Cuando la mentira no tiene consecuencias

María Jesús Álava
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En los últimos tiempos hay mucha más tolerancia a la falta de verdad, una actitud que conviene revertir con la búsqueda de nuevos referentes

Hace ya unos años que tocamos el tema de la mentira, pero conviene traerlo al presente porque muchas personas se preguntan por qué hoy mentir parece no tener consecuencias.

 

¿Mentimos más ahora que en otras épocas?

Tendríamos que matizar mucho, pero una pequeña encuesta a nuestro alrededor, probablemente, nos ofrecería una respuesta positiva: la percepción es que hoy mentimos con más facilidad, con más asiduidad y con menos consecuencias.

 

¿Mentir está mal visto?

En general, parece que la tolerancia hacia la mentira se ha incrementado en los últimos tiempos.

Muchas personas argumentan que mentir es inevitable, que si no lo haces están en desventaja, que a veces la frontera entre la verdad y la mentira es muy subjetiva, que la gente que miente en realidad se cree lo que dice… Esos argumentos contribuyen a normalizar la mentira y a quitarle la connotación negativa.

Es innegable que hoy, a diferencia de otras épocas, hay más permisividad para la mentira.

Por otra parte, los que tendrían que ser grandes referentes; en general son un ejemplo muy insano de lo que no hay que hacer, un ejemplo nocivo que vemos todos los días y recordemos que cuando fallan los referentes, la sociedad se tambalea.

 

¿Por qué hoy las mentiras no tienen consecuencias?

Vivimos en una sociedad donde las falacias no parecen pasar factura a quienes una y otra vez las utilizan para conseguir sus objetivos. Seguramente, esta realidad era impensable hace unos años.  ¿Qué está pasando? ¿Qué ha pasado para que la mentira no tenga las consecuencias negativas de antaño?

Probablemente, mentir se ha normalizado, se ha convertido en un hábito cada vez más arraigado, especialmente en determinados ámbitos políticos, sociales, económicos…

Son mentiras a veces tan evidentes, formuladas de forma tan impune, que lo que antes llamaba la atención y producía rechazo, ahora se ha convertido en algo tan habitual, que se ha producido una especie de anestesia en la población, que sigue paralizada ante una realidad tan difícil de explicar.

Cuando las mentiras se han generalizado, como ocurre actualmente, y los que deberían ser grandes referentes éticos, en muchos casos son los mayores representantes y ejecutores de esas mentiras, la población se queda en estado de shock, sin capacidad de respuesta.

 

¿Llegará un momento en que la mentira sea de nuevo censurable?

Para que la gente reaccione y sea capaz de enfrentarse a una situación tan insana, como la que vivimos actualmente, necesita esperanza, necesita creer de nuevo que los principios éticos vuelven a estar vigentes, que no todo vale para conseguir determinados fines, que la mentira, como la manipulación, merecen todo nuestro rechazo; en definitiva, necesitan volver a creer en los principios más elementales de una convivencia sana y justa.

Es posible que la gente busque nuevos referentes, personas que encarnen, al menos aparentemente, esa ética y esa limpieza que ahora parece tan inusual.

La gente necesita creer de nuevo, ilusionarse de nuevo, pensar que hay una diferencia entre actuar bien o mal, entre decir la verdad o mentir, entre ayudar o manipular, pero para eso tendremos que trabajar la libertad de pensamiento, la reflexión profunda, la búsqueda de la autenticidad en nuestro día a día.

Será necesario desintoxicarnos de las mentiras que nos rodean. Es posible que nos sirva de ayuda el desconectarnos un poco de ese ambiente tan tóxico, de la batalla política, de esa pelea constante, de esos argumentos retorcidos, de esas puestas en escena que solo buscan amparar conductas que nunca admitiríamos en nuestra realidad cercana, en nuestra vida personal y familiar. 

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