Vivir en la sombra

EDS
-

Un contrato de trabajo trajo a Alison desde Colombia hasta Soria en 2006 y le facilitó la residencia legal. Pero, cuatro años después, un problema familiar le hizo regresar; y su permiso caducó. Se encuentra en situación irregular

Vivir en la sombra - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.

Alison es un nombre ficticio. Evita dar cualquier dato que pueda identificarla por «miedo» a ser descubierta.  Porque vive en la sombra que supone residir en España sin papeles. Reflejada en el espejo de la inmigración ilegal. Accede a contar su historia para poner voz a quienes, como ella, un día metieron toda su historia en una maleta y volaron, o nadaron, o rodaron miles de kilómetros para salvarse a sí mismos, y a su familia. Solo con su voz -no necesita más- rompe tópicos, dilapida mentiras y disipa frases hechas para evidenciar que, detrás de la inmigración irregular, «no solo hay delincuencia». Porque, reconoce, «duele», «entristece», e incluso «enfada», escuchar «comentarios malucos» muy alejados de la realidad. De su realidad. «Parece que todo Colombia viene a prostituirse, a traer droga, a echar mano a un español y dejarlo en la calle...», reprueba. Ella emprendió su camino hace ya mucho con un objetivo bien distinto, «una oportunidad de vida» para ella y sus hijas. Porque en su país la situación era, y es, «bien difícil». Lo intentó y le salió bien. Llegó a España en 2006 con un contrato de trabajo que le consiguió su hermana, que ya vivía en Soria. Estuvo en situación regular durante más de cuatro años, en los que logró traer a sus pequeñas. Pero todo se truncó por un «problema familiar» que le obligó a regresar a su país, y poner a cero de nuevo el contador de su nueva vida. Perdió la autorización de residencia, su pasaporte a una estancia legal en España, y aunque viajó como turista años atrás para intentar renovarlo, ya no fue posible.  «Es de lo que más me arrepiento en la vida, de haberme ido entonces», admite ahora. «Entonces estaba bien, tenía mis hijas, un trabajo estable. Ahora en mi país hay mucha necesidad y, encima, aquí perdí los papeles», se lamenta. 

Este año, una «oportunidad» le abrió de nuevo las puertas a España. «Vine porque supuestamente tenía un buen trabajo. Aunque en un primer momento no me podían hacer contrato, ya que venía con visado de turista, me dijeron que me ayudarían a tramitar los papeles ya que la casa donde iba era una abogada. Pero, cuando llegué, desapareció todo, y además ahora tengo la deuda con el familiar que me prestó el dinero para venir», lamenta.  Hace ya unos meses que caducó su visado de turista, así que desde entonces permanece en situación irregular. 

Su familia ha sido y es su «motivación» siempre. La que dejó allí (ahora, sus hijas y nietos), porque son «el motor» que le impulsa para seguir luchando. Y la que está aquí, porque son su balón de oxígeno para mantenerse a flote. «Gracias a ellos no tengo que pagar alquiler, ni comida... y todo lo que saco se lo puedo enviar a mis hijas. Mientras tenga para mandarles, aunque yo me quede sin nada en el  bolsillo, estoy tranquila. Con eso estoy feliz y contenta», asume. Porque, reconoce, no se plantea volver. «En Colombia hay mucha crisis, no hay trabajo, estás de sol a sol y apenas pagan un salario mínimo, a la gente de mi edad ya la consideran mayor y no le dan empleo...», justifica.

Ha vivido la cara y la cruz del fenómeno migratorio, ¿cómo cambia la vida con y sin papeles?, le preguntamos. «Cambia todo, porque cuando tenía papeles podía vivir tranquila, salir a la calle sin miedo de que a uno le vaya a parar la policía y se lo lleve preso. También, en cuestión de trabajo. Sin papeles es demasiado difícil trabajar y, lo que sale, es sin contrato, sin asegurar, sin cotizar... y hay gente que paga normal pero otros se aprovechan de la situación y encima te pagan menos. Y cambia también porque, si uno sale a su país, sabe que ya no puede volver. Yo quisiera ir a pasar Navidades con mis hijas porque ya se me hace difícil pero sé que, si voy, no puedo regresar, así que queda aguantar hasta no se sabe cuándo», admite resignada. Repite la palabra «miedo» constantemente. Y reconoce que siente terror cuando pasa «cerca de la Comisaría», cuando ve «una patrulla en un semáforo»... «Aunque uno no esté metido en problemas, siempre te sientes expuesto y con temor a que te pidan los papeles», reconoce. De hecho, ella lleva siempre su permiso anterior, «por si acaso», indica entre risas. «Por demostrar que estuve aquí también regular», añade. 

Teme que la identifiquen y la expulsen porque acabará su sueño. Su futuro. Y el de sus hijas, a las que espera volver a traer algún día. Le toca lucharlo de nuevo. Y tiene «fe». Es solo cuestión de tiempo... confía. Su cuenta atrás acabará en dos años y cuatro meses. Es cuando se cumplen los tres años que le permitirán acceder a una autorización de residencia por circunstancias excepcionales (arraigo). «Solo deseo que el tiempo pase rápido», admite. También, que «no lo pongan tan difícil a quienes solo queremos trabajar, vivir tranquilos y ayudar en lo que podamos».