Historias Mínimas: Mujeres que se dan la mano

S. Gómez / J. A. Díaz
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Apenas un dedo sutil, fugaz aunque detenido, izándose con levedad para acortar distancias. Lo insignificante no necesariamente se corresponde con lo minúsculo

Historias Mínimas: Mujeres que se dan la mano

Nada tiene de especial / dos mujeres que se dan    a mano / El matiz viene tras el escaparate manchado de vaho, rastros, huellas. Una suerte de no lugar y tiempo estanco, donde una piel sin mácula (tersas y pálidas manos de maniquíes sin lunares) nos atraviesa el cristal y el cristalino para hacernos cesar y demorarnos. 

Apenas un dedo sutil, fugaz aunque detenido, izándose con levedad para acortar distancias. Lo insignificante no necesariamente se corresponde con lo minúsculo. El detalle, a punto de pasar inadvertido a los ojos que no se entretienen, invade la vacuidad de la ciudad repleta. Como una inundación de mesura se rebela (también con v) contra el exceso de las calles, las luces y las tiendas: un bendito defecto de contenido contrarrestando de refilón la demasía. Es entonces cuando la grandeza de lo diminuto se apodera de las cosas: una gota de afecto quietísimo en el océano gélido de los comercios y las lunas de artificio. 

Y el espejo del escaparate casi se convierte en espejismo. Oasis de sutilezas en el corazón de lo evidente, nos retiene en medio del día la generosa escasez de este gesto brevísimo. Es la ligereza sin aspavientos de una expresión sin ruido. Si fuera voz, sería un susurro. Si fuera explosión, sería sin luz.

En la otra orilla de la vida, dos mujeres ¿imán? se rozan. Lejos queda el apretón de manos de los vendedores. Las voces y los cláxones. Bien podría ser una pecera, caja anecoica donde ellas (mujeres vestidas en jaulas de oro) se sumergen –ciegas, sordas– y dan la cara en la otra cara de la luna. Ante los viandantes poco apresurados se hablan en silencio las mujeres de los dedos finos y la piel translúcida. Tras su cristal todo parece volverse liviano, una suerte de realidad extraña en un raro habitáculo; la ductilidad sin estridencias. Desde un mundo aislado y sin contexto, se levanta el paréntesis que imitan los quietistas: ese que quiebra los sonidos en el epicentro de una calle atestada. 

Como vestidos de vidriera (podría cantar una letra de gotan) exhiben las mujeres de los escaparates su piel sin ojera. Brillan a ras de falda las muñecas de manos sin articulaciones. En la contundente mansedumbre de los expositores bailan sin descanso su danza inmóvil. Y así, como rarezas a la orilla de las aceras, las mujeres de piel de plástico callan y muestran. Faldas que no vuelan. Bocas que enmudecen. Manos que vindican tácitamente. 

Nada tiene de especial. Si acaso, el matiz lo pone la vidriera, los dedos finos y quedos tras la luna nueva o rayada, la intuición de una piel lisa y sin posibilidad de ser ajada. Es en el gesto y no en el tacto donde descansa la marca indeleble de lo tenue, la nítida discreción de dos maniquís… que se rozan las manos.

Mas nada (o tanto) tiene de singular un mujer con mujer (prefiero el con al contra). Si acaso esta piel de plástico que se roza sin tacto. Aunque puede que ellas, las mujeres de dedos finos y vestidos de vidriera, intuyan en su piel lisa y fría el desatino de Lope: olvidar el provecho, amar el daño / creer que un cielo en un infierno cabe. No sé si tienen vida y alma para el desengaño…

En la otra orilla de la luna, el espacio se prolonga en su silencio de esferas. Ellas aguardan dentro de él y bajo los días con sus dedos a punto de enredarse. Soportan, estoicas y sin oídos, las miradas de los caminantes poco apresurados. Con su gesto inacabado de quietistas sin elección (me pregunto si cuando nadie las mira buscan, cobardes o animosas, la complicidad del amor y sus desmayos). Quizá en la orilla de otras lunas habiten más mujeres que se dan la mano, ásperas, tiernas, liberales, esquivas, alentadas, mortales, difuntas, vivas… Lo que opinen los demás está de más.

Quien no sabe de amor vive entre fieras, atinó a escribir Lope en otro de sus sonetos. Quien no sabe de amor quizá, tampoco, nada sepa del darse la mano, del con y contra, del de y el desde. Pues amor con amor se paga, y quien lo probó lo sabe.