Aprender entre culturas

N.Z.
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Tierra Sin Males y tres profesores del campus viajan a Guinea Bissau para mejorar el acceso ala educación en uno de los países más pobres

Aprender entre culturas

Enseñar a enseñar. O, mejor dicho, «intercambiar» experiencias. Impulsar proyectos que les ayuden a crecer. O, mejor dicho, crecer juntos. Culturas paralelas que se encuentran en la persona. Idiomas que comparten el abecedario de las miradas. Colores que armonizan. Caos ordenado a golpe de bofetones de realidad. Un encuentro. Una oportunidad. Una «experiencia vital» que marca. Que duele. Que encoge. Que también atrae. «Un mes» emocional vivido en ocho días de calendario... Es parte de la 'mochila' con la que han regresado tres profesores del Campus Duques de Soria, Susana Gómez, Lidia Sanz y Luis Hernández, y un miembro de Tierras Sin Males, Raúl Maján, de su viaje a Guinea Bissau, un pequeño país del África occidental considerado uno de los diez territorios más pobres del mundo.

El viaje da continuidad al proyecto que la ong soriana arrancó en Guinea hace ya cinco años con el objetivo de promover la defensa del derecho a la educación. Gracias a la financiación del Ayuntamiento de Soria y de la Fundación Navalpotro, y con el respaldo de la Universidad de Valladolid (UVa), se ha llevado material, construido una escuela y desarrollado varios pozos que, abastecidos de energía fotovoltaica, suministran agua potable a la población local. 

El proyecto ha permitido también formar a profesores nativos, para lo que en 2017 y 2018 se desplazaron estudiantes universitarios (a través de becas PACID) y, este año, las profesoras del campus de Soria. Y, aunque Tierras Sin Males «técnicamente no alcanza a la formación superior», la ong soriana tiene claro que «es una base de desarrollo del país», por lo que ya ha entablado conversaciones con el Ministerio de Educación para avanzar en esta línea de trabajo. Un objetivo que, cabe recordar, se inició ya en 2019, cuando el vicerrector del campus soriano, José Luis Ruiz Zapatero, y dos profesores (entre ellos, Lidia Sanz) se desplazaron a Guinea.  

La semilla que puso Tierra Sin Males hace cinco años sigue creciendo sobre el terreno y, en este marco, partía la 'comitiva' desde Soria a Guinea el pasado 9 de octubre. Divididos en dos equipos que se han «complementado» a pesar de trabajar en ámbitos e incluso lugares distintos, el profesor de Agrarias y el vocal de Tierra Sin Males se desplazaron a la capital para llevar a cabo la parte institucional mientras que las dos profesoras de Educación asumían las labores formativas. 

ocho días en guinea. Durante su estancia en Bissau, Hernández y Maján se reunieron con el ministro de Educación guineano, el rector de la Universidad Amílcar Cabral y el embajador español. El objetivo era «proponer una colaboración a tres bandas entre la UVa, la Universidad Amílcar Cabral y el Ministerio de Educación guineano» donde, como primer paso, se plantea buscar el apoyo económico del ministerio para financiar unas becas que permitan «enviar a alumnos ingenieros, licenciados… al campus de Soria para que completen estudios de máster», explica Hernández.  Estos primeros contactos fueron «positivos» pero, advierte, se deben concretar ahora en «convenios» que, en un futuro, podrían incluir permitir el «desplazamientos de profesores de la Uva [a Guinea] para formar a sus profesores e, incluso, investigación». 

No solo hubo labor de despacho. Durante su estancia allí aprovecharon también para, ya sobre el terreno, «identificar potenciales proyectos del lado de las renovables, electrificación…» que permitan a la ong y la UVa encabezar nuevos proyectos (a mayores de la labor en Educación).

El segundo equipo se desplazó directamente a las zonas rurales, allí donde la vida está marcada por la pobreza; por las dificultades de acceso a necesidades básicas («en Mansalia las mujeres recorren hasta siete kilómetros para tener agua decente y doce para tener agua potable»); por los problemas de escolarización y la baja alfabetización de la población, especialmente de las mujeres, que viven relegadas; por la falta de infraestructuras (se tarda «hora y media larga en recorrer 37 kilómetros»)... 

