#HistoriasMínimas El verbo, la carne, los hábitos...

José A. Díaz / Susana Gómez
-

En las vallas publicitarias, la belleza tiene forma de imágenes que nos atoran pues nos dictan: qué, cómo, cuándo… estar, gustar o parecer

#HistoriasMínimas El verbo, la carne, los hábitos...

Quitarse, en silencio, los adornos… Deshacerse de las palabras y los ademanes. De la lencería pasada de puntillas. Del lenguaje de los abanicos. Acercarse un poco más a lo que se es, siendo sola y una tras el descenso por los peldaños estrechos y gastados (tantas veces recorridos por tantas otras). En las piernas, un temblor sin costuras, la carrera sin medias en la que no vivir (piel de seda o nylon) sujeta a cofias ni libertades de anuncio. Y no pedir permiso: a las pasarelas para saberse cuerpo; a los concilios para sentirse alma; a los escaparates o las celosías o las vallas o las rejas para ser. Poder atender a los delirios de una. Seguir la moda y los dictados de una. Tener la piel de una. La delgadez o la carnosidad de una. El brocado, la túnica, el satén, el algodón, la lona, la lana, las sandalias, los tacones… de una. El cuerpo (en fin) de una, sin canon ni tasa ni licencias de saldo y rebajas. Si acaso, tomar los hábitos propios, habitarlos y habitarse para reconocerse, sin tules ni aderezo. Despejarse de todo tinglado ajeno, de los gestos (de encaje y seda), del enigma de los labios (fresa o rouge).  Y ser más allá del espectáculo de los mupis y las marquesinas, de los muros conventuales, de la cuarta pared que nos permita vivir sin ensayar, mientras improvisamos por aceras, obras, huertos, oraciones. Detenernos en el entreacto de las puertas (preguntarse por ese brillo en forma de luna mora que se adivina en el umbral oscuro de la fotografía). Atravesar la calle en, con o sin puntillas. Tomar los márgenes a uno y a otro lado de las celosías.  Y quizá dejarse ir entre bambalinas sin flores ni yemas tintadas, despojadas ya del velo, la túnica; el vello, la rutina… el telón. En las vallas publicitarias, la belleza tiene forma de imágenes que nos atoran pues nos dictan: qué, cómo, cuándo… estar, gustar o parecer. Puede que ser pertenezca al hálito propio, al soplo que nos apacigua, al particular misterio que nos ayuda a reconocernos (verbo y carne, piel y herida), desprendidas de la forma y de los hábitos, del semblante impostado que un día nos enseñaron a adoptar: piernas cruzadas, mirada al suelo, los ojos bajos y detenidos, la lencería a punto, la libertad de las vallas, el hábito, la túnica, las formas... Triunfe, Alfonsina, el óvulo; acerquémonos, Carmen… seamos.