San Bartolomé de Valdanzo: de ermita a cementerio

L.C.P. / T. G. / J.M.I
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Hoy es un puzle, difícil de reconstruir, que merece una consolidación. En los siglos XVIII y XIX se invirtió en retejes, apeo, cerrajas y puertas

San Bartolomé de Valdanzo: de ermita a cementerio

Era el 7 de octubre, un jueves, cuando nos desplazamos a Castril para visitar ese despoblado del que dimos cuenta en nuestra entrega anterior. Desde allí nos acercamos a Valdanzo recorriendo la carretera SO-P-4009, paralela al Duero y a la A-11. Enseguida llegamos a un cruce: a la derecha Langa de Duero; a la izquierda, la carretera nos dejó orientados hacia Valdanzo, lugar al que llegamos en siete minutos. Valdanzo es un poblamiento antiguo, habitado desde tiempos romanos por algunas gentes. Pocas veces, tan pocas como ahora. Pertenece a Langa de Duero y apenas sostiene a 34 personas. Se sitúa a orillas del río del mismo nombre, que termina su vida en aguas del Duero. No siempre fue esta una villa soriana. Perteneció a la provincia de Burgos hasta el siglo XIX compartiendo comunales con la Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón. Se incorporó a la provincia de Soria, como municipio, en el siglo XIX. Creció con la incorporación de Valdanzuelo y llegó a tener más de 500 habitantes, antes de que llegara la desbandada del éxodo rural de los años 60 y 70 del siglo XX. El siglo XXI no ha sido muy propicio para esta villa que, vertiginosamente, redujo su población hasta las 34 almas solitarias actuales.

Un señor amabilísimo hizo de cicerone en nuestro recorrido por el pueblo. Aunque vive en Zaragoza pasa allí los veranos que los alarga, por amor al terruño, o tal vez a la infancia, hasta el 15 de diciembre. Allí vive en la casa familiar de sus padres, que comparte con su hermano. Media casa para cada uno. Sin embargo, la de su abuelo, le «tocó» a un tío que la vendió a unos madrileños y, ahora, cada vez que pasa por delante algo en su interior se entristece.

El pueblo se siente orgulloso de sus siete fuentes. Posee, todavía, un cómodo bar situado en una gran plaza. El bar en estos pueblos se convierte en una importantísima institución. Perdidas las escuelas, la iglesia y el bar son los únicos puntos de convivencia. Cuando ya se pierde el bar, todo se viene abajo, incluso la iglesia. ¿Pero cómo sostener la vida con un negocio tan pequeño? Luis, su dueño, y su familia desempeñan mil labores complementarias: tienda en la puerta siguiente, taxi, y seguramente el cuidado de algún ganado o parcela de tierra. ¿Y el futuro? Aquel día, una cuadrilla de la Diputación almorzaba allí. Eso da cierta vida, pero en invierno, cuatro cafés no dan para mucho. Cuando Luis y su esposa pongan el cartel de cerrado por jubilación, algo muy importante habrá desaparecido para el pueblo y sus habitantes. Aquel espacio en el que compartir recuerdos, vivencias y afectos ya no existirá y la comunicación entre los cada vez menos habitantes se dificultará, pues nadie quiere continuar su labor, ni siquiera sus hijos, que van buscando un futuro y una vida más fácil, tal vez, lejos de allí.

El pueblo se conserva mejor que nunca, pero cada vez vive menos gente. Alguien que nos confunde para su automóvil para preguntarnos con cierta altivez, que cuándo van a renombrar las calles. Se ha equivocado. No somos nosotros autoridad para renombrar nada.

Al fondo del pueblo, detrás de la espaciosa Plaza Mayor en la que se encuentra el Ayuntamiento, nos encontramos con las ruinas de lo que fue la Ermita o Humilladero de San Bartolomé. El inmueble es para nosotros un rompecabezas. Se trata de los restos de un edificio con una portada románica a levante, mientras que a poniente se intuye un acceso al antiguo cementerio; además se puede ver que en el muro meridional hubo una puerta adintelada, hoy tapiada, escoltada por dos pequeñas ventanas. 

