José Luis Bravo

SOPA DE GUINDILLAS

José Luis Bravo

Periodista


A la fuerza ahorcan

22/01/2022

A base de leer y leer, de darle vueltas a los avatares de nuestra historia y de las ajenas, cada vez tengo más claro que, de los tres poderes sobre se los que sustentan las sociedades actuales y pasadas desde el neolítico, el político-militar, el religioso y el económico, es este último el que está más cerca de alcanzar la categoría de 'inmutable'. Los otros dos ahí siguen. Fluctúan en función de diversas circunstancias pero ahí están. Pase lo que pase, el poder del dinero siempre sale a flote y ahora más que nunca. Si hay una guerra, ganan, si hay una epidemia también, si una crisis política derriba gobiernos, ahí están los dólares, lo euros o los rublos para ponerse del lado de la facción más rentable.
Pero más allá de los asuntos globales, a los que podría recurrir para apoyar mis argumentos, hoy me gustaría hacer una reflexión de recorrido corto, casi doméstico, pero que refleja bien a la claras el poderío que están alcanzando los bancos que no sólo controlan nuestros dineros sino también nuestra privacidad y en definitiva nuestras vidas. Imagino que ustedes no son ajenos a la evolución de estas entidades en los últimos tiempos y no sólo por lo que respecta a la bancarrotas que tenemos que financiar los contribuyentes sin que sepamos por qué, como en el caso de Bankia, sino por el trato cada vez más humillante que sufrimos los usuarios y especialmente las personas mayores que han llegado tarde la digitalización de sus gestiones. Ya no hay atención personalizada en muchos bancos, todo pasa por dispositivos como el ordenador o el cajero. No pagan ni un euro de intereses por disponer de nuestro dinero e incluso nos cobran por ello abusivas comisiones. No extraña que lo hagan porque ya no es posible tener los ahorros en el forro del colchón y pagar en efectivo la luz, el agua o las basuras. Todo pasa por ellos o volvemos al paleolítico. La banca ya no es una opción. Estamos en sus manos y nadie legisla para proteger a poblaciones vulnerables a sus abusos. Por ejemplo, las aludidas personas mayores que se las ven y se las desean para manejarse en un ámbito digital que no entienden y no tendrían por qué hacerlo.
A estas alturas, y salvando a la Caja Rural de Soria que aún tiene personas amables y competentes al otro lado de una ventanilla y atención al medio rural incluso con oficinas móviles, me extraña que no aparezca una entidad para atender a lo que queda de la sociedad analógica. Puede que tuviera éxito. Eso sí, a costa de pagar más personal y por tanto renunciar a los obscenos beneficios que nos pasan por los morros los banqueros, cada vez que, con crisis o sin ella, los exhiben en sus juntas de accionistas.