Gonzaventuras, 48 días por el Duero

Sergio Arribas
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El segoviano Gonzalo Sanz recorre 900 kilómetros del río en kayakdesde el nacimiento en Soria hasta su desembocadura en Oporto

Gonzaventuras, 48 días por el Duero

«No vas a poder». Sin paños calientes. Así se lo decían sus amigos cada vez que anunciaba su próximo viaje o más bien aventura. «Ya veremos», les respondía el segoviano Gonzalo Sanz Ahijado o mejor 'Gonzaventuras' —como ya es popular entre miles de internautas— que ha pisado los cinco continentes y conoce unos 25 países. Varios son los retos cumplidos por Gonzalo y con los que dejó boquiabiertos a más de un incrédulo. Ha recorrido en bicicleta la ruta Londres-Paris-Madrid o la ribera del río Danubio a través de 9 países; en motocicleta los 6.000 kilómetros que distan entre los cuatro puntos más extremos de la península ibérica; o en furgoneta los 66 de los 68 pueblos más bonitos de España.

Con buenas dosis de 'cabezonaría', osadía y buena preparación Gonzalo había ido cumpliendo sus aventuras en solitario —la pandemia abortó el recorrido por los pueblos españoles—, relatados en su canal de Youtube, donde suma más de 170.000 seguidores, a los que se añaden otros 40.000 en Instagram. Y alguno de sus vídeos suma más de un millón de reproducciones.

Familiarizado con la bicicleta, la moto o su mítica furgoneta camper Volkswagen T4 —la que le acompañó en la mayoría de sus viajes y que logró rifar este año entre sus seguidores tras vender 9.000 papeletas— Gonzalo, natural de La Losa, quería ponerse a prueba, abandonar las ruedas y adentrarse en un viaje nada sencillo, con un medio de transporte desconocido, el kayak, fuese una travesía por la costa o por un río navegable.

Entre el Tajo y el Duero, se decantó por el segundo, que ha navegado, casi desde su nacimiento hasta su desembocadura para sumar unos 900 kilómetros, atravesando Soria, Burgos, Valladolid, Zamora, Salamanca, y territorio portugués hasta la desembocadura en Oporto. Sin embargo, la aventura comenzó en una bici, con el ascenso al Pico Urbión. En su entorno nace el río Duero. 

Por sentido común, Gonzalo renunció a usar el kayak en la primera parte del recorrido, de aguas bravas, donde el río no es navegable. Su escasa experiencia con la canoa —limitada a la navegación recreativa con amigos en las Hoces del Duratón y en el descenso amateur del río Sella— así se lo aconsejó. 

Al día siguiente de subir en bici al Urbión, tomó la canoa y empezó a navegar por el Duero a la altura de Hinojosa de la Sierra (Soria). Desde allí hasta la también localidad soriana de Almazán «era una parte muy complicada. Ya me dijeron, gente entendida, que yo solo con la canoa, sin ayuda exterior, que lo iba a tener casi imposible», recuerda. Pero Gonzalo echó el resto y a base de pundonor logró pasar este tramo, no sin grandes dificultades. Aquella primera semana, a finales de septiembre, con destino a Almazán fue «durísima», sin comparación con lo vivido en viajes anteriores. «Creo que era la primera vez que pensaba que no iba a poder», confiesa Gonzalo.

50 kilos de peso. La primera dificultad obedecía a los casi 50 kilos de peso que sumaban el kayak y su equipaje – una mochila estanca servía para guardar comida y ropa dentro de la canoa—; teniendo en cuenta que Gonzalo recorría el río solo, sin contar con soporte en carretera, es decir, alguien que le pudiera ayudar desde la orilla con un coche o furgoneta. En esa primera parte del río la navegación está llena de dificultades, al existir zonas rápidas o de aguas bravas, aunque también tramos de escaso caudal, donde solo había piedras y en los que el kayak 'se atascaba' o puntos tan estrechos que eran casi imposibles de atravesar con la canoa.

«Hay canoas para aguas bravas y otras para travesías pero yo no podía cambiar, necesitaba un kayak para todo y valer para todo significa al final que no valía para nada», recuerda Gonzalo, que todavía guarda en la memoria el paisaje salvaje de esta zona del Duero. «Hay zonas muy estrechas. La vegetación se comía el río, con muchos árboles caídos. Y luego me encontré con muchos azudes o pequeñas presas. Aquella primera semana me decía ¡dónde me he metido!».

Cuando se topaba con un azud o un árbol caído, tenía que hacer un 'porteo, es decir, abandonar el río y trasladar, con sus propias manos, la pesada canoa por tierra firme, por la orilla, hasta, una vez superado el obstáculo, devolver el kayak al agua. Para salvar un obstáculo, tenía que localizar un punto donde poder salir del río, algo que era, en muchas ocasiones, complicado, pues en muchos tramos las riberas eran grandes taludes y masas forestales. «Era una locura», recuerda. 

Si percibía que no podía continuar navegando, Gonzalo dejaba el kayak en el río, en un punto donde la canoa podía salir del agua. Entonces cogía una mochila y se ponía a andar por la ribera. La misma mochila le servia para señalar el punto donde, tras el breve recorrido por tierra, el kayak podría volver a entrar al río. Este 'modus operandi' le jugó malas pasadas, pues más de una vez se desorientó entre el agua y la densa vegetación.

Las 'excursiones' por orillas, riberas y parajes cercanos tampoco estuvieran exentas de peligro. «Me metía en medio del monte, donde no había senderos ni nada.. En época de caza, llegué a escuchar tiros a mi alrededor. Y te topabas con muchos animales que iban a beber agua. Siempre llevaba un cuchillo, de los de buzeo, con una cincha enganchado a la pierna por si me caía al agua y me enredaba con alguna vegetación».

No obstante, lo que más le angustiaba en todo el viaje era quedarse atrapado de noche en el río. Un rato antes de caer la noche siempre buscaba un lugar para salir y poder dormir a la orilla. Sin embargo, una noche tuvo que pasarla en el kayak dentro del río armado con una linterna. Lo pasó mal. Pero lo que más miedo le daba era el ahogamiento. «Un día me caí al río en unos rápidos. Me quede atrapado dentro del agua unos segundos, que se me hicieron eternos. También temía caer en una zona de aguas bravas y darme con alguna piedra en la cabeza», recuerda.

Lo que le generaba una «cierta tranquilidad» es que llevaba consigo un localizador GPS, de tal manera que su familia y amigos sabían en todo momento en qué punto se encontraba. Cada noche apretaba el botón GPS que mandaba un 'sms' y que significaba «estoy bien».

entre grandes buques. De todo el curso del río Duero, Gonzalo se 'saltó' unos 100 kilómetros, entre ellos la zona fronteriza con Portugal. El «miedo» que le asaltó en el Duero 'salvaje' le sobrevino en territorio portugués, pues debía navegar con su pequeño kayak en zonas del río con tráfico marítimo. Su mayor preocupación eran las esclusas, —obras hidráulicas que permiten vencer desniveles, elevando o descendiendo los navíos—, barcos que, según el aventurero segoviano, alcanzaban los 80 y 90 metros de alto. Gonzalo pasó la esclusa más alta de Europa con su kayak entre grandes barcos.

Gonzalo recuerda su aventura, —que se prolongó desde finales de septiembre a mediados de noviembre—desde su pueblo, La Losa. Viajará después a Reino Unido a descansar unos días, aunque su idea es retomar su viaje, con su nueva autocaravana, por las islas canarias, el que arruinó la pandemia, con la declaración del estado de alarma y que le obligó a regresar a la península.