La última carpintería de Medinaceli

Ana Pilar Latorre
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En el Barrio de la Estación de Medinaceli permanece intacto el taller de la familia Alcázar desde que Miguel se jubiló allá por 1979. Su idea es que este patrimonio se exhiba

La última carpintería de Medinaceli - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

La carpintería de la familia Alcázar quedó tal como se encontraba cuando se jubiló el último de ellos, Miguel. Ahora su hijo la muestra a El Día de Soria porque no quiere que se pierda todo este patrimonio industrial porque es el último testimonio de estas características que queda en el pueblo, ya que el molino se quemó y la fábrica de harinas se desmanteló. Lo ha propuesto en varias ocasiones al Ayuntamiento e incluso cree que el muelle de Renfe o el antiguo silo podrían albergar esta carpintería tradicional, con toda la maquinaria y la herramienta de fabricación propia que dejó la familia. 

En la carpintería del Barrio de la Estación, en la que parece que se paró el tiempo, todavía podemos contemplar gatos para apretar de distintos tamaños, cepillos (habrá unos 30 y uno para cada cosa, como los guillamen), garlopas, sierras portuguesas o brazadera (para hacer de un árbol tablones y tablas, cuando el trabajo era todo manual), hachas para talar, tornos (primero de pedal), serruchos y sierras de mano, compases, reglas, falsas escuadras y escuadras, gramiles (marcar en la madera), barrenas, escoplos, formones, gubias, escofinas, fragua pequeña...

el oficio. Pedro explica que el establecimiento lo puso en marcha su abuelo Felipe Alcázar Gil, nacido en 1885 Carabantes. Cuando era pequeño su padre se murió y su madre se volvió a casar con un carpintero, que «fue quien le enseñó el oficio». Cuando alcanzó la mayoría de edad se marchó de casa, «su padrastro le dio un saco de paja para que durmiera  y unas cuantas herramientas». En Radona, ya cerca de Medinaceli, conoció a Eulogia Soria y se casó con ella, trasladándose a Alcubilla de las Peñas para comenzar una nueva vida. 

En aquel pueblo, donde estuvieron unos cinco años y donde él trabajó de carpintero, nacieron sus dos primeros hijos: Manuel y Miguel. Pero un pariente de Urex les dijo que en Layna hacía falta un carpintero y se trasladaron «con todos sus bártulos» allí, donde nació Segundo, su tercer hijo. «Allí el negocio les fue muy bien porque había muchos pinares. Se dice que eran del Duque de Medinaceli y que los vendió a la Resinera Española, aunque siempre habían sido reclamados por los vecinos del pueblo», por lo que por la noche algunos de ellos cortaban pinos y se los llevaban a Felipe, el carpintero. Pero él se daba cuenta que en Medinaceli estaba la carretera y la estación de ferrocarril, que era el centro de la comarca, por lo que compraron allí una casa y de nuevo se trasladaron para montar allí y el taller. 

La vivienda tenía dos plantas de 100 metros cuadrados, por lo que la carpintería se instaló en el bajo. «Hasta entonces había sido todo artesanal, sin nada de maquinaria» y en 1930 compró un motor una máquina de cepillar. Allí ya se fueron incorporando sus hijos al negocio, aunque Manuel y Miguel tuvieron que luchar en la Guerra Civil... «Todos trabajaban para el Común», también el abuelo Felipe hasta que murió en 1958, que «le daba algo por cada puerta que hacía». 

el taller. Con la despoblación de los años 60 y la llegada de la maquinaria al campo. La familia había puesto colmenas para consumo propio, «pero cuando vieron que había menos trabajo en la carpintería pusieron más y llegaron a tener hasta cien cada hermano». Manuel se había marchado a Esteras de Medinaceli, donde se casó con su mujer, y con esta fuerte crisis comenzó a trabajar en una gasolinera (allí sufrió un atraco y un tiro le atravesó el pulmón, no murió pero en una transfusión le administraron sangre con hepatitis y murió de esta enfermedad unos años más tarde). 

Por su parte, Segundo se marchó a Zaragoza en 1969 y le vendió a Miguel su parte del taller y unas tierras. Así que Miguel continuó con el negocio de la carpintería hasta 1979, cuando se jubiló con 65 años. 

Esa es la historia de este negocio familiar que pasó de ser artesanal a contar con maquinaria poco a poco, como motores cada vez más potentes, la máquina de cepillar, la sierra de cinta... Una anécdota curiosa es que «en la Guerra Civil estuvieron aquí los italianos y Felipe, pensando que le podrían expropiar el motor, le quitó una pieza para que no pudiera usarse...».

la producción. De aquella carpintería salió «de todo»: yugos (algunos aún están allí con el precio de 90 pesetas pero otros se quemaron para leña), losas de lavar, ventanas y puertas, cunas, cómodas, armarios, cajas mortuarias (cuando eran pobres se hacían con tablas sin cepillar), piezas de madera de las máquinas del campo (el carpintero dejaba todo lo que tenía que hacer para que los clientes pudieran seguir con la faena agrícola)...

Conservan todavía las escrituras de cuando compraron la casa y la maquinaria, «una multa que le pusieron a mi padre de cien pesetas  por no tener el libro de visitas en orden». Sobre las maderas que trabajaban eran de pino, sobre todo, y de chopo. «La madera la compraban a veces en Soria», recuerda Pedro, y «también se traía de Molina de Aragón a veces». El abuelo Felipe incluso iba andando a Soria para comprarla, «dormía en una fonda y volvía»; otras veces cogía el tren en Miño de Medinaceli. 

«Eran muy duros, porque además tenían huerto, cerdos, colmenas... Eran autosuficientes», comenta. «Fue una generación que trabajó mucho pero eso no hace que se viva menos», añade Pedro. Una imagen tiene grabada: «Cuando veía trabajar a mi padre parecía que la sierra o la garlopa (para cepillar tableros grandes) iban solas...».

Cuando se quedó su padre solo en el negocio la traía de Regumiel de la Sierra, en la zona burgalesa de la comarca de Pinares. A Pedro fue su padre el que le contó toda la historia sobre los últimos carpinteros de Medinaceli, un oficio que antes era fundamental en los pueblos y que en muchos ha pasado a un segundo plano e incluso a desaparecer del todo. Pero Miguel no quiso que ninguno de sus hijos aprendiera el oficio «porque veía que no tenía futuro» y los mandó a estudiar fuera. Sin embargo Pedro, que ha sido maestro y vive en la sierra madrileña, reconoce que él tiene «más habilidad para el trabajo manual que don de palabra» y sí que le hubiera gustado.