Carteros rurales, emisarios hasta el destino más recóndito

Ana I. Pérez Marina
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Antonio estuvo 43 años prestando servicio en el medio rural y Francisco ya lleva más de tres décadas, y lo que le queda, recorriendo kilómetros portando correspondencia

Carteros rurales, emisarios hasta el destino más recóndito - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.

Benamira es un «pequeño rinconcito», como dice en la cuidada página web del pueblo, situado a los pies de la Sierra Ministra, pedanía de Medinaceli. Tiene censados una decena de habitantes, de forma que, como tantos pueblos de Soria, se ha convertido en un apacible lugar para pasar fines de semana y vacaciones. Cuando en el año 1986 Francisco Ortega se inició en el oficio de cartero empezó con la ruta de Azcamellas, Benamira, Esteras de Medinaceli, Fuencaliente, Torralba y Ambrona. Más de tres décadas después lleva 16 pueblos y «un cuarto» de Arcos de Jalón, recorre a diario 132 kilómetros en coche y otros diez caminando. Tiene 60 años y no tiene intención de jubilarse, se quiere reenganchar.

El oficio de cartero lo empezó Antonio Lafuente en su casa de Morón de Almazán en 1974 y en Correos siguió hasta hace un año, cuando optó por la jubilación al cumplir los 63 años. Cuarenta y cinco años de profesión dan para mucho, para «escribir un libro», asegura Antonio, y también para dejar constancia de cómo se han vaciado los pueblos, cómo la tecnología ha transformado por completo los hábitos humanos y la propia profesión. Es un buen hilo conductor para repasar la historia más reciente.

A Antonio y a Francisco les une la vida de cartero de pueblo, el contacto con los vecinos, «el trabajo de calle», advierte el empleado de Correos todavía en activo. «Empecé en 1986 sustituyendo una baja de tres años y nueve meses. Luego en 1992 hice las oposiciones a Correos, aprobé para funcionario y personal laboral, tuve que elegir entre quedarme o irme fuera, y me quedé en Arcos de Jalón, opté por ser cartero de pueblo. Desde ese año he estado en esa zona, excepto en un intervalo que estuve en Ariza haciendo las funciones de jefe», relata.

La oficina de Correos en Morón de Almazán estaba en casa de Antonio, donde para ello tenía arrendada una habitación. El destino del ferrocarril, en concreto de la línea Valladolid-Ariza, determinó también el de este cartero rural. «Teníamos oficina en  mi casa por la mañana con atención al público, salíamos a mediodía recoger y entregar correspondencia al tren. Venía todo por el tren y dependiendo del jefe de estación casi te tenías que tirar del tren en marcha. Y por la tarde, a repartir», explica. Cuando quedó clausurada la línea del tren, en el año 1995, iba desde Almazán a través de enlaces durante unos años, hasta que llegó otra reestructuración y su último destino fue la villa adnamatina. «Empecé con un pueblo y acabé con 21, aunque llevaba menos correspondencia que solo con Morón de Almazán al principio», indica.

correo comercial. Hace años que se esfurmaron los tiempos de las cartas de «besos y abrazos» y los incontables ‘christmas’ que se enviaban a familiares y amigos para felicitar la Navidad. «Ahora casi todo es correo comercial», señala Antonio, y las misivas de puño y letra son excepcionales. El teléfono, el correo electrónico, las redes sociales... han sustituido a aquellas cuartillas encabezadas con el emplazamiento y la fecha en la esquina superior derecha, y el afectuoso: Querido/a... «Antes casi todo eran cartas familiares y no había tantos paquetes, ahora es impresionante, aunque todavía hay más unidades de cartas», comenta Antonio.

Francisco destaca cómo la tecnología ha cambiado la forma de trabajo, con las PDA, cada vez «más sofisticadas», cuando hace años de todo quedaba constancia en papel. 

