Restaurar lo irrepetible

Ana I. Pérez Marina
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A las manos de Blanca Martínez Pascual llegan decenas de piezas procedentes de excavaciones arqueológicas y paleontológicas, donaciones o hallazgos casuales, que requieren tanto conservación preventiva como intervención restauradora

Restaurar lo irrepetible - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.

«Cada pieza es un mundo, como los pacientes. Hay que documentarla tal y como llega, con fotografías, su informe, dibujo si hace falta, historia... y a partir de ahí se establece un estudio diagnóstico, como a un enfermo, y se pone el tratamiento». Así es como en términos generales explica la restauradora del Museo Numantino, Blanca Martínez Pascual, el protocolo que sigue cuando un objeto histórico llega a sus manos. Puede parecer una tarea repetitiva, incluso mecánica, la que desarrolla en este laboratorio de restauración, pero la realidad es que cada elemento que atiende es un proceso de aprendizaje, porque cada pieza es exclusiva y los condicionantes que la acompañan nunca son los mismos. 

Sobre la encimera del laboratorio, Blanca Martínez trabaja en los restos de una cerámica procedente de la zona de Fuentetoba y muy cerca están colocados cuidadosamente retales de cuero pintado hallados por los arqueólogos en San Bartolo, Ucero, que corresponden a lo que parece que pudo ser la cobertura de un altar. «Es una pieza bastante especial, porque es orgánica, incluso se ven los hilos de las costuras. Es preciosa. Necesita mucho trabajo, hay que estudiar la piel, para lo que busco referentes porque piel arqueológica hay muy poca. Está deshidratada y estoy mirando cuál es el mejor proceso de hidratación, si le conviene o no, hay que ver cómo queremos que quede, si con la huella del yacimiento con todas las piedras que tenía debajo o si la estiramos...», cuenta.

La tarea para abordar estos fragmentos de cuero se presenta compleja, todo apunta a que será larga, pero la consigna no cambia en ninguna de las actuaciones: prudencia y respeto. Eso solo se consigue con profesionalidad, que lleva aparejada una habilidad manual, unos conocimientos técnicos, históricos, materiales y científicos, que se adquieren estudiando una carrera. No es artesanía, como tantas veces se confunde. 

La pasión con la que la restauradora describe en qué consiste su labor puede decirse que también tiene bastante que ver en el desempeño de esta tarea. «Me siento muy afortunada de trabajar aquí, porque tengo piezas maravillosas entre manos. Ha habido procesos largos que me han encantado», reconoce. Y eso se nota. Mucho. Porque la excepcionalidad de los retazos de cuero de la ermita de San Bartolo no le resta protagonismo a la cerámica de excavación de Fuentetoba, aunque a simple vista pueda parecer más común. La restauración se tiene que acomodar a unos «criterios» establecidos a lo largo de la propia historia de esta disciplina, basados en unos «materiales seguros», que permitan la reversibilidad, y sobre todo intervenir con el «respeto máximo» a la pieza, a las pátinas, a su pasado… Ni se innova ni se crea; ni se añade ni se adorna. Jamás. «La restauración es una actividad de conservación de los objetos. La conservación preventiva se engloba en todo el entorno del objeto y la restauración afecta al objeto en sí mismo», especifica.

Volvemos sobre la cerámica de Fuentetoba y Blanca Martínez señala con el hisopo los rellenos en los leves grabados que permanecen en las pequeñas porciones y habla de las dudas que manejan los arqueólogos sobre si son intencionados o se pusieron en origen. «¿Hasta qué punto puedo quitarlo?», plantea. La restauración puede ‘manipular’ [debería ir con comillas hasta el infinito la acotación de este término en semejante contexto] la visión de una pieza siempre con el objetivo de la conservación, pero hay que estar «muy seguro» del tratamiento a aplicar. Todo ello figurará en el informe final que acompaña a cada trabajo. «Estoy viendo con los arqueólogos cómo lo vamos a hacer. Probablemente, en las partes en las que hay dudas el relleno se quedará, no se toca y ya está. No se pueden retirar pátinas, porque todas las huellas que quedan en una pieza pueden ser intencionadas. En la restauración no se busca que los objetos queden como nuevos, aquí se respeta la vida del objeto», argumenta. 

Preservar, proteger, cuidar, guardar, resguardar, defender, amparar, asegurar… todos estos términos figuran como sinónimos de conservar. Bien pueden dibujar un perfil de la ocupación diaria de la responsable de restauración del Numantino, cuyas funciones no solo se circunscriben a las dependencias del laboratorio, ya que también se desplaza a yacimientos y excavaciones, y a los centros que dependen del museo, como son San Juan de Duero, San Baudelio, Ambrona y Tiermes, para desempeñar tareas de conservación preventiva. In situ mide temperaturas, humedades, peligros de plagas, de insectos… y en el propio museo su labor se extiende a las salas, cuando hay que cambiar piezas, el montaje de soportes y el control de las condiciones del patrimonio a las que se encuentra expuesto, así como en los almacenes. «El almacenaje de las piezas también  se tiene que hacer con unos materiales acordes, que sean inocuos para la pieza, ignífugos… tienen que estar muy testados, buscar el equilibrio entre temperaturas y humedades… y hay una parte de siglado y orden de piezas para saber exactamente dónde está cada una, con su número, tipología, materiales, yacimiento, etcétera», sostiene.

instrumental. La destreza científica se ve respaldada por el instrumental avanzado y las nuevas técnicas que se van incorporando al mundo  ‘restaurador’. Los materiales que se emplean están testados, con el fin de que sean lo más inocuos tanto para la pieza como para el profesional, y deben tener una durabilidad acreditada.   

Así las cosas, se recurre a la lupa binocular para afinar en la precisión de lo que se descubre en cada milímetro, por ejemplo, de una moneda, o se utilizan el microtorno, las cubas de vacío para la limpieza, el conductímetro para detectar sales o simplemente se usa el agua, que es «el disolvente universal» para lo que hay dispuesta una zona húmeda. «La incorporación de técnicas nuevas es difícil que llegue a museos pequeños. Son maquinarias muy específicas que los grandes laboratorios y las universidades testan y prueban. Podemos recurrir a otros sitios, si aquí no se puede hacer», matiza. 

En este sentido, Blanca Martínez pone el acento en que la restauración es una profesión que exige una formación continua, teniendo en cuenta que es un cometido indispensable para preservar el patrimonio. Porque sus manos cuidan piezas «únicas» e «irrepetibles».