¡Que se tiren por el barranco, como Thelma y Louise!

Carlos Dávila
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Sánchez y Redondo no tienen ningún respeto por la democracia, la de la división de poderes y la del mimo a las instituciones dadas

¡Que se tiren por el barranco, como Thelma y Louise!

Iván Redondo, el amanuense de Sánchez, se cree el inventor de la nueva política, del triunfo de las emociones sobre las realidades y, en definitiva, de lo que ahora se llama la posverdad. La mentira, para qué andar con ambages. También se piensa el diseñador universal, no solo en España, de respuestas ingeniosas, multiusos, que tienen en su seso la patente. Y por eso, hay que reconocerle. Todo sin embargo es una trola, esta sí, de proporciones planetarias. Su última intervención pública ha sido para advertir que él, por cuenta de su jefe, se tira por un barranco y ya está, que no le pidan más, ni menos, desde luego. La frase, nada original por otra parte, está copiada clónicamente de la que, en la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca, le transmite el jefe del Gabinete del Presidente (en la producción, Martin Sheen) a uno de sus colaboradores que, quisquilloso, pone algunos reparos a las decisiones que ordena el mandatario. En la frase, copiada por el insustancial Redondo, solo falta una coda para resultar un plagio exacto de lo dicho por el personaje norteamericano que representa al segundo hombre más importante de Estados Unidos, a los efectos nuestro ministro de la Presidencia. El aviso sobre el abismo termina en esa serie de esta guisa: «...Para eso nos pagan a ti y a mí». O sea, somos unos mercenarios a sueldo.

Como lo es el tiralevitas Redondo. Asegura que, por Sánchez, es capaz de acompañarle lanzándose por un barranco, pero omite lo esencial: que los demás, la mayoría muy notable de los españoles, no queremos seguirles en el despeñamiento. Es decir: que se tiren solitos, como Thelma y Louise en aquella furiosa película en la que ambas terminaban sus fugas precipitándose por el abismo en busca de una muerte segura. Juntas y cogiditas de la mano. Sánchez no tiene el menor respeto por la democracia convencional, la de la división de poderes, la del mimo a las instituciones; no, barrena al judicial y al legislativo, se confronta nada menos que con el Tribunal Supremo, y le sitúa como una entidad vacía de competencias y sentencias. Y en todo ese proceso le respalda su mercenario Redondo que es, en verdad, el que pone música a las fechorías de su mecenas.

Es lo que está sucediendo con la monserga insufrible de los indultos a los sediciosos de octubre de 2017. El plagiador ha acudido al diccionario y ha extraído de sus páginas dos o tres palabras que él cree suficientes para justificar el delito: concordia y convivencia. Ambos recitan el cante poniendo para la ocasión faz de maestros ciruela, educados, amables, generosos con la audiencia. Es como aquellos reverendos de los 50, 60 y 70 del pasado siglo que les pegaban unos sopapos de padre y muy señor mío a los educandos y a continuación les informaban de que lo hago por vuestro bien.

Ahora el dúo en cuestión, el preboste y su copista, pretenden disfrazar su rendición ante los golpistas catalanes repitiendo que este, su abatimiento ante las exigencias secesionistas, es la mejor -¿quizá la única?- forma para pacificar el levantamiento catalán. «Venimos a asegurar -afirma Sánchez sin despeinarse- que nosotros vamos a resolver el problema», el que él califica, en su extrema ignorancia, de multisecular. Se comporta como los guionistas falsos de la Historia que repliegan la constitución de Cataluña hasta no menos de cinco o seis siglos atrás. Día llegará -lo veremos porque cualquier estulticia es probable en boca de Sánchez- que este llegará a concordar con el doctor Robert, aquel merluzo médico catalán, que llegó a proclamar que la diferencia entre un habitante del Principado y cualquier español de la Meseta radica en la distancia intelectual entre los dos porque (sic): «Nuestro cerebro es más grande».

 

'Por nuestro bien'

El dúo mencionado, el compuesto por un copión y un plagiador, tal para cual, se dispone a bajarse los pantalones hasta el astrágalo ante los delincuentes catalanes con un solo objetivo: continuar en el poder, porque se viaja mejor en coche oficial o en el helicóptero de turno, que en el Metro de Madrid, el que es considerado, por lo demás, uno de los mejores de Occidente. No guardan otro fin. Por él pretenden arrojar por un barranco toda la Historia de España y romper, como hemos dicho, las líneas frontales de nuestra democracia, la de 1978 de la que ellos abjuran. Recuerda en algo, en muy poco, en casi nada, a aquel político tránsfuga de la Transición. Fernández Ordóñez, que, según el presidente Adolfo Suárez, se distinguía por llevar a sus fans al borde del abismo, y una vez allí contemplaba cómo todos ellos se estrellaban contra el pedregal de abajo mientras él permanecía al borde. incólume, ileso. Claro que entre uno, aquel ministro de tantas cosas, y los dos de ahora, existe una enorme diferencia: Fernández Ordóñez no obligaba a sus socios a tirarse al vacío, tampoco les empujaba; éstos sí: nos despeñan sin menear el rabo de su animalada. Por nuestro bien, como decían los frailes de la antigüedad.

Por nuestro bien están a punto de meterse en guerra con los bribones marroquíes, denominación de Prim que les conocía perfectamente; por nuestro bien nos van a obligar a cocinar lentejas a las cuatro de la mañana porque al mediodía, salen por un caviar; por nuestro bien nos van a asfixiar fiscalmente porque hay que pagarles sus desmesuras; por nuestro bien van a dejar que, como está ocurriendo sin que nadie al parecer lo detecte, los vascos van a ir declarándose independientes sin tanto escándalo como el de Cataluña; por nuestro bien, van a seguir esquilmando a los autónomos porque ya se sabe que aquí todo el que tiene una tienda es un facha; por nuestro bien van a seguir mintiendo con desparpajo sin que nadie definitivamente les lleve a los tribunales; por nuestro bien, van a despenalizar el comportamiento sedicioso de los independentistas de octubre de 2017; por nuestro bien, Sánchez va a copar la Presidencia de las empresas públicas con sus amiguetes de cabecera; finalmente, por nuestro bien, se están apropiando de las vacunas contra el maldito virus como si las hubiera inventado Sánchez.

Pues bien, por todo esto, por nuestro bien, grita un castizo: ¡Que se tiren ellos por el barranco! Como las atractivas Thelma y Louise.