Larga vida a los sorianos

Nuria Zaragoza / A.I.P
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Eulalia Borque tiene 107 y Escolástica Fernández 101. La ilusión por vivir y su buen humor forman parte de su denominador común

Larga vida a los sorianos - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.

Según el último padrón oficial, hay 88 sorianos centenarios. La esperanza de vida ha aumentado desde los 75 años en 1977 hasta los 84,82 en 2017. El Día de Soria ha estado con dos centenarias que cuentan el secreto de su longevidad

Eescolástica Fernández de Velasco (101 años): «A mí me gustaba mucho más la  forma que teníamos antes de vivir»

Nos recibe con una sonrisa en su casa de Bayubas de Abajo. No es solo un gesto de cortesía, es su seña de identidad. Porque si algo caracteriza a Escolástica Fernández de Velasco Bertiz es su simpatía, sus ganas de disfrutar de cada instante, y hacer disfrutar a quien tiene cerca. Lo sabe bien su hijo José María, con quien vive. «Un tesoro», «mi suerte», lo describe su madre, que recuerda también a Fernando y Jesús, sus otros vástagos. Él cuida de ella. «Y ella de mí», recalca José María. Porque, se nos olvidaba comentar un detalle, Escolástica tiene 101 años. 

Esta bayubesa rompe todos los tópicos de la edad. «Ni artrosis ni reuma ni nada». De hecho, tiene unas piernas y unas manos que «enamoran», apunta entre risas recordando anécdotas. Solo toma una pastilla para la tensión y un cuarto de otra cuando está nerviosa.

Aunque su padre y uno de sus nueve hermanos fueron médicos, ella visita al suyo poco. Y cuando le receta algo, «leo el prospecto y, como algo no me guste, no me las tomo. Les digo que sí pero no, o como mucho me tomo un cachito para probar», explica con una sonrisa pícara. 

Larga vida a los sorianosLarga vida a los sorianos - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.Ha estado ingresada solo en una ocasión.Y «no me gustó», advierte. «La tuvieron cuatro días pero porque era fin de semana», matiza su hijo. Porque tiene una salud de hierro. ¿El secreto?, le preguntamos. «Si hay secreto, yo no lo sé», bromea. No obstante, a lo largo de la conversación -y entre risas- vamos descubriendo algunos enigmas de su longevidad. «Yo creo que los ajos vienen muy bien», apunta. Se refiere a los dos dientes de ajo que se toma desde hace «por lo menos 30 años» en ayunas y con un zumo de pomelo. El resto de la receta para cumplir 101 años en su casa, en su pueblo, siendo completamente válida y con esa vivacidad lo completamos nosotros con su complicidad:no ir mucho de médicos, tener la mente ocupada «para no pensar en lo malo», estar activa, y tener un hijo «como un sol». Juntos van de viaje, «aunque soy muy mala copiloto», matiza guasona. «Ya me está diciendo que cuando vamos a Valencia, a ver al nieto; está deseando viajar», añade José María. Es también quien le acompaña al supermercado, donde lo pasa «estupendamente viendo cosas». Y con quien comparte momentos de lectura. Porque, un recordatorio, es la lectora más longeva del Bibliobús de la Diputación. Por ello la reconocieron hace unos meses. Ella misma visita cada quince días el autobús para recoger dos libros, casi siempre de intriga.«A mí lo que me gusta es lo de quién  mató al otro, ir leyendo a ver qué ha pasado, porque si sabes desde el principio lo que pasa...». 

La lectura, junto con los autodefinidos y la costura, son sus aficiones. Las cartas no le gustan nada. Las aborreció después de regentar el bar. Tampoco la tele, porque «no dan más que cosas malas». «Nos hemos vuelto muy malos, yo no he visto nunca tantas burradas como ahora», lamenta. «Y ahora, ¿qué pasará con España?», se pregunta. Ella ya tiene claro su voto y, advierte entre risas, «si pudiera meter doce papeletas en vez de una, las metía». 

Si ella hubiera sido alcaldesa, «hubiera hecho mucho más» por su pueblo, garantiza. Hubiera trabajado para «poner algo y que la gente no se fuera». Porque hubo un tiempo, recuerda, que «la escuela de Parvularios estaba llena con 30 niños, y había escuela de chicos y de chicas». Su memoria de aquellos tiempos permanece intacta... Recuerda cuando con trece años partió la familia a Huérteles, su vida después en Vozmediano, sus caminatas a diario hasta Ágreda (10 kilómetros) para trabajar en la Sección Femenina, donde le dieron la medalla de oro por sus 25 años como divulgadora rural, su regreso a Bayubas «ya sola con mamá». Lo peor, la guerra que le robó dos hermanos... Es el único momento en el que la risa se le agrieta.

Mira el paso del tiempo y los avances con total naturalidad y considera que «todo está bien, pero para mí la lavadora fue lo mejor». Fue el final a esas mañanas lavando en el río helado. ¿Y los avances tecnológicos?. «Es muy raro. Antes veníamos de la escuela y corríamos a jugar. Ahora los chicos se quedan sentados ahí con el móvil y el dedo». Por todo ello, lo tiene claro: «Me gustaba mucho más la forma que teníamos antes de vivir». Alude a la familia, al respecto y cariño a los mayores, al matrimonio («ahora parece que todo tiene caducidad»), al vecindario...

