Flechas del castillo de Gormaz

Marian Arlegui
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La fortaleza nunca fue conquistada pero sí asediada y ganada por pactos

Flechas del castillo de Gormaz - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez. Eugenio Gutiérrez

El castillo de Gormaz se alza 130 metros sobre el valle del Duero que corre a sus pies bordeándolo desde el sur hacia el oeste. Su altitud sobre el nivel del mar es de 1038 metros. Se construyó sobre un cerro amesetado, largo y estrecho, con un eje este-oeste de longitud máxima de 366 metros, mientras que su anchura oscila entre los 15 y 52 metros; su superficie aproximada es de una hectárea. El carácter estratégico se hace evidente si desde el castillo miramos hacia su entorno dominando una amplia superficie de entre 15 y 20 kilómetros. En días favorables puede verse el Moncayo al noreste, los Picos de Urbión, al norte, el Picón de Lara, cuna de Castilla, al noroeste, y la cordillera Central, al sur. Al pie del cerro la colina se encuentra un vado histórico del Duero; es muy probable que ya en época musulmana existiera un puente tal vez suspendido de modo que pudiera elevarse si el castillo iba a ser sitiado y, por supuesto, la red de atalayas servía de aviso y comunicación.

La arquitectura que hoy puede visitarse corresponde a la época califal y tardomedieval.  Las construcciones defensivas islámicas, herederas de la arquitectura romana y bizantina, tenían una estructura prefijada algo que no ocurrió en Gormaz en donde la adaptación topográfica a la meseta, irregular, es absoluta. De hecho, algunas partes del lado sur debieron ser reconstruidas en la Baja Edad Media al ceder la plataforma arenisca sobre la que asienta. Según M. Retuerce, a quien seguimos en la descripción del castillo, gran parte de la actual obra defensiva de caliza y de mampostería de la fortaleza, que ha sido considerada como típica del período califal, se adosó y montó sobre una muralla anterior de tapial de tierra.

Sobre un primer recinto defensivo construido en el siglo IX situado en el sector oeste de la meseta,  Al –Haquem II, ordenó al general Galib la construcción de una gran fortaleza que dominara la línea fronteriza del Duero y fuera el centro defensivo de lo que denominamos Marca Media, cuya capitalidad política era Medinaceli.

Este castillo tuvo 24 torres de planta rectangular, con una equidistancia regular a lo largo de la cara norte y más irregular en la opuesta. Muchas de ellas son huecas mientras que otras son macizas en su parte inferior y huecas en la superior.

En el lado sur, se localiza la conocida puerta con arco de herradura de factura califal, con un despiece de dovelas en rojo y blanco. A unos 115 metros hacia el este, existe otra puerta islámica, también con un arco de herradura con entrada en recodo siendo el acceso principal original a la fortaleza. En época bajomedieval, tras el derrumbe de la muralla califal, a causa de la caída de su base de piedra caliza, se levantó un nuevo muro defensivo, de menor grosor y retranqueado; una nueva puerta gótica, ya próxima al alcázar y con un arco apuntado, vino a constituirse en el nuevo y actual acceso a la fortaleza. Varios postigos, todos ellos abiertos en la cara norte de la muralla, eran accesos o salidas secundarias, destacando la del alcázar, con un arco de herradura.

En el interior del recinto, en el área de alojamiento de la tropa, los animales y los talleres, destaca la gran alberca, con sillares colocados a tizón. En la parte más estrec ha del recinto, pueden verse tres nichos en la cara sur de la muralla, que Zozaya interpretó como una musalla o mezquita al aire libre.

Al este del cerro se encuentra el alcázar, sede del gobierno de la fortaleza que por ello fue muy transformada a lo largo del tiempo tanto por musulmanes como después por cristianos.

A una última fase de reformas, ya probablemente en el siglo XIV se corresponden los diversos edificios que se adosan a la muralla en esta zona del Alcázar. Entre ellos, sobresale la gran aula del extremo noreste, de dos plantas. Parte de estas reformas debieron producirse en el tiempo de guerras civiles entre los reinos cristianos, aragonés y castellano, que lucharon para consolidar sus fronteras cuando ya había avanzado el dominio cristiano hacia el sur de la península y después de algunos siglos con poca actividad en el castillo que ahora volvía a ser ocupado y refortificado.

El castillo nunca fue conquistado pero fue asediado y ganado por pactos. La batalla del 25 de junio del año 975 en que los ejércitos cristianos sitiadores fueron vencidos fue sin duda memorable para el ejército musulmán. En el 978 pasó a manos cristianas y de nuevo a poder cordobés en el 983. Fernando I lo ganó definitivamente en el año 1059 aprovechando el debilitamiento del califato de Córdoba que de pronto se fragmentaba territorialmente en numerosos reinos de taifas.

A los siglos XIV y XV corresponden estas puntas de flecha que debieron utilizarse contra enemigos aragoneses o castellanos.

Estas puntas de saeta, de diferentes tamaños pero con formas similares, tienen una cabeza piramidal acabada en un cubo tubular donde se fijaría el astil de madera rematado con plumas para equilibrar la flecha de modo que pudiera planear más tiempo y por tanto acrecentando la distancia de tiro. Sus medidas oscilan entre los 6,3 centímetros de la mayor y los 3,8 centímetros de la menor. Se podían utilizar en lucha en campo abierto y también durante el asedio, en que los saeteros las disparaban situados en los puntos de la muralla más vulnerables, como vanos de entrada y zonas de resguardo alrededor de las propias torres.

El armamento ofensivo, arcos, lanzas y espadas de diversa tipología, requería de indumentaria de defensa pasiva: cotas anilladas que cubrían aquellas partes que no podían proteger las armaduras de placas. Solo la nobleza tenía la posibilidad de protegerse con armaduras completas, muy costosas en el proceso de elaboración; los soldados de la tropa se protegían en ocasiones con coracinas o brigantinas, evolución más ligera de la cota de malla. Fragmentos de una brigantina se recuperaron en una campaña de excavación en el castillo.

Y queda de fondo, al imaginar el castillo de Gormaz, el rumor de quienes vivieron o codiciaron Gormaz: Al- Haquem II,  Galib, García Fernández, Sancho II de Pamplona, Ramiro III de León, Almanzor, el Cid…