador municipal, y todos juntos consiguen dejar limpio el espacio ocupado por la antigua parroquial y su campo santo. 

Esa limpieza hizo posible que se aprobara un proyecto de consolidación de la espadaña y el muro norte, valorado en 14.000 euros. Además, junto con la Junta de Castilla y León se impulsa otro proyecto valorado en 24.000 euros, aún no aprobado, para excavar la planta y consolidar lo excavado. Resulta ésta una valiente iniciativa que debería servir de ejemplo para muchas iglesias caídas en desgracia y para las que no hay ninguna voluntad de salvar.

Por lo que se ve sobre el terreno se trataría de una iglesia románica de una nave con cubierta de madera y una cabecera hacia levante, seguramente abovedada y a poniente la espadaña-campanario con dos vanos. Tendría una sacristía y un pórtico en su paño meridional. Adosado al muro septentrional resisten parte de los muros del campo santo.

Paseando por lo que fue la nave de la iglesia reclama nuestra atención una gran losa. Al fijarnos en ella apreciamos un posible alquerque de a doce, con sus aspas y suficiente número de escaques. Tres pequeños hoyos semicirculares lo acompañan. Los maestros canteros solían hacer estos tableros para jugar ellos y, sobre todo, sus hijos e hijas que les acompañaban allá donde les salía tajo. Muchos de estos tableros se utilizaban después en la construcción del inmueble. Otro aspecto llama poderosamente la atención, los restos de la espadaña, adornada con una frondosa hiedra, se hallan abiertos en canal, como si un rayo hubiera abierto un tajo en la misma. Esta espadaña campanario alojó las dos campanas que hoy están en la nueva iglesia. Tanto este muro como el septentrional se construyeron con mampostería menuda y revocados al interior con una capa de cal y arena.

Poco sabemos de esta parroquial que fue dezmera de la iglesia soriana de San Prudencio. Por los dos libros de fábrica que se conservan, 1701-1791 y 1892-2020, deducimos que la iglesia tuvo un pórtico al Sur, pues en el capítulo de gastos de 1787 se recoge un cargo de 136 reales que costó hacer nuevamente el pórtico de la puerta de la iglesia, habiéndose desmontado el anterior por amenazar ruina. En ningún caso se habla de que el templo se encontrara en situación de ruina. 

Sin embargo, en 1853 el Boletín Eclesiástico del Obispado de Osma de 19 de noviembre publica que la Diócesis de Osma asigna la cantidad de 1934 reales a Martialay para la reparación de su templo. En la visita pastoral de 1902, el Exmo. y Rvdmo. Sr. D. José María García Escudero Obispo de Osma, advierte del mal estado en que se encuentra la sacristía, exigiendo una pronta reparación.

En las demás visitas giradas por el Obispo y en el libro de Carta-Cuenta no se especifica nunca más el mal estado de la parroquial, pero en el apunte de 1932 titulado 'Cuentas que se refieren no más a la construcción de nueva iglesia en Martialay' el párroco D. Juan Hernández afirma que el Exmo. y Rvdmo. Sr. D. Miguel de los Santos Díaz y Gómara, Obispo de la Diócesis de Osma con fecha de siete de marzo de 1929, le autoriza a demoler la vieja iglesia en ruinas y a designar sitio adecuado para abrir los nuevos cimientos del nuevo templo. Por tanto, es en 1929 cuando se inicia la demolición de la antigua parroquia y se inicia la nueva, que al parecer se consagra en 1931, si bien las cuentas se cierran el ocho de enero de 1932.

Con nuestro entrañable cicerone, que ya se había encargado de buscar los medios para abrirla, acudimos a visitar la nueva iglesia de los Santos Justo y Pastor. Fue construida por varios maestros albañiles: los Hermanos Alcalde y su padre Cándido, ayudados por Marcos Sanz, quienes también demolieron la antigua y labraron parte de las piedras que se utilizaron en la nueva. Se levantó en tres tandas reutilizando materiales de la antigua iglesia y otros que llegaron desde Soria. El cantero de Golmayo, Alejandro Martínez, se encargó de labrar parte de la piedra. Por otra parte, el empresario Luis Bartolomé, arrastró parte del material desde Soria a Martialay, entre los que se encontraba seis camiones de piedra, que previamente el cantero Guillermo Benito había extraído y seleccionado de las ruinas de San Nicolás. 

La iglesia es de una única nave, orientada al Oeste con coro a los pies. Su suelo hidráulico de color y muy cuidado fue adquirido a Casto Hernández, al igual que la pila bautismal. El edificio se diseñó de forma práctica y de tamaño razonable, algo que no siempre se da en nuestros pueblos, en los que las iglesias aparecen emergiendo de la pobreza con todo su poder visualizado en su tamaño. Se levanta sobre un tramo de sillares para continuar con mampostería enfoscada.

En el interior se conservan algunas piezas valiosas del antiguo inmueble, tales como una lauda sepulcral de arenisca rojiza de finales del siglo XVI, que parece representar a un clérigo con túnica talar, con un cáliz entre las manos y la rareza de vestir manga corta; la mitad de una tumba antropomorfa infantil, así como dos estelas. Además de la vieja iglesia se conserva un bloque monolítico de arenisca, en el que se han tallado cuatro columnillas con sus basas, sin poder determinar su función. En la sacristía observamos el cuerpo mutilado de una virgen románica del siglo XIII a la que, lastimosamente, le han añadido una cabeza y una mano. El hijo de la Virgen ha corrido igual suerte. Casi escondida se encuentra la talla de un Cristo crucificado, posiblemente del siglo XVII. El retablo, que pudo proceder de la vieja iglesia, sostiene imágenes en escayola del siglo XIX-XX.

Finalizamos la mañana con un aperitivo apetitoso que nos regaló nuestro estupendo compañero de visita, contemplando un brocal de piedra que nos incita a volver.