Vida reinventada

Nuria Zaragoza
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Neida Prieto tuvo que salir de su Venezuela natal hace casi dos años.Las segundas oportunidades, reinventarse... le sonaban a «cliché». Hoy, desde su nuevo hogar en Soria, sabe que todo eso era real

Vida reinventada - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.

La vida, en ocasiones, es como un remolino. A veces, ciclón de aire fresco. Otras, como un agujero negro. Pero, siempre, pasajero. El remolino de Neida Prieto esconde temores, angustias, añoranzas, penas... pero también mucha vida. Porque está repleto de ilusiones, de sueños, de esperanza, de alegría. Optimista por naturaleza, siempre consigue ver la luz, sacar el lado bueno de las cosas, abrir puertas nuevas,  aprender... crecer. Quizás es que ella sabe escuchar (y ver) las señales... 

Neida Prieto, y su hija, forman parte del listado de cerca de cinco millones de venezolanos [según datos de la ONU] que han salido del país en los últimos años. Con una vida asentada allí, se vio obligada a dejar todo atrás y emprender una nueva vida a más de 7.000 kilómetros de casa. «Yo decía que lo de reinventarse era un cliché, pero en verdad hay que reinventarse. Es pasar de tenerlo todo a empezar de cero prácticamente. En mi país yo ejercía como periodista corporativo y era jefa de relaciones públicas en una institución de Gobierno y estaba muy estable. Aquí tuve que aprender a cocinar, formarme… Aproveché al máximo el tiempo que estuve sin hacer nada, me preparé, y conseguí trabajo como ayudante de cocina. Ahora soy cocinera y estoy fenomenal», resume sobre su cambio de vida. En Soria ha encontrado «una segunda casa», aunque para llegar aquí ha tenido que dar algunos pasos... 

segunda casa en soria. Neida y su hija llegaron a España solas el verano de 2018. Huían de una situación compleja a nivel profesional, política, social... un remolino de factores que complicaban su día en Venezuela. 

Una de sus hermanas había llegado a España, al País Vasco, hacía quince años, así que inicialmente, y durante los seis primeros meses, se ubicaron junto a ella. Ya conocía CEAR (la Comisión Española de Ayuda al Refugiado) y sabía que se tenía que inscribir en el programa de protección internacional para poder acceder a los permisos de residencia y trabajo, así como a las prestaciones sociales, así que, «antes de cumplir el mes», fue a la Policía e hizo todo el trámite. «No tenía la intención de utilizar la ayuda [social] a refugiados, solo quería obtener las credenciales para poder establecerme en España y poder estar libremente trabajando; pero no es tan fácil como parece», admite. Porque la tramitación para acceder a los permisos, apunta, incluye unos «lapsos» y, por tanto, durante ese tiempo «tienes que mantenerte tú o necesitas la ayuda de otra persona», justifica.  

No fue fácil aceptar esa situación, reconoce, porque «los venezolanos no estamos acostumbrados a emigrar». Sin embargo, han tenido que huir en masa, y  Venezuela ha perdido con ello su recurso más valioso, su gente. A nadie se le escapa ya que, como Neida, muchos de los que se han marchado son la gente más formada, profesionales con titulación. 

En su caso, ejercía como periodista, «y a los periodistas nos persiguen hasta que nos sacan del proceso», denuncia. «Yo hacía proselitismo político porque siempre fui de oposición y, obviamente, se incrementó mucho más la persecución hacia mi persona», añade para evidenciar algunos de los motivos que le obligaron a partir. Todavía hoy sigue sin cobrar sus últimas nóminas... «La situación social cada vez es más complicada y uno no ve futuro para los hijos en el país. La delincuencia se ha incrementado. La escasez de alimentos e insumos médicos es cada vez mayor… Yo dije, aquí no hay mucho que hacer, hay que irse y qué mejor sitio que España, que es de los pocos países que está prestando ayuda a los inmigrantes», relata sobre la decisión que adoptó. 

Como la mayoría de los venezolanos, Neida recibió la protección internacional por razones humanitarias. Así, tras los seis primeros meses viviendo con el respaldo de su hermana, obtuvo el permiso de trabajo y comenzó a emplearse en San Sebastián cuidando a una anciana. Estuvo interna dos meses y logró ahorrar lo suficiente para poder independizarse con su hija, alquilando una habitación para ambas. Pero, sin otro trabajo, el dinero se agotaba y el reloj corría en contra. Entonces, llegó la llamada del programa de acogida. Cabe apuntar que, cuando solicitas la protección internacional, entras a formar parte de una especie de ‘bolsa’ que gestiona CEARy que da acceso a programas sociales de acogida temporal e integración que desarrollan diferentes ONG en todo España con financiación del Ministerio. No obstante, la derivación a estos recursos no siempre llega de forma  inmediata tras solicitar la protección. 

«Me llamaron y me dijeron, en dos días te vas para Soria. Lo busqué en el mapa y vi que me mandaban para el sitio más frío de España», apunta entre risas. «Veíamos carretera y carretera y no llegaban las casas, pero teníamos la referencia del CEAR de que Soria era una ciudad pequeña, poco poblada, pero muy amigable», relata. «Mi hija y yo vinimos con mucha ilusión, con muchas ganas de salir adelante», rememora emocionada. 

Quizás aquel cartel que vio en la carretera de Donosti cuando iba a recoger a su hija al colegio y que rezaba ‘40 días’ era la señal exacta de su nueva vida... porque «el día 40 [contado desde la fecha que vio el cartel] estaba ya en Soria en un piso de acogida y «de verdad que fue algo mágico».  

La Fundación Apip-Acam les recibió en Soria e indicó el recurso de acogida donde iban a vivir, un piso compartido con otros solicitantes de protección internacional africanos y rusos. Reconoce que al principio fue «un shock» porque «no estábamos acostumbradas a convivir con gente de diferentes idiomas, culturas…». Pero, también de ahí, sacó una lectura en positivo:«Convivir con gente que ha pasado por situaciones incluso más difíciles que las propias te ayuda a sostenerte, a tener un poco más de fuerza de voluntad. Si ellos pasaron por esta situación, yo que he pasado por menos, también puedo», se repetía. «Los venezolanos estamos pasando por una situación difícil pero somos muy resilientes, hemos aprendido a llevarlo», justifica.

No fue fácil encontrar un trabajo pero a los tres meses lo consiguió y eso les «cambió la vida». «Afortunadamente, el salario me da para mantenernos en una casa que logré para mi hija y para mí y el ambiente de trabajo es agradable y mi jefa es muy linda». «Yo creo que soy una persona afortunada», sentencia. Positiva por excelencia. También, luchadora. Madre. Hija. Trabajadora. Periodista (profesión que anhela retomar). Competente. Tenaz... Resiliente.