¿Y la vacuna contra el sida?

Alejandro Rincón (EFE)
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Varios expertos explican por qué desde hace décadas se investiga sin éxito una profilaxis para hacer frente al VIH, mientras que en menos de un año se han conseguido varias para frenar al SARS-CoV-2

La rapidez sin precedentes con la que se han desarrollado las vacunas anticovid ha puesto sobre la mesa un interrogante: ¿por qué otros virus de impacto global como el VIH aún no cuentan con antivirales efectivos? Si bien en diciembre una candidata de la farmacéutica Janssen entró en la fase final de ensayos clínicos, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) -que si no se trata causa el sida- ha visto pasar ya una década sin un intento exitoso por lograr un medicamento que evite su infección crónica.

Entre tanto, y mientras 38 millones de personas en el mundo están infectadas por este virus, otro patógeno, el SARS-CoV-2, ha logrado en tan solo un año que la industria farmacéutica desarrolle vacunas funcionales que estimulan con éxito una respuesta inmunitaria.

En esta carrera han ganado la urgencia de contener un contagio masivo, la experiencia previa con epidemias de otros coronavirus y la necesidad apremiante de medicamentos para contener los imparables contagios. Precisamente, esta situación tan dispar ha plagado las redes sociales de cuestionamientos sobre cuáles son las diferencias entre ambas enfermedades, por qué una lleva décadas de desarrollo y otra apareció tan rápido y si existen intereses ocultos que obstruyen una vacuna contra el sida y han frenado su financiación.

Lo primero a lo que apuntan varios expertos es a la facilidad de transmisión que ha mostrado el nuevo coronavirus en comparación con el VIH, y que se ha visto reflejada en que más de 114 millones de personas han resultado positivas y unas 2,5 millones han muerto en poco más de un año.

«Esta celeridad en la elaboración de una vacuna se relaciona con el impacto: el SARS CoV-2 es un virus de transmisión respiratoria y, por tanto, su capacidad de afectar enormes grupos poblacionales, inclusive toda la población mundial, con mucha rapidez, es esperado», explica David Urbaez, director científico de Sociedad de Infectología del Distrito Federal de Brasil . «La transmisión del VIH, por otra parte, es sexual, vertical (de la madre hacia el feto) o por compartir sangre contaminada. Eso restringe mucho su capacidad de diseminación comparado con un virus respiratorio», añade.

En esto coincide Jarbas Barbosa, subdirector de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), quien considera también que «la COVID-19 es la mayor amenaza de salud pública que la humanidad ha enfrentado en un siglo».

«Al principio el VIH era una enfermedad sin solución, casi como una condena a muerte y hoy es una enfermedad crónica que se trata, que se puede prevenir y que hay muchas opciones», agrega.

Virus muy distintos 

Los científicos apuntan a una divergencia en la complejidad de la estructura de cada virus. «Existen diferencias fundamentales entre el SARS-CoV-2 y el VIH. Aunque ambos son virus, el primero es una infección muy sencilla», explicaba Peter Godfrey-Fausset, asesor científico de Onusida. «La enfermedad puede ser complicada, en ocasiones misteriosa, pero se sabe que casi todas las personas que se infectan desarrollan anticuerpos», apunta.

En el caso del VIH, si bien el organismo también crea estos elementos, «por desgracia, muy pocos logran eliminar la infección y estos anticuerpos resultan insuficientes para neutralizar el VIH», agrega Godfrey-Fausset.

Esto tiene una fuerte relación con la fabricación de una vacuna que logre contener dicha enfermedad de transmisión sexual con eficacia, pues, como complementa Barbosa, dependiendo de la complejidad de un virus «es más fácil» o no desarrollar un medicamento.

«Además, cuando se tiene un tratamiento que puede reducir la carga viral a cero como tenemos hoy -en el caso del VIH- el interés de desarrollar una vacuna disminuye, porque ya hay una herramienta de control de la enfermedad», añade.

Una tercera arista de esta encrucijada científica la protagoniza la acelerada mutación que el virus causante del sida ha registrado durante los últimos 50 años, proveniente precisamente de la estructura intrincada del patógeno.

«La envoltura del VIH, similar a una espiga, es una compleja estructura situada sobre la superficie del virus. Está recubierta de azúcares y su sitio activo está muy profundo, por lo que resulta difícil llegar a él», explicó Godfrey-Fausset