Luis del Val

LA COLUMNA

Luis del Val

Periodista y escritor


Incultura ministerial... y municipal

08/03/2024

En cualquier capital de un Estado de la Unión Europea, sea Berlín, París, Atenas o Estocolmo, si pudieran comprar la casa donde vivió un Premio Nobel de Literatura, lo harían y la convertirían en un museo. En cualquier capital, sea el país grande o pequeño. Pero no en Madrid.
El Ministerio de Cultura, y el Ayuntamiento de Madrid, parece que se enteraron de que se vendía la casa de Vicente Aleixandre por los periódicos. La casa de la calle Velintonia, tantas veces citada en algunos poemas, se subastó, y, desde luego, ni el Ayuntamiento, ni el Ministerio de Cultura, acudieron a la puja. ¡Total, una casa más de otro premio Nobel!¡Tenemos tantos! Parece que el Ayuntamiento anima al Ministerio de Cultura a que compre el inmueble, y la alcaldía se compromete a rehabilitarlo y convertirlo en un museo. Pero el entusiasmo que provoca el proyecto debe ser perfectamente descriptible, porque me imagino que tienen otros objetivos más importantes, como descolonizar los museos -el ministro- o impulsar las mascletás valencianas -el alcalde-.
Ahora todo es cultura, desde los carnavales a las perfomances, desde los desfiles de 'drag queens' a los festivales de rap, pero la cultura antigua y señorial les debe parecer demasiado conservadora, excesivamente tradicional ¡Uff, qué pereza un premio Nobel de Literatura! Vicente Aleixandre nació en Sevilla, vivió en Málaga y residió en Madrid los últimos 75 años de su vida, pero es un poeta de España. Dice en uno de sus poemas: "Hecho pura memoria,/hecho aliento de pájaro,/he volado sobre los amaneceres espinosos,/sobre lo que no puede tocarse con las manos". Parece que no podremos tocar con las manos, ni siquiera en un leve roce, la casa en la que vivió.
La primera vez que oí hablar de esa casa fue en Zaragoza, en la tertulia de Niké, cuyo jerarca era Miguel Labordeta -hermano del poeta y cantautor José Antonio Labordeta- ya no recuerdo si a raíz de una visita o de alguna anécdota. Pero mis sentimientos no cuentan, sino la evidencia de esta sensibilidad que me es extraña, y donde parece que las catedrales, o la música sinfónica, o el cine en blanco y negro parece asunto de un pasado incómodo. Y, lo peor, comprobar -espero que no- que la desidia o el desinterés provoque lo que no sucedería en la capital de cualquier nación europea.