Una cazuela aparecida en un manantial

J.J.Fernández
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La pieza está decorada con diversas técnicas: incisión, escisión y punto y raya

Una cazuela aparecida en un manantial

El último número del Boletín del Seminario de Arte y Arqueología de la Universidad de Valladolid recogía, entre otros artículos, el estudio del yacimiento arqueológico identificado en el lugar de El Hocino, en Fuente Tovar (Velamazán, Soria). La ocupación de este sitio ha sido recurrente, como demuestra la existencia de restos arqueológicos atribuibles a tres momentos: uno de la Edad del Bronce (c 1500 -1300 AC), otro de época romana (s III-IV d.C.) y otro identificado como un despoblado de la Comunidad de villa y tierra de Berlanga.

Nos ocuparemos en esta ocasión de la etapa prehistórica, la más antigua, que ha deparado el excepcional hallazgo de una cazuela cerámica profusamente decorada con diversas técnicas (incisión, excisión y punto y raya) que reproducen una combinación de motivos alternos de ajedrezado y rectángulos o bandas enmarcados en una cenefa central. La distribución de los motivos fue planificada quedando divididos en metopas de tamaño regular, lo que demuestra que la elección y la combinación responden a un programa determinado cuyo significado último no podemos conocer. 

Las técnicas empleadas se denominan de incrustación porque producen una superficie rugosa en la que en ocasiones se aplicaba arcilla o yesos de coloración diferente -no el caso que de esta cazuela-, consiguiendo resaltar los motivos sobre la superficie de la pieza. Se trata de una decoración característica del grupo cultural que conocemos como Cogotas I, adscrito a la etapa plena de la Edad del Bronce, propia del valle del Duero, y definida por poblaciones con una actividad eminentemente ganadera y un apoyo de explotación cerealista, la recolección de frutos y la caza lo que les garantizaba una economía autárquica.

El hallazgo se produjo en la intervención arqueológica realizada con motivo de la declaración de impacto ambiental requerida para la construcción de una nave porcina en el lugar. La Comisión Territorial de Patrimonio de Soria supervisó las distintas fases del estudio que de forma proporcional a los hallazgos fue realizando la empresa Arquetipo S.L, de acuerdo a las propuestas del promotor  Á. Moreno. Los trabajos identificaron lo que debió ser un asentamiento al aire libre, seguramente estacional y recurrente, entre  3.200 y 3.400 años. Se hallaron pequeños pozos utilizados para almacenar, posiblemente, cereales. Alrededor, sin orden ni relación aparente y a veces superpuestas, se encontraron algunas hogueras delimitadas con piedras, que debieron arder al aire libre al no haberse identificado los muros de cabañas a su alrededor. Otros pequeños hoyos alineados con una distribución semicircular, llevan a pensar en la existencia de postes para tratar pieles o entramados vegetales que, a modo de cortavientos, protegieran las fogatas y la actividad en torno a ellas. Todo indica que se trata de un pequeño campamento de primavera y verano en el que un grupo, no muy numeroso por la escasa densidad de las evidencias, realizaba alguna actividad de forma estacional y cíclica.

Señalábamos que las gentes portadoras de este tipo cerámico eran eminentemente ganaderas y, añadiremos, que trashumantes. Dos ejemplos sirven para respaldar esta afirmación. De un lado, la típica cerámica de esta cultura, Cogotas I, característica del valle del Duero, aparece diseminada, entre otros lugares, por el valle del Ebro, la Meseta Sur y distintos poblados argáricos de Andalucía, constituyendo elementos foráneos en los contextos característicos de esos territorios. Por otra parte, los hallazgos más próximos también delatan cierta actividad transterminante, de recorrido más corto que la anterior. El poblado de Los Tolmos de Caracena, fue un asentamiento de primavera y verano que contaba con cabañas de barro para resguardarse, pero cuya vida se realizaba mayoritariamente al aire libre, con hogares fuera de las cabañas. Disponían de una vajilla completa para el almacenaje de líquidos y sólidos, la cocción, la transformación de alimentos   como muestran los coladores para la elaboración de queso y el  consumo de alimentos y bebidas. Era mayoritariamente lisa, pero con un porcentaje de vasos muy cuidados y con similar decoración a estas de El Hocino, tal como puede comprobarse en la sala A del Museo Numantino donde se exponen algunas junto a la abundante industria de hueso: punzones, botones, enmangues, etc. que confirman su dedicación ganadera, esencialmente de cabra y oveja. El estudio faunístico determinó que los animales consumidos habían sido sacrificados en el periodo señalado. En el mismo pueblo de Caracena, debió existir otro poblado de la misma época que Los Tolmos, posiblemente ocupado por las mismos grupos que podían alternar dos ambientes muy distintos, mucho más favorable el último a los rigores climáticos del invierno. Estas gentes del grupo Cogotas I también ocuparon cuevas, como la del Asno de Los Rábanos cuyos hallazgos comparten vitrina con los de Caracena.

En El Hocino no hay evidencias de esa actividad ganadera. Tampoco de la agrícola: no se han encontrado ni las hachas o azuelas pulimentadas ni los dientes de hoz -silex dentados- utilizados para cortar la mies, siempre presentes en los otros yacimientos citados. Su localización topográfica tampoco aporta argumentos a las dudas planteadas. Para controlar la llanada y las tierras de cultivo, hubiera sido lógico situarse en las tierras más elevadas, con mayor visión  y manteniendo el acceso a los cultivos. El Hocino se ubica en una zona sedimentaria de inundación, y con seguridad esa fue la causa del abandono de este sitio: el desbordamiento del Duero, como demuestra la capa de limos que lo cubre,  circunstancia que se repite con las evidencias de época romana.

Por qué, entonces, la insistencia en ocupar este espacio. Una probable respuesta la encontramos en el hallazgo, precisamente, de esta cazuela. Apareció depositada sobre una oquedad, sobre uno de los afloramientos calcáreos que aparecen en la zona alta del enclave: por la ubicación y por el hecho de que aparecieran todos los fragmentos juntos, hace suponer su localización en posición primaria, directamente sobre estas rocas que, por ello, hay que suponer serían visibles durante la ocupación prehistórica. 

Se trata de una formación de dolomías cretácicas a las que se asocian formaciones de toba y la abundancia de fuentes y manantiales de aguas de calidad, un recurso natural de alto interés, tanto por su aprovechamiento directo, por la posibilidad de irrigación de determinados cultivos o, incluso, la existencia de zonas húmedas durante todo el año aptas para el ganado.

Por ello, probablemente la elección del lugar se deba a la existencia de algún manantial o fuente de aguas calcáreas, fuertes, con abundancia de minerales beneficiosos para el organismo, los cultivos o para la transformación y tratamiento de productos. Al respecto, ciertas referencias señalan el interés de este tipo de agua para la producción de cerveza, en cuyo procesado —dependiendo del grado de dureza— bajaría la acidez y aportaría dulzura, lo que pudo derivar en un interés por controlar su acceso y explotación. La localización de la cazuela sobre el propio manantial adquiriría una función ritual o bien pudo servir, a través de un modelo decorativo propio de este grupo, para identificar a estos habitantes temporales del lugar.