Lo que ha no ha decaído, en contra de lo que pueda pensarse, es el envío de postales remitidas desde cualquier lugar del mundo. Y es que cada vez se viaja más y se mantiene esta costumbre. «Ahora hay postales que se hacen a través de internet y son las de toda la vida de monumentos y paisajes», sostiene Francisco. 

Precisamente, al hilo de una postal este cartero cuenta una anécdota que nunca olvidará. A sus manos llegó una tarjeta procedente de Australia con el destino a la siguiente dirección: «El dueño de la burra Dorotea. Benamira». No el sonaba que nadie en el pueblo contará con un jumento, así que preguntó a los vecinos. Cayeron en la cuenta en los pastores trashumantes que andaban de paso por esos parajes y, efectivamente, tenían una burra de nombre Dorotea y el dueño recibió postal desde 16.000 kilómetros de distancia, parece que de un esquilador que conoció en algún momento.

visita diaria. «Cartero, ¿tengo giro?». Es la pregunta que más se repite, coinciden ambos. No obstante, la labor social que realizan los carteros no tiene límite. Son los únicos que pasan a diario por muchos pueblos en los que, quizás, el médico solo va una vez a la semana y hace tiempo que dejaron de recibir la visita de los comerciantes. 

«A varias personas les he tenido que leer la correspondencia, porque son mayores y viven solos. El servicio social lo haces aunque no quieras», señala Francisco. Y es que, de alguna manera, actúan como vigilantes de los pueblos y sus vecinos. Recuerda un día en Ventosa del Ducado lo acaecido con un lugareño al que le llevaba el periódico a diario. «Todos los días llegaba, se lo dejaba en la reja y al día siguiente el periódico no estaba. Y ese día no lo había cogido. Llamé al vecino y le pregunté por Pedro. Ya me dijo que a su hija tampoco le cogía el teléfono, no sabían de él. Nos asomamos por una puerta de cristal y vimos un bulto en el suelo. Tuvimos que llamar a la Guardia Civil y a la ambulancia», describe.

vigilantes. Asimismo, en algunas ocasiones han dado aviso de robos. «He visto furgonetas de las que van arramblando por ahí todo lo que pillan. Subí a Soliedra y al lado de la iglesia había hierros, verjas y herramientas, y allí estaban cargando. Fui a casa del dueño, los pilló y les hizo descargar», cuenta Antonio. 

En el caso de Francisco, asegura que cuando ve algún vehículo «extraño» avisa a la Guardia Civil. También en Benamira dio la voz de alarma a la Benemérita cuando comprobó que habían derribado el vallado de una vivienda y el resultado fue que robaron en 16 casas en una noche, en todas aquellas que se encontraban deshabitadas.

«Si es que los que vamos todos los días a estos pueblos somos nosotros», reitera Francisco.

Ambos consideran que la figura del cartero se ha desvalorizado con el paso del tiempo. «La gente cree que el cartero no hace nada. Solo con conocer un poco la normativa de notificaciones ya tienes bastante, es durísima y estamos en continuo reciclaje», estima Francisco, a lo que Antonio apostilla que incluso puede considerarse casi un «trabajo de notario».

no es un mito. El enfrentamiento entre carteros y perros ha ido adoptando históricamente casi la consideración de mito o leyenda urbana. Lo desmienten. Es un riesgo real y verdadero que los dos han vivido en  primera persona. Francisco lleva la marca de los colmillos de un can. «Eran dos, estaban sueltos en el pueblo, parecían abandonados. Y uno me mordió. Lo tuvieron que tener en cuarentena y el médico denunció», rememora. También en Yelo hubo que sacrificar a otro perro por distintos ataques a personas. «No es mito, no, con los perros tienes que llevar mucho cuidado», significa.

Antonio tiene alguna experiencia de conflicto con vecinos que no tenían a sus perros atados y con bozal, y a los que ha tenido que advertir con denunciarles si no ponían remedio al  peligro de sus animales.

Con cientos de chascarrillos por contar, buenos recuerdos y otros peores, Antonio y Francisco se muestran carteros vocacionales. Pero de los de pueblo, de los que pisan la calle.