La pintura numantina en vanguardia de Benjamín Palencia

Marian Arlegui
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Si se mira la obra desde la arqueología, se piensa en la cerámica numantina

La pintura numantina en vanguardia de Benjamín Palencia

En un momento memorable de esos que existen en la vida como una feliz iluminación del conocimiento, me encontré frente a unos dibujos de Benjamín Palencia. Tuve entonces la necesidad de conocer en profundidad su obra, su trayectoria personal. Sentí que era un encuentro que tenía que ocurrir. Me refugié en primer lugar en el libro Vida y Obra de  Benjamín Palencia escrito por  J. Corredor Matheos. En él encontré una serie mayor de dibujos  realizados a lápiz, carbón, tinta o tinta y cera, acuarelas, que desconocía y a la vez me eran profundamente conocidos. 

Algunos de ellos, pocos, habían sido estudiados desde el arte como obra menor; y otros apenas habían sido descritos como si hubieran formado parte de un ejercicio de investigación formal, de hibridación entre los estilos surrealista, primitivista, y cubista. Al mirarlos desde la arqueología era evidente que todos ellos surgieron de los motivos de la cerámica numantina, de modo especial, la figura humana y el toro representado en la que denominamos jarra de la mascara de toro. Hubiera sido imposible no sentirme fascinada por ello.

B. Palencia nació en Barrax (Albacete) en 1894 y murió en Madrid en 1980. Su extensa obra, variada en temas e incluso estilos, le conceden un lugar privilegiado en la Historia del Arte de nuestro país con obra que iniciada antes de la Guerra Civil prosiguió en su creación hasta 1980. Fue además fundador junto con Alberto Sánchez de la conocida como Escuela de Vallecas y ambos tienen que ver con este relato.

J. Corredor Mateos, crítico de arte, traductor, antólogo, poeta, en la obra citada se refiere a estos  dibujos de B. Palencia en los siguientes términos: «En 1930 comienza una serie de dibujos abstractos pero que mantienen en general la sugestión de la figura humana. Están realizados con trazos gruesos de pincel -hierros, son como hierros. El negro de este perfil domina sobre el color que rellena los espacios. En estos dibujos se aprecia la huella de Klee y de Miró». Y puedo añadir que, aun con mayor profundidad, tiene la huella, la inspiración, de la cerámica numantina.

No existe constancia de que B. Palencia visitara el Museo Numantino. Hubiera sido difícil que pudiera hacerlo cuando el 13 de julio de 1932, La Barraca de Federico García Lorca y Eduardo Ugalde llegaron a Soria para representar, en San Juan de Duero, La vida es sueño. En este proyecto, de intención didáctica, B. Palencia era escenógrafo y figurinista. En cualquier caso en los años 1931 y 1932, aunque sabemos que algunas pinturas de Palencia no están correctamente fechadas, ya habría tazado algunos de los dibujos a que nos referimos.

Mi interpretación es que conociera la Tesis Doctoral de B. Taracena bien en la publicación de 1924 o a través de los fascículos de la misma que, entre 1923 y 1924, se habían editado en la revista Coleccionismo. B. Palencia era, además, asiduo visitante del Museo Arqueológico Nacional.

Esas fechas pertenecen al tiempo de indagación en el arte. Las vanguardias  investigan la forma, la descomponen geométricamente  en planos en el cubismo, la inspiración viene del arte rupestre levantino, de la cerámica y las terracotas ibéricas y del arte tribal africano en Picasso, Miró encontró referencias en Marruecos,  Klee en Túnez… Palencia, en la cerámica numantina. En esta confluencia de investigación y ensayo de las nuevas pinturas, el primitivismo de los dibujos prehistóricos les resultaban sugerentes. Admiraron en ellos el esencialismo en el dibujo, la aparentemente sencilla geometrización en la representación de la figura, en la sugerencia de movimiento o la quietud; pintores y a algunos escultores se sintieron subyugados e interpelados, provocados, por esas formas de dibujo y pintura primitivas.

Probablemente no estudiaran el complejo simbolismo que subyacía bajo esa formas de representación de la realidad, no indagaran que eran formas construidas culturalmente, que formaban parte de normas compartidas colectivamente y por tanto eran un código visual narrativo. La forma era lo que causaba la sorpresa, la incitación.

Los dibujos de Palencia tienen la forma de un estudio, de bocetos, de pruebas, de ensayos. Parecería que  hubiera una cierta conexión intuitiva pues se atrevió a reinterpretarlos, a transformarlos, a colorear lo que en origen no tenia color. Citando a Geertz «los símbolos no representan la realidad sino los modelos que sirven para construirla».  Mientras dibujaba dibujos nuevos a partir de los antiguos numantinos celtibéricos hubo de aproximarse a una forma de sensibilidad, de comprensión de la realidad, alejada de su tiempo.

Todo ello me permite aventurar, atreverme, a señalar  que estos dibujos, como bocetos, fueran efectivamente,  bocetos, para una representación teatral de La Numancia de Cervantes. Es cierto que, de ser correcta mi apreciación, tan solo dibujó, en los que conocemos, figuras numantinas, no figuras romanas que es fácil comprender le interesaran menos desde el arte.

Aportaré dos datos más para ello: en las cerámicas numantinas no se representa el escenario, natural o artificial en donde se desarrollan las escenas. Nunca hay un contexto que se da por sobreentendido. Palencia, sin embargo, al menos en una ocasión, dibujo una estructura arquitectónica junto a una figura. Ello conviene más al teatro que a un ejercicio de traducción de los dibujos numantinos. Más aún, dibujó la máscara del toro en numerosas ocasiones en paisajes yermos, áridos, minerales, espiritualmente meseteños, acompañado o en montajes de utilería tradicional, estudiando el sentido de las formas en el espacio, un estudio de geometría plástica.

En esta concepción del paisaje coincidía con Alberto, casi podríamos decir, como un sello distintivo de la Escuela de Vallecas que fundaran ambos en 1927.

La segunda razón podría ser más convincente. Un boceto de telón para la escenografía de La Numancia de Cervantes que había de representarse en Valencia en 1936, en  acuarela pintada por Alberto Sánchez, se conserva en la Colección Banco Santander sin que hayamos podido saber más sobre él. Parece probable que ambos se plantearán una nueva representación cervantina.

Calvo Serraller, entre otos críticos,  señaló que Alberto y Palencia estaban inmersos entre el cubismo y el surrealismo naciente con rasgos añadidos de fauves, buscando un argumento que construyera una vanguardia artística española regeneradora en la que, sin duda Miró, Palencia, Alberto, Lasso o Ferrant eran pioneros.

Desde esa altura, es atractiva la idea de que algún día pudiera representarse, con rigor, con respeto a los originales, La Numancia de Cervantes a partir de este trabajo de Palencia y Alberto, que de ser cierta mi sospecha, quedó inconclusa por el estallido de la Guerra Civil  y la diferencia de destinos que ella deparó a ambos artistas.