Los libros de Fábrica o de Carta Cuenta de los siglos XVII, XVIII y XIX, conservados en el Archivo Diocesano de Osma-Soria nos hablan de la existencia de dos ermitas en Valdanzo, una dedicada a San Pedro y otra a San Bartolomé. En 1850 Pascual Madoz al enumerar los inmuebles de la Villa de Valdanzo nos dice que contaba con una sola ermita (el Humilladero), quizás por encontrarse adosada al viejo cementerio. Para Teógenes Ortego, la portada románica y el muro de levante de la ermita de San Bartolomé se reconstruyó con sillares procedentes de la desaparecida ermita de San Pedro. Así, la muerte de una sirvió para dar vida a la otra. La de San Pedro se encontraba un kilómetro al Sur del pueblo, camino de Valdanzuelo, asentada sobre la que fuera una villa romana de los siglos IV y V d.C. del mismo nombre.

Por una visita girada por el Obispo de Osma en 1818, sabemos que la ermita de San Pedro se había abandonado en 1798, si bien en 1756 se encontraba «decente».  En 1837 se reconstruyó la ermita de San Bartolomé y el atrio de la parroquial, posiblemente con los viejos sillares de la antigua ermita de San Pedro. Así lo ha señalado Teógenes Ortego que nos alerta del posible origen visigótico de la ermita de San Pedro.  Ese sería, probablemente, su final definitivo. 

También nos dice Teógenes Ortego que San Bartolomé contaba con una saetera monolítica, decorada con dentellones en toda su longitud. Cuando Pedro Luis Huerta llegó a Valdanzo para escribir el artículo 'El humilladero de San Bartolomé' para la Enciclopedia del Románico en Castilla y León, no describió ni fotografió esa aspillera, posiblemente porque ya no estuviera. Nuestros ojos tampoco la descubrieron. El investigador aguilarense fotografió la portada románica que se recrecía con un tímpano con pequeño óculo, rematado todo ello por un pequeño campanil de ladrillo enfoscado, que sin duda alojó una pascualeja (campana pequeña), con dos pequeños pináculos y coronado por una cruz. Hoy ese recrecido, al igual que la puerta, han desaparecido. Algún vecino nos comenta que el Ayuntamiento guardó esos sillares, pero cuando accedemos al interior, vemos los restos de la puerta y muchos sillares, enmascarados entre la broza que crece por encima de nuestras cabezas.

En su origen, la ermita contaba con una portada al Sur, pero hoy se abre a levante. Su entrada, partiendo de dos escalones, se realiza a través de una portada románica, de gran valor, de arco doblado con bocel en arista, que, al interior y en las jambas, conserva su policromía original. El doble arco apoya sobre una línea de imposta a bisel y es ligeramente ultrasemicircular, recordándonos a las parroquiales de Los Llamosos y de Sarnago. Al exterior vemos dos columnas monolíticas con sus basas muy deterioradas y sus capiteles con talla muy plana. Esa talla tan plana hizo creer a Ortego que podía tener un pasado visigótico. Las cestas se decoran con motivos fitomórficos, similares a los que vemos en las pinturas rupestres de Valonsadero, bolas en las esquinas y flores tetrapétalas y pentapétalas. Pedro Luis Huerta cree que esta portada es obra románica, ejecutada por canteros «muy apegados a la tradición», pues la decoración de bocel que recorre las aristas de los arcos y las jambas, así como los capiteles, siguen esquemas plenamente románicos de la segunda mitad del XII.

A esta ermita se adosó el cementerio viejo, hoy abandonado, y muy avanzado el siglo XIX, pues en el último tercio del siglo se llevaron a cabo numerosas obras de reteje. Será en ese momento cuando la ermita pierda su techumbre y su solado se convierta en cementerio. Hoy todavía podemos ver una lápida incrustada en sus muros, que nos informa de que allí se enterraba en 1921.

Esta ermita y los muros de su viejo cementerio se merecen una consolidación, cuando no una reconstrucción, así como una digna información que advierta al viajero de cuál fue su pasado. El dinero que se invirtió en los siglos XVIII y XIX en retejes, trabajos de apeo, cerrajas y colocación de puertas de hierro en su cementerio, creemos que se merece, al menos, una consolidación y limpieza del viejo camposanto. Hoy es un puzle, difícil de reconstruir, pero quién sabe si alguna institución se apiade de estas ruinas e invierta en su dignificación. Si como algunos vecinos señalan, el Ayuntamiento guardó los sillares de la vieja espadaña, nos preguntamos si los utilizarán para reconstruirla.