SOS del monasterio de Guijosa

Henar Macho
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Fue uno de los cenobios más importantes de Soria pero sufrió la desamortización y el expolio. Se sigue reclamando su protección y puesta en valor, pero también la recuperación de los bienes

SOS del monasterio de Guijosa - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

Hace seis años pasó a engrosar la Lista Roja de Patrimonio en peligro, pero para Guijosa, Espeja de San Marcelino y toda Soria, el Monasterio de los Jerónimos se erigió como uno de los lugares clave de su historia desde su fundación el 21 de junio de 1402 por el cardenal y obispo de Osma, Don Pedro de Frías.

Resulta impactante ver su estado actual teniendo en cuenta que fue uno de los cenobios más importantes de la provincia. Únicamente queda en pie un paredón del muro oeste que cerraba el coro de la iglesia y algunos restos de arranques de otros muros y del extenso cercado que rodeaba el monasterio. Desde Soria Patrimonio insisten en que es preciso acometer unas actuaciones mínimas para evitar que las ruinas sigan deteriorándose. «Mínimo habría que consolidar el hastial, actuar sobre todo en las coronaciones desprotegidas para evitar que avance el deterioro y que pueda terminar en el suelo. Y luego pues una intervención arqueológica en la planta de la iglesia y el monasterio anexo puede poner en valor el conjunto. Incluso, dar a conocer ese patrimonio emigrado tan importante», recalcan.

PROPIEDAD. Actualmente este legado patrimonial en ruinas es de titularidad estatal, tal y como confirma el alcalde de Espeja de San Marcelino, Roberto Llorente, algo que ata de pies y manos al Consistorio para llevar a cabo alguna actuación sin tener acceso, por ende, a ayuda alguna. Tampoco hay ningún plan en marcha para protegerlo por lo que una posibilidad podría partir de solicitar la cesión a favor del Ayuntamiento o pedir directamente a la administración estatal que intervenga.

«He hablado alguna vez en estos últimos cuatro años con Patrimonio de la Junta pero me han respondido que hay mucho para acabar y poco dinero... Me ilusionaría y llevo tiempo con ello pero parece que no tienen mucho interés».

El regidor coincide con Soria Patrimonio en que además de una intervención arqueológica se debería consolidar la pared «porque se va metiendo el agua y se deteriora, pero como tampoco podemos hacer nada por nuestra cuenta, nos da mucha impotencia», lamenta. Fue un monasterio muy poderoso con mucho valor «y sus bienes se repartieron por muchos sitios». Destaca el alcalde cuadros, ropas, libros, cruces de plata, los códices y «un cofre muy valiosos con las reliquias del Santo que estuvo en las Edades del Hombre de El Burgo de Osma».

El monasterio se fundó en torno a la ermita de Santa Águeda, que estaba entonces habitada por unos eremitas, que comenzaron a compartir su religiosidad en la vida comunitaria del cenobio. La fundación fue más tarde confirmada por las bulas de los papas Benedicto XIII y Martín V de 1413 y 1420 respectivamente. Por aquel entonces, el Concejo de Espeja pertenecía al Obispo de Osma y a los señores de Coruña del Conde -los hermanos Diego y Juan Fernández de Padilla- a los que hubo que abonar después de un pleito, importante sumas económicas.

Según la documentación que maneja el Consistorio, el patronato del monasterio, por motivos que se desconocen, fue pasando a manos de la casa de Valverde, de apellido Avellaneda, y más tarde a los condes de Castrillo. En 1525  Diego de Avellaneda, obispo de Tuy, compró los altares laterales del crucero de la iglesia para construir en ellos el sepulcro de sus padres, don Diego de Avellaneda y doña Isabel de Proaño, y el suyo propio y construyó un palacio de retiro para él y su familia anexo al presbiterio de la iglesia que hoy también se encuentra desaparecido. Estos famosos sepulcros de alabastro fueron realizados por el escultor Felipe de Vigarny, francés al servicio de Castilla e insignia del Renacimiento. 

Los sepulcros fueron desmontados en 1932 y se encuentran en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, el del Obispo al completo y el de sus padres fue diseminado en varias partes, muchas de ellas que han sido adquiridas recientemente por este museo. «Estuvieron a punto de llevarse a la Concatedral de San Pedro pero terminaron fuera de la provincia como tanto otras obras de arte importantes de Soria», lamentan desde Soria Patrimonio.

