Trece años al frente del Gobierno de Israel han convertido a Benjamin Netanyahu en el primer ministro hebreo que más tiempo ha ostentado el cargo, por delante de David Ben-Gurion, padre del Estado judío. Un tiempo suficiente como para dejar una huella profunda en ese territorio de Oriente Próximo que ahora debe decidir si quiere que Bibi, como es conocido popularmente, siga al frente del Ejecutivo de Tel Aviv.
Sin embargo, su longevo mandato podría estar cerca de llegar a su fin, después del fracaso vivido tras las elecciones del pasado mes de abril, en las que Netanyahu ganó, pero no convenció. Es decir, se impuso en las urnas, pero sin los apoyos suficientes y, tras un intento frustrado de cerrar una nueva coalición de derecha, tuvo que volver a convocar comicios.
También por eso hará Historia. Es la primera vez que Israel celebra dos elecciones en un año. Y, las de esta ocasión, se antojan como la última oportunidad para el todavía premier.
La última oportunidadEl 9 de abril, el Likud del dirigente conservador se impuso con un empate técnico con la alianza de centroizquierda Azul y Blanco. Fue un escaso 26,46 por ciento frente a un 26,19 por ciento, 35 escaños para cada uno de los 120 que conforman el Kneset (Parlamento). El resultado fue insuficiente para todos ellos, pero Netanyahu contaba con reeditar la coalición con partidos de derecha y ultraderecha. Finalmente, sus desavenencias con Avigdor Lieberman, exministro de Defensa y líder del ultranacionalista Israel Nuestra Casa -que con su dimisión en noviembre forzó el adelanto electoral-, obligaron a convocar comicios cinco meses después de la primera cita y estrecharon el cerco sobre el mandatario.
Y es que el tiempo corre en contra de Netanyahu, que se enfrenta el próximo martes a un nuevo examen con el peso de tres cargos de corrupción sobre él -soborno, fraude y abuso de confianza- y la inminente audiencia con el fiscal general de Israel -en octubre-, que ha formulado la acusación. Ante esto, el primer ministro quiere ir blindado. De ahí la importancia de lograr un nuevo mandato, ya que sus aliados han garantizado que aprobarán una ley que le conceda inmunidad y evite así que se siente en el banquillo.
Sin embargo, la empresa no se antoja fácil. Los últimos sondeos dan otro empate entre el Likud y Azul y Blanco, con 32 diputados cada uno. Es más, el bloque conservador -formado por el Likud, Yemina (derecha nacionalista) y los dos partidos ultraortodoxos- conseguiría 56 escaños, frente a los 54 de la suma de izquierdas -Azul y Blanco, laboristas, Unión Democrática (progresistas pacifistas) y la Lista Conjunta (que agrupa a cuatro partidos árabes)-. Los 10 restantes recaerían en Israel Nuestra Casa, de modo de Avigdor sería nuevamente el árbitro del futuro de Israel.
palestina. De cara a esta nueva campaña electoral, la crisis con Palestina ha quedado relegada a un segundo plano -apenas los ataques que el Ejército ha llevado a cabo sobre suelo árabe, que han servido para que el jefe del Ejecutivo sacase pecho por su defensa del «enemigo»-. Solo al final, el pasado martes, Netanyahu volvió a citar a sus vecinos, asegurando que se anexionaría el Valle del Jordán, en la Cisjordania ocupada, en caso de ganar. Sus rivales han preferido obviar el conflicto árabe-israelí para centrarse en atacar al premier, quien ha centrado su política exterior en cargar contra Irán.
Más en cuenta tienen este problema regional en el exterior. De hecho, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha querido esperar a que se desarrollen estas parlamentarias antes de dar a conocer su plan de paz para la zona, anticipando que su publicación podría condicionar el resultado en las urnas. Eso sí, Trump se ha mostrado como el más firme aliado de Netanyahu, lo que deja un mar de dudas sobre cuál será el programa que tiene previsto para estabilizar a dos territorios enfrentados desde hace décadas.
Sin duda, el documento tendrá que ver en el futuro de Israel, pero, más que nada, lo condicionará el resultado que el martes salga de las urnas.