Las horrorosas imágenes de las llamaradas, gigantescas, destructoras, arrasando la sierra de la Culebra, al oeste de Zamora, permanecerán mucho tiempo, quizás siempre, en nuestras retinas, al igual que los rostros de dolor y desamparo de los vecinos, muchos de ellos ancianos, que fueron evacuados de sus pueblos. Controlado el siniestro, nos dicen que vuelve la normalidad. ¿Qué normalidad? En muchos años, ya no habrá en esa zona, envejecida, abandonada, normalidad de ningún tipo. Han quedado destruidas unas 30.000 hectáreas de pinos, robles, castaños y monte bajo. Han desaparecido ganados, colmenas, plantaciones, pastos y esos suelos en los que se criaban excelentes setas, que constituían otra de las riquezas de la comarca alistana. Se resentirán también los restaurantes y comercios porque va a remitir tanto el turismo cinegético como el senderismo o el de avistamientos de la fauna: lobos (la mayor reserva de España), berrea del ciervo. Un desastre causado por el azar y la mala suerte (tormenta seca, rayos), pero al que han contribuido otros factores. No escarmentamos. Hace un año, cuando el pavoroso fuego de la Paramera (Ávila), a mucha gente (cargos de la Junta incluidos) se les llenó la boca con promesas de actuaciones en invierno y mejoras de los medios materiales y humanos del operativo anti incendios. Pero ni se han limpiado y desbrozado los montes (al menos, como se ha visto, los de la Culebra) ni se ha tenido la prudencia de adaptar todo ese operativo a la ola de calor que sufrimos la semana pasada. Y así, según denuncian sindicatos y agentes forestales, nos encontramos con que solo estaba en funcionamiento un 20 ó 25% del sistema. Estará a tope, aseguró el consejero de Medio Ambiente, el 1 de julio. Pero las llamas no esperaron a esa fecha. Surgieron antes y pasó lo que pasó. Ahora todo son promesas, anuncios, planes. Sin embargo, ni al presidente Mañueco ni al consejero Suárez-Quiñones ni al vicepresidente sin funciones García-Gallardo se les ha escuchado una sola autocrítica. Lo que me da mala espina. Me hace temer que se repetirán los errores.