Otra de las imponentes obras que albergó la iglesia fue el retablo del interior de la capilla mayor. «La importancia de este retablo radica en que es el único retablo cuyo aspecto conocemos hecho por traza de Giovanni Battista Crescenzi, marqués de la Torre, y por contener dos lienzos de fray Juan Bautista Maíno», destacan. Crescenzi fue un pintor y arquitecto italiano del Barroco temprano, activo en Roma y afincado en la corte española desde 1617.

Varios marquesados sucedieron hasta que pasó al Obispado de Osma. Tras el largo proceso de desamortización de Mendizábal, entre 1835 y 1841, que supuso la reducción y exclaustración de los monjes y la declaración en venta de sus bienes al servicio de la deuda pública, la comunidad jerónima de Espeja siguió en el monasterio durante la Guerra de la Independencia aunque una parte del edificio se habilitó como hospital. Pasó entonces a patronato regio y la reina Isabel II cedió el monasterio y la iglesia a la Comisión Provincial de Monumentos. «Todos los desmontajes de la iglesia y el convento fueron subastados por esa comisión», concretan. Una vez comenzado el siglo XX fue desmantelada y, posteriormente, al finalizar la Guerra Civil se produjo su demolición.

JERÓNIMOS SORIANOS. La Orden de San Jerónimo, eminentemente española, nació en 1373 como orden de varones en el monasterio de San Bartolomé en Guadalajara. Solo un año después surgió la rama femenina, en Toledo. La advocación del monasterio es Santa María y se le conoce comunmente como Monasterio de San Jerónimo, «aunque en alguno sitios hemos visto San Juan Evangelista y Santa Catalina pero creemos que puede ser errónea», explican. 

Los primeros monjes que habitaron el monasterio fueron los ocho eremitas que encontró el fundador en la ermita de Santa Águeda, pero llegaron a ser 25 frailes. Vestían un hábito blanco con una escápula parda sobrepuesta. En cuanto a sus quehaceres cotidianos, los dividían en tres jornadas: ocho horas dedicadas a la espiritualidad, ocho para el trabajo y el estudio de celda y otras ocho para el ocio y el descanso durante la noche.

En la dilatada historia de esta institución monástica hay un amplísimo testimonio de caridad que siempre ha distinguido a esta orden. Hombres y mujeres consagrados a Dios en una vida retirada, de soledad, silencio, oración, austeridad y contemplación, siguiendo la regla de San Agustín. Los frailes trabajaban en los graneros, los corrales y la huerta que también formaban parte de los dominios jerónimos en Soria.

Tal y como lo describen los historiadores de la Orden, como Fray José de Sigüenza, el monasterio soriano tenía dos claustros de doble arquería, uno procesional de estilo herreriano y otro utilizado como hospedería. Este aspecto da cuenta de su envergadura «que se aprecia también por la riqueza de la iglesia y los artistas de primer nivel que trabajaron aquí», subrayan desde Soria Patrimonio. 

Y como en casi todos los monasterios jerónimos, según sus posibilidades, en este monasterio se ejercía la caridad, ya que el fundador del cenobio, el cardenal Pedro de Frías, «hizo un buen claustro donde vive el convento y otro más pequeño para hospedería», escribieron los historiadores. No faltaron lamentablemente los abusos ante la hospitalidad jerónima. Así lo describe Sigüenza: « [...] En los que no tienen esta necesidad (no los trae esto a nuestros monasterios, sino el gusto) amonestaron que se hiciese con recato el hospedaje, no se usasen cortesías, se excusases gastos y otras policías, que no son de nuestro lenguaje, que los sirviesen, si, conforme a su calidad y a las obligaciones, enseñándoles a contentar con lo honesto y con lo que es bueno a personas religiosas, porque de lo demás, los mismos que lo reciben, o se ríen, o se escandalizan».

A día de hoy, existen dieciséis comunidades femeninas y una masculina que mantienen la espiritualidad jerónima, como la del monasterio de Santa María del Parral (Segovia) donde se ejerce la hospedería.