#HistoriasMínimas: Anatomía del asombro

José A. Díaz / Susana Gómez
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La mirada, como un hecho transparente o indescifrable, se impone sobre todas las cosas

#HistoriasMínimas: Anatomía del asombro

S ucede entre dos párpados. Es en ese espacio cristalino o vítreo, anatomía de asombros, encrucijadas y fronteras, donde los caminos (hacia sí y hacia el otro y lo otro) se desdoblan para materializar la furia, la ternura, la osadía, el amor, la tristeza. A veces las rutas se adivinan: caminos de desamparos y sorpresas, de rabia o miedo o deseo de par en par abiertos. Algunas otras, solo el enigma se hace evidente: una forma aguda y perfilada que arroja globos sonda o de niebla o indefiniciones. Entornamos la puerta que nos conduce a los otros o nos dejamos ver a simple vista, en direcciones de ida y vuelta por los pespuntes de la córnea, el cuerpo ciliar, la retina, el cristalino, los luceros y lucernarios de nocturnidad o alevosía iridiscente. 

La mirada, como un hecho transparente o indescifrable, se impone sobre todas las cosas, y un brillo espía acoge o invita al abismo del umbral: el de, con, contra, hacia, para, por, sin, según… lo(s) otro(s). Hilos de luz y oscuridades abriendo fosforescencias por entre el nervio óptico y su viaje al cerebro. Entonces vislumbramos hálitos de abandono o caída, guiños de indefensión, brillos de apertura, filamentos de protesta. Ojos, en fin, que nos miran, viéndonos o no, indiferentes o atentos, absolutistas o solícitos, amorosos, hostiles, fronterizos, esquivos... Hechas las retinas (del otro y las propias) de hilvanes de penumbra y claridades.

La mirada es sustantiva y está llena de adjetivos. Va y viene adentro y afuera en laberintos propios y ajenos, recorriendo los caminos y los puentes entre los ojos que vemos y nos ven a la velocidad de la luz y de la sombra. En el humor acuoso y vítreo nadan y se multiplican los espejos y los espejismos (la suite de los reflejos está llena de verdades y engaños); una solución donde refractan geometrías sinceras o mentirosas en caleidoscopios de toda forma y color. Si atravesáramos el espejo, iríamos a parar al mundo al revés de las lentes y sus cosas (Al castillo de irás y no volverás se va por el camino que comienza en el iris) y puede que allí, al fondo del globo y la fóvea, nos diéramos de bruces con una reina de corazones, un sombrerero, un conejo blanco con reloj, un gato de Cheshire, una Alicia o un misterio patas arriba. Solo tal vez, porque quizá viajáramos a Wonderland o a la suite de los espejos o al callejón del Gato, donde todo o nada o doble u órdago puede verse o deformarse o esconderse. Ya se sabe: todo es cuestión de perspectiva…

Pero hoy, más que nunca, todo sucede entre dos párpados, el espacio transparente o acuoso que es más geografía de cruce con el otro, pues la boca está tapada y la mascarilla oculta la sonrisa o el rictus, sellados a nuestros ojos los labios que han de adivinarse en su curva imaginada. El ojo que nos ve solo puede posarse, hoy, sobre el nuestro, reducido el rostro de aquellos que miramos a una geografía de retinas y pestañas pues ya no hay comisura ni borde bermellón ni arco de Cupido que llevarse a la vista. Así que hoy, más que nunca, hemos de adivinar quién es pupilo del desamparo, la rabia, el amor, la ira, la sorpresa, la risa… Sobre todo la risa, esa que la pandemia y sus cartografías nos hacen descifrar los ojos: aquellos que se entrecierran ligeramente al sonreír, los que casi se extinguen de puro gozo, los otros que siempre están al borde de la carcajada, pupilas tan sutiles que hay que mirarlas fijamente para saber qué piensan, retinas que apenas sonríen, fecundos lagrimales, ojos que ríen como bocas… La mirada que, a falta de comisuras, bordes bermellones y arcos de Cupido, nos llevamos a la vista. Náufragos de bocas, descubridores de párpados, nos aferramos al umbral y la anatomía asombro.