Historias mínimas: 'Bajo y contrabajo'

S. Gónez / J.A. Díaz
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Recuérdame que un día lea algo más sobre la historia de Man Ray y su modelo. Hoy solo quiero detenerme en esta espalda diáfana, salpicada por dos effes que la convierten en instrumento

Historias mínimas: 'Bajo y contrabajo'

El fotógrafo retrata una pared y me propone trazar una historia y una contrahistoria. Junto a la imagen nívea, salpicada por dos lunares de hierro, deja caer dos palabras: Man Ray. Entonces recuerdo una espalda desnuda. Y la busco. La pantalla-ventana se abre a Ingre’s violin. Así se llama esa fotografía en la que Ray retrata y subvierte. La mujer tiene la piel blanca como la nieve. Un turbante cubre su cabello negro como la noche… Su nombre es Kiki. Recuérdame que un día lea algo más sobre la historia de Man Ray y su modelo. Hoy solo quiero detenerme en esta espalda diáfana, salpicada por dos effes que la convierten en instrumento. Alguien me cuenta, lento y bajo, que también se llaman oídos.

Me detengo en el tronco transformado. La piel sin mácula que se abre a dos cicatrices absurdas y extrañas, casi dolorosas, como quien decide soportar estoicamente la herida doble de una historia y una contrahistoria. Es el cuerpo (femenino) hecho objeto; lo torácico transformado en sonoro; la caja transgredida. Quizá pudiéramos contar (en adagio, en sostenuto, en allegretto) de líneas y cuerpos y puede que también de cosificaciones; del arte y los desnudos; de la belleza y sus cosas. Quizá entonces tocaría afinar las cuerdas y templar las clavijas. Tensar el arco. Tocar en agitato.  Pero hoy, asomada a la ventana de esa espalda nívea de Kiki y Ray y sus máculas en efe, dan ganas de pegar la oreja y ponerse a escuchar.

La historia de Kiki. La contrahistoria de Man. La ventana y la contraventana de una mujer con turbante y su fotógrafo. Él admiraba los lánguidos desnudos de Jean-Auguste-Dominique Ingres. Ella se llamaba Alice Ernestine Prin, y era modelo, cantante y actriz. Fue musa de varios artistas europeos que en los años veinte del pasado siglo habitaron algún rincón de la bohemia parisina. Todos la conocían como Kiki de Montparnasse.

Y Man Ray, el fotógrafo modernista que flirteaba con el surrealismo y el dadaísmo, no podía dejar de retratar y de saltarse las normas. De verter y subvertir. De atacar y contraatacar… Quizá sea el divertimento o la agonía de los artistas que rinden homenaje a la vez que desafían. Tributar e infringir. Honrar y quebrantar. Venir y contravenir a las ofrendas y las ofensas. Desavenir las cuerdas contra las cuerdas. 

Las vanguardias y sus juegos soportan bien los márgenes y los límites. También las ventanas y las contraventanas hacen de dique entre el interior y sus periferias. Como la piel. Como las paredes. Como las líneas de los cuerpos y los instrumentos. Ellas son la frontera, el puente, la doble cara de una misma moneda que cuenta y que esconde; que dice y contradice; que toca y retoca y abre y cierra y une y escinde. 

En su íntimo vis a vis, son el confín, la valla, la línea de separación y de contacto entre lo de dentro y lo de fuera; entre los de dentro y los de fuera; y entre el aquí y el allí. Es el límite y sus extralímites. Como la piel. Como la herida. Como la mácula que interrumpe. El roto y el hilván.

Tras ellas, las casas despliegan y hacen sonar sus piezas. A veces son dulces y lentas como adagios o suites o melancolías. Otras se rompen y nos quiebran, desafinadas y chirriantes hasta la extenuación más aguda. A veces las abrimos de par en par para vivir o para que parezca que estamos viviendo, y otras las cerramos a cal y canto de réquiem. 

Ellas cuentan historias y contrahistorias que sus efes y sus tapas de armonía dejan salir. Queriendo o sin querer (escapan o son escaparate), tras las ventanas y contraventanas abiertas o cerradas. Casas y piezas como grandes cajas de resonancia. Lentas, prestas, prestísimas… sonatas, sinfonías, suites, óperas, zarzuelas, réquiems, operetas… Como instrumentos de cuerda, diríase que tienen un alma y suenan y resuenan en sus piezas y sus despieces, en sus movimientos y sus silencios. 

Pero toca ir cerrando la historia y la contrahistoria. Por eso volvemos al fotógrafo y su retrato. Te toca, me dice. En la ventana-pantalla se abre una pared con dos apliques de hierro. Tienen forma de efe. Como ojos clavaditos en una caja diminuta, las piezas me vigilan. Lunares sobre la fachada sin mácula. Proponen una historia y su contrahistoria. En la piel-pared se adivina el rastro de una ventana y una contraventana. Intuyo que está a pie de calle. Y digo: bajo y contrabajo.