Alea, el juego de Roma

Diego Díez Corral
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Los romanos hallaban un entretenimiento ocioso entre el quehacer cotidiano

Alea, el juego de Roma

El juego ha sido utilizado por las sociedades humanas como método de aprendizaje de los niños mediante la emulación del comportamiento de los mayores: jugar a la caza o a la guerra, jugar como muñecas o miniaturas de cacharros de cocina... Anticipaba la edad adulta adquiriendo diversos roles. 

Los romanos eran jugadores. Les gustaba el juego y se integraba en todas las facetas del tiempo cotidiano. En el juego adulto, se entremezcla el ocio, la competitividad y la apuesta; y se establecen unos límites temporales, con reglas perfectamente estipuladas y aceptadas libremente por los participantes. También podía tratarse de un juego libre en donde se pactaba un objetivo y unas normas de modo casi improvisado.

Los romanos apostaban cantidades importantes de dinero. Muchos se arruinaron y, en general, la apuesta fue considerada inmoral. Durante la República Romana se entendió que al apostar dinero, los mejores valores del individuo se diluían, pues podían llevar a su familia a la miseria, e igualmente mitigaba su firmeza. Por ello, se redactó la Lex alearia, estableciendo qué tipo de juegos serían considerados legales y cuáles no. El amigo de Marco Antonio, Licinio Lenticula, fue condenado por jugar a los  dados en el Foro y Cicerón lo despreció públicamente. Ya durante el Imperio, según Suetonio, el emperador Claudio, olvidadizo, «mandó avisar a muchas personas para que fueran al consejo o a jugar a los dados el mismo día siguiente de haberlas condenado a muerte, y, como si se retrasaran, encargaba a un mensajero que las reprendiera por dormilonas». Y Suetonio añadió que su litera estaba dispuesta de modo que no se interrumpieran o trastocaran las  jugadas. Claudio llegó a escribir un libro acerca del juego de los dados.

Por supuesto, los juegos más aceptados eran los ludi publici: las carreras de caballos que se celebraban en el Circo, donde se apostaba a una de las cuatro facciones participantes, y los diversos juegos que se desarrollaban en el anfiteatro.

En el ámbito privado se disponía de un amplísimo abanico de juegos. Sin duda el que más afición disfrutó fue el juego con dados, fácilmente transportables, de los que se ha conservado un amplio número procedentes de espacios domésticos, campamentos militares…y  de variados materiales aunque los más habituales fueron el hueso y el marfil. Se solía jugar con dos o tres dados y un cubilete. Por supuesto, en ocasiones, alguno de ellos estaba trucado favoreciendo que el numero más frecuente fuera el seis. Juvenal en su obra Sátiras criticaba: «Si a un viejo le gusta el ruinoso juego de los dados, también su heredero, que aún lleva la bula, agita las mismas armas en un pequeño cubilete». 

También se jugaba a las tabas consideradas el precedente de los dados. Las reglas se  determinaban antes de comenzar: jugar a obtener el valor más alto, o por el contrario, el más bajo; ganar obteniendo ciertos valores acordados previamente…las variaciones eran muy diversas. La mejor tirada era la que sacaba seis en los tres dados. Se la llamaba ‘tirada de Venu’  (iactus Veneris). Por contra la peor sería sacar tres unos. 

Si se usaban tabas se asignaba a cada una de sus caras un valor determinado, la cara cóncava valía 3 (ternio), la convexa 4 (quaternio); las caras laterales valían 1 (unio o canis ‘perro’, la cara más lisa) y 6 (senio, la cara más sinuosa y terminada en una especie de pico).  En el caso de las tabas se usaban cuatro. La mejor tirada era sacar cuatro valores diferentes y recibía también el nombre de ‘tirada de Venus’. Se han realizado cálculos para saber la posibilidad de obtener una tirada de Venus llegándose a la conclusión de que sería una vez de cada 26. También se han conservado numerosas fichas de juegos de mesa o suelo, en materiales como cerámica recortada, hueso, marfil, piedra y pasta vítrea.

Sin embargo, conocemos mejor los tableros siendo los cerámicos los más frecuentes junto con los grabados en la piedra de aceras y escaleras de las calles. Entre los juegos de tablero existe el que se conoce como precedente del ajedrez, un juego de estrategia, conocido como latrunculi, cuya traducción es juego de los ladrones, que se jugaba sobre una tabula latruncularia, tablero ajedrezado. Este juego contaba con gran aceptación por parte de los romanos, y el tablero bien podía ser fijo o portátil, teniendo dos tipos de piezas, las calculii ordinari que equivaldrían a los peones del ajedrez, y los calculi vagi, compuestos por distintas piezas que cumplían funciones de centuriones, elefantes, satélites y caballeros. Otro juego complejo incluía el duodecim scripta, que se ha considerado parecido al backgammon. Lamentablemente desconocemos sus reglas que pudieron haber variado según áreas culturales dentro del imperio romano y a lo largo del tiempo.

Otro juego popular de tablero fue el molendinum, un juego muy similar al tres en raya de hoy día, que se jugaba sobre un tablero de 9 por 9 casillas. Objetos tales como las monedas podían servir también para poder hacer apuestas, simplemente jugándose el dinero a lo que hoy se conoce como cara o cruz (caput aut navis).

El juego fue muy popular entre todas las clases sociales. Augusto apostaba con frecuencia pero cantidades prudentes. Nerón era, sin embargo, excesivo en el juego, apostando un mínimo de 400.000 sestercios. Se jugaba en las casas nobles y en las trastiendas de las tabernae, se apostaba en el anfiteatro y el circo a quien sería el ganador, se jugaba en las aceras y calles, en el tiempo libre de los soldados acuartelados, en los albergues de viajeros…

Soldados romanos se echaron a suertes las ropas de Jesús crucificado. Se jugó a una versión antigua de lo que hoy llamamos piedra papel y tijera: a la de tres, cada uno de los dos jugadores mostraría una mano, pero el número de dedos extendidos variaría. 

Amiano Marcelino escribía sobre la pasión por el juego del pueblo romano en el s. IV: «Estos, todo lo que viven, lo malgastan en vino, dados, juegos, placeres y espectáculos. Para ellos, su templo, su hogar, su asamblea y la esperanza de todos sus deseos es el Circo Máximo. Y, de hecho, se les puede ver por las plazas, callejones, avenidas y puntos de reunión formando grupos en los que discuten sus diferencias y defienden a unos o a otros, como sucede con frecuencia. […] juran una y otra vez que el estado no podrá subsistir si, en la siguiente carrera, su auriga favorito no sale el primero de la línea de salida y no realiza giros muy arriesgados con sus caballos de mal agüero».

La volatilidad, la incertidumbre del presente se acentuaban con el juego. Nada era permanente y un buen jugador podía mejorar considerablemente en la escala social. Otro podía perderlo todo. Los más hallaban un entretenimiento ocioso entre lo cotidiano.