El domingo llegaban a Ingoré y el lunes comenzaban ya una formación intensiva a 47 profesores (once mujeres) del pueblo y las tabancas (aldeas) de la zona. Durante cinco horas diarias a lo largo de dos jornadas compartieron experiencias con estos maestros locales que, en su mayoría, apenas saben «leer y escribir» pero, «por ser los que más conocimientos tienen de la comunidad, son quienes dan clases». Luego se desplazaron a una zona más rural, Bigene, a dar otra formación intensiva de nueve horas a 27 profesores (ninguna mujer). 

El objetivo de estas dos profesoras sorianas era mostrar «diferentes metodologías» a los profesores africanos para complementar la formación «más de contenidos» que ya habían recibido con anterioridad (a través de una actividad que impulsó Tierras Sin Males con la financiación del Ayuntamiento de Soria). No obstante, la «lucha de realidad muy directa y muy intensa» que recibieron  al pisar suelo guineano hizo que los cimientos iniciales se tambalearan y, al menos los primeros días, el proceso de adaptación -de unos y de otros- marcara la formación. A la parte emocional, ética, humana... porque, admiten, en momentos invade ese sentimiento de «nuevo colonizador», se sumaba la climatología -con un calor agobiante-, la comida, la cultura… Un «choque intenso», asume Gómez. 

La ilusión, el trabajo, las ganas y la palabra (facilitada por la traducción  de Amido, la persona de referencia de Tierra Sin Males en Guinea, una «persona salida de las primeras formaciones» de la ong y la UVa) minimizaron las diferencias para dar paso a lo compartido y lograr que se produjera ese «intercambio» de experiencias que todos buscaban. Porque, insisten ambas profesoras, no se trataba de enseñar ni de aprender sino de «intercambiar», de compartir, de alcanzar un«encuentro», recalca Gómez. «Creo que se ha logrado que haya un hecho o un algo que les haga reunirse y poner en común, compartir qué hacen otros, contar qué hago yo, que pregunten, que planteen…», felicita Sanz de la formación.«Aprender entre todos», añade su compañera.

No ha sido una experiencia fácil pero, a pesar de ello, todos comparten que ha merecido la pena y, al ser cuestionados sobre qué ha sido lo más gratificante y lo más difícil de la experiencia, los cuatro reflexionan. Y cuesta concretar. Porque quizá los recuerdos se agolpan... y la 'mochila' pesa aún demasiado. 

«Ha sido una oportunidad poder ver la forma de trabajar y vivir dentro de una organización que funciona bien en el terreno, Soguiba (Solidaridad con Guinea Bissau)», responde Sanz, aludiendo a la ong en la que TierraSin Males se apoya en Guinea ya que no cuenta con infraestructura ni estructura propia en el país. 

Hernández apunta a la posibilidad de ver que, «a pesar de las situaciones dramáticas que el ser humano puede llegar a vivir, existe gente con una resiliencia tan bestial que es capaz de llevar una vida con orgullo». «La miseria que se ve allí es aplastante y encontrar que el ser humano, a pesar de vivir todo eso, está por encima y es capaz de vivir con dignidad es lo más gratificante», explica. 

Para Gómez ambos conceptos coinciden en esta «experiencia vital». Porque lograr «ese punto de encuentro con el otro, con otra cultura, con otros seres humanos…» ha sido lo más complejo pero, también, la mejor 'recompensa'. «Por diferencia cultural, porque era poco tiempo, por el idioma…  era complicado;pero al mismo tiempo eso es lo más gratificante, darte cuenta que, aunque venimos de otro mundo, somos seres humanos y estamos en el mismo sitio. Ver donde nos colocamos y en qué momento nos podemos mirar a los ojos y entendernos», especifica.

«Tierra Sin Males es una ong muy pequeña de una ciudad muy pequeña, Soria, y lo más gratificante es crear redes de trabajo y de colaboración para implicarse por un proyecto mayor», concluye Maján, que reconoce la parte negativa en la limitación de recursos para asumir proyectos que, «literalmente, cambian vidas». 

En lo que coinciden es que volverán. Porque «no queda otra», asumen entre risas. Porque queda todavía demasiado por hacer. Por aprender. Por compartir. Por crecer juntos en esta aldea global que se llama mundo.