#InMemoriam Roberto Fraile, el ave fénix del periodismo

Ana Esther Méndez
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La periodista Ana Esther Mendez recuerda la figura de Roberto Fraile con quien coincidió en La 8 Salamanca

#InMemoriam Roberto Fraile, el ave fénix del periodismo - Foto: David Arranz

Hay personas que nacen para hacer historia. No porque sean protagonistas, ejecutoras de grandes hechos, sino porque se encargan de registrarlos. Hacen historia porque acuden al lugar donde se gestan para empaparse de ellos y difundirlos, en un mundo en el que lo que no se ve, no existe. Y muchas veces, lo que se ve no es lo que realmente es. Subestimamos el poder de estos “ave fénix” del viejo oficio de contar porque no se exhiben. Cuando dentro de unos años, décadas, centurias quizá, abramos los ebook de Historia, encontraremos el trabajo de estos periodistas intrépidos y cabezotas que tuvieron la osadía y el valor de viajar a los rincones del mundo más hostiles para acercarnos con detalle los acontecimientos que configuran nuestro mundo más de lo que podemos imaginar. Son estos reporteros los que conectan piezas, dan sentido a los datos y deshuesan la versión oficial, muchas veces difícil de roer. Dos de esos valientes soldados de la verdad, cámara en ristre y bolígrafo en mano, eran Roberto Fraile y David Beriáin. Tuve la suerte de compartir con Rober varios años de trabajo en La 8 Salamanca, donde él era reportero gráfico y yo redactora. Allí trabajó durante más de veinte años. Me sorprendía comprobar cómo, ante las historias más modestas mantenía su profesionalidad intacta, poniendo el mismo empeño en grabar un plano de una calle vacía en el tranquilo Guijuelo que en rodar una plaza llena de víctimas ante un ataque en Alepo. Así era él, un día resultaba herido con metralla en la pierna en Siria, y de repente, a las semanas, resurgía como un ave fénix y aparecía en Salamanca como si nada le hubiera sucedido. Quizá pensase que sus problemas no estaban a la altura de las miserias de aquella gente que protagonizaba sus rodajes y que lo perdía todo, incluso la vida. En sus redes sociales evitaba poner su nombre y empleaba el pseudónimo de ‘El Kafir’, o lo que es lo mismo, ‘no creyente’. Él argumentaba que ni creía, ni dejaba de hacerlo, sino que necesitaba acudir y comprobar la veracidad de los acontecimientos. Y grabarlos. Y traerlos. Aunque al final, en esta ocasión no ha sido él quien ha traído la historia en su maleta, sino al revés. Su historia le ha traído a él, ha trascendido al autor del registro porque su trabajo era demasiado bueno y hacía todo el ruido que el Kafir no quiso nunca hacer. Un estruendo. Deja que tus éxitos hablen por ti, dijo alguien en una ocasión. Así que Roberto no hablaba mucho, grababa y a través de sus imágenes narraba como solo él sabía hacerlo. Me gustaría pensar que una buena manera de honrar la memoria de Roberto y David es tratar de mejorar nuestro ojo crítico sobre la información que consumimos y reconocer el trabajo de aquellos a quienes no se ve, porque tienen el foco puesto en los demás. Que no se nos olvide nunca que tras unas imágenes terribles, hay siempre alguien jugándose el tipo para que podamos estar bien informados en la cálida trinchera de nuestro sofá. Solo muere lo que se olvida, así que no dejemos que nos embriague esa infantilizada amnesia occidental que hace que pasado mañana ya no recordemos nada. Mantengamos viva la imagen de estas dos personas que han entregado lo más valioso que tenían como moneda de cambio para acercarnos a un mundo mejor, más humano. Han pagado un precio muy alto, pero con su trabajo han hecho historia. Ahora valoremos su legado y evitemos que caiga en el olvido.