En el camino se nos ha quedado contar toda su historia laboral. Pero les diré que ha sido emprendedora, trabajadora incansable, luchadora. Tuvo estanco, tienda y bar, y fue la que compró la primera televisión (después de la del Ayuntamiento) en Bayubas, y la primera cafetera. Tenía visión de negocio y sabía que así mantenía a los clientes. Pero toda esa historia la dejamos para cuando cumpla los 102... 

En las fiestas de Bayubas del año pasado «bailé con mi hijo», nos recuerda antes de marchar. Este año, la esperamos a ritmo de pasodoble...

 

Eulalia Borque (107 años): «He trabajado mucho. De niñera, acarreadora, segadora... »

«Por lo menos cuatro o cinco veces he salido en el periódico». De hecho, esta es la segunda vez que Eulalia Borque tiene su hueco en El Día de Soria. Y no es para menos, teniendo en cuenta que, probablemente, es la persona más anciana de la provincia con 107 años cumplidos el pasado noviembre. «Los que haga 108», nos cuenta cuando le preguntamos por su edad. Lleva en la residencia de mayores de Matamala de Almazán «desde que la abrieron» en el año 2014. Nos recibe risueña. La verdad es que sonríe durante toda la conversación, incluso cuando recuerda los momentos más duros de su larga vida, los de la guerra, los del hambre, los de  trabajo incansable para sacar adelante a sus seis hijos.

Cuando llegamos al centro residencial está con otros compañeros en la sala de terapia ocupacional, donde «antes hacía vendas porque los hombres las hacían muy mal, las doblaban de cualquier manera. Ahora ya no hago, se me duermen las manos y me duelen», asegura sin contener la risa. Nos recuerda que, aunque la mayor parte de su vida, desde que se casó, la ha pasado en Matamala de Almazán, nació en Bliecos, y nos aclara también que quizás se acerque su hija Consuelo, porque ya el día anterior le avisaron de la visita de la prensa.

No cree que exista una receta mágica para llegar a los 107 años. «He trabajado mucho. De niñera, acarreadora, segadora... Cuanto más trabajaba, mas quería. No hay otro secreto [para ser tan longeva]. Me quedé ciega cuando estaba sirviendo. Me vino algo, alguna enfermedad, y perdí la vista. Pero iba a acarrear», cuenta y evidencia así que ha sido una mujer fuerte, que ha sabido encarar la vida con tesón en las circunstancias más adversas. «Iba al médico a Madrid, allí me iban curando, allí me fui recuperando», explica.

tiempo de guerra. Eulalia nos relata que su marido fue «excedente de cupo», pero cuando «llegó la revolución» [la guerra civil] le llamaron a filas. «Y yo menuda llorera», confiesa. «No te creas que van a ser tantos días, me dijeron... anda que estuvo tres años, fíjate, y en muchos sitios». 

Más de 107 años de existencia dan para cientos de anécdotas y vivencias. «Antes no había ni una peseta, se pasaba mucha hambre, mucha, mucha. Vendía chorizo para que mis hijos pudieran comer pan, así que fíjate», lamenta, mientras extiende su mano y me ofrece unas galletas que le han sobrado «del almuerzo». Quienes la conocen bien destacan su generosidad. Una de las empleadas de la residencia rememora cuando Eulalia hacía los «mejores rosquillos para todo el pueblo» cuando llegaban las fiestas.

Y el buen humor tampoco hay que perderlo nunca. «Claro que no, hay que reírse y reírse, porque ¿quién tiene la culpa de lo que te pase? Pues nadie tiene la culpa, hay que reírse», apunta.

Trabajo, generosidad, humor... y amor. Poco a poco vamos hallando las claves de la longevidad de Eulalia. Porque cada vez que menciona a los suyos, a su familia, se le ilumina la cara, se le llena de orgullo. «Me quieren los chicos, sí, sí», sostiene con la dulzura en el gesto. «Les doy consejos. Ahora me cuenta un nieto: con esta chica voy y le pregunto, toma, ¿y la otra? Le dije: ¿Pero vais formales o novios de ‘bolín-bolán’?» y la risa le impide continuar. «Antes tener novio era una escritura y lo considerabas como de casa. Con mi marido aún fuimos tiempo de novios. Hay que aguantar mucho, de novios, de casados... ahora no es igual, no», comenta.

Había anotado en la lista de recomendaciones para superar los cien años como Eulalia: trabajo, generosidad, humor, amor... «Y divertirse también, ¿eh? El baile sí me gustaba, sí»,  indica para que lo apunte mientras le anunciamos que hay que prepararse para la sesión de fotos. «Esta mañana me han bañado, ¡el agua estaba helada como baja por el río, ay que fría estaba!», bromea entre risas. Le pregunto si se ha puesto el pañuelo granate con detalles y los pendientes para salir guapa, y me responde con otra de sus sonrisas y mirada presumida. La directora de la residencia, Paula, asegura que siempre le gusta ir arreglada, que no le pueden faltar a diario estos complementos y que «le gusta arreglarse el pelo».

Durante el posado para las fotografías, van pasando compañeros con los que se saluda, y llega a saludarnos Ovidia, que nos cuenta que es sobrina de Eulalia. «Es hermana de mi madre», explica, que al parecer «también murió de muy mayor». Así que todo apunta a que la genética también tiene que ver en la longevidad de Eulalia.

No escatima en efusividad y con mucho cariño cuando nos despide hasta la próxima vez que vayamos a visitarla. Hasta el 16 de noviembre, por su cumpleaños, el de los 108, le proponemos. «¡Claro!», contesta, «¡cuándo queráis!».