Los restos maltratados de las ermitas de Magaña

T.G. / J.M.I./ L.C.P.
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La cabacera desapareció al integrarse en una nave en la que se ve un sillar. La ermita contaba con tres escaleras de piedra, puerta de dos hojas y coro bajo

Los restos maltratados de las ermitas de Magaña

Como continuación a una entrega anterior sobre Magaña, en esta abordaremos las tres ermitas de la localidad que se encuentran sin techumbre, con poca historia y que han caído en el olvido: San Miguel, La Verducea y la Virgen de Monasterios. 

El bueno de Martín, nuestro cicerone, ayudado por una fuerte vara, nos condujo campo a través hasta encontrar el PR-SO-110, que une Magaña con Suellacabras. El paisaje de encinas aparece espectacular, con alguno de sus ejemplares de destacado desarrollo. Cruzan el territorio diversos barrancos; nosotros pasamos el de Valdepelecha o Valdelaguna que, cuando lleva agua, la deposita en el río Alhama. Todo ello, además, envuelto en ese olor característico del monte bajo que desprende el tomillo, las jaras y demás plantas. Confundidas y mimetizadas en este entorno, se muestran los restos de majadas abandonadas, que en su día fueron refugio de unas 4.000 ovejas que tuvo el municipio; número un tanto abultado para los recursos de este pues, según Martín, en algún momento pasaban "necesidad".

Pasado el castro de Los Castellares y siguiendo el sendero, encontramos los restos de la ermita de la Virgen de los Monasterios, un indicador nos conduce hasta ella. Se trataba de un edificio pequeñito, y únicamente quedan los restos de algún muro de su única nave que terminaba en una cabecera cuadrangular. La tradición dice que allí se retiraban los penitentes para dedicarse a la contemplación, -argumentos no le faltan al lugar-, y a purgar sus pecados. Sus muros, de lajas superpuestas sin argamasa, se esconden detrás de una vegetación de tomillos y encinas que los devoran.

La ermita tiene planta y cabecera rectangulares, esta última retranqueada. Su orientación es la canónica (Este-Oeste), con su puerta de entrada al sur. En la cabecera podemos distinguir un gran número de sillares de piedra toba, que abundaría en el momento de la construcción del inmueble. Precisamente la cabecera cuadrada hace pensar en unos orígenes altomedievales.

En el Libro de Fábrica de la parroquial de Magaña se puede leer que en 1766, el visitador General del Obispado de Calahorra y La Calzada visitó la ermita de Nuestra Señora de Monasterios, incidiendo en el mantenimiento y la limpieza. El libro de fábrica de las parroquiales de Verducea y de Monasterios (1827-1916) conserva un inventario de sus posesiones. Por él sabemos que en 1827, la ermita de la Virgen de los Monasterios contaba con una cerrada o prado de encinar, en medio de esa cerrada se mantenían en pie las paredes de la ermita y el trono de la virgen. Tenía huerto y tres nogales. Luego, en esas fechas, ya estaba abandonada y sin cubierta.

A pesar de los indicadores para llegar hasta aquí y el panel informativo que hace una reconstrucción de cómo pudo ser la ermita, el abandono es total. El interior de la nave está invadido por los arbustos y en su ábside crece una potente encina. Los muros de grandes lajas están muy deteriorados y es necesario consolidar estas ruinas para que no desaparezcan. El lugar se encuentra en el gran meandro conformado por el río Alhama, en un espacio singular, digno de una visita.

Cuando regresamos de contemplar esta ermita, Martín nos señala espacios del sendero que en algún momento hicieron la función de cisqueras; es decir para la obtención de carbón vegetal. Tras visitar el paraje Los Praillos, la iglesia, y hacer un descanso en el bar-restaurante Buenaventura Herrero, de lo que ya dimos cuenta en una entrega anterior, nos dirigimos al Barrio de Abajo de la localidad. Se encuentra este barrio al lado del río Montes, al que llegan los barrancos del Reajo y Vallejo, y que conduce sus aguas al río Alhama, un poco más abajo. Allí encontramos la ermita de Santa María de Verducea, a la que una obra nueva le ha comido la cabecera. 

Como hemos señalado anteriormente, en 1766 el visitador General del Obispado de Calahorra y La Calzada visitó la ermita de la Virgen de Verducea, y mandó que se profundizara más una zanja ya iniciada tras la pared que mira al norte de la Hermita de la Barruzeda, para evitar que la perjudicara la humedad, y que se hiciera con las pocas rentas y la gran devoción que tenían a esta imagen sus vecinos. 

Por el inventario de 1827 sabemos que, en esa fecha, la ermita de la Verducea contaba con tres escaleras de piedra para el acceso a un pequeño pórtico, con asientos de piedra a los lados; puerta de dos hojas y un coro bajo con balaustrada de madera a los pies. Toda la nave y coro estaban rodeados por asientos de piedra. En esa fecha tenía capilla de cielo raso con tarima de pino y un pequeño retablo dorado con nicho para la Virgen. Detrás del altar había una puerta que daba entrada a la sacristía, que custodiaba manteles, casullas etc. En 1816 se hace la última anotación con las cuentas de esta ermita. Como ya señalamos, la cabecera desaparecerá al integrase en una nave agrícola en la que puede verse un sillar con la inscripción: IHS 1643.

Poco queda de lo que, seguramente, sería la parroquia del Barrio de Abajo. Tan poco queda que cuenta la leyenda que en honor a esta virgen, dado que estaba sin edificio, se colgaba una pequeña campana en un árbol y se celebraba una misa a la virgen de Verducea en la iglesia de San Martín. Fue esta una más de las seis parroquias que tenía el pueblo (San Salvador, San Martín, San Miguel, Santa María de la Vega, Santa María de Verducea, y Santa María de Barruso). Una calle en el Barrio de Abajo recuerda la existencia de esta parroquia medieval.

Después de cruzar el río Alhama por el puente medieval restaurado subimos por una carretera en obras y peligrosa, por la afluencia de maquinaria pesada hasta los restos de la ermita de San Miguel. Esta ermita a la que le ha crecido una gran encina en su interior se halla al lado de una necrópolis aparecida cuando se realizaban las obras del nuevo tramo de la carretera SO-630. Los arqueólogos han destapado sus tumbas que aparecen abiertas pero que serán pronto cubiertas por el asfalto. Allí, al lado de sus muertos, queda esta antigua iglesita de la collación de San Miguel. 

Sabemos que en 1476 se convirtió en ermita, pues en esa fecha se integró en la parroquia de San Martín, ya que la feligresía había abandonado el barrio. Por otra parte podemos deducir que en 1766 ya no se consideraba como ermita, pues en la visita pastoral efectuada ese año, el visitador recorrió varias ermitas de la villa, pero no la de San Miguel; será por entonces cuando la vieja ermita se convirtiera en una cantera que sería aprovechada por los magañeses. 

La vieja iglesia de San Miguel se encontraba en la parte superior del barrio, en un lugar estratégico para evitar las barranqueras del Alhama. La parroquia tenía planta rectangular con perfecta orientación canónica. De la vieja parroquial solo se conserva parte de la cabecera rectangular hacia el exterior, pero el interior, como pasa en la ermita de Nuestra Señora de Barruso, es semicircular. De lo que fue la nave, apenas se conservan restos, pues la construcción,  en los años 40 del pasado siglo XX, de la nueva carretera hacia San Pedro Manrique la hizo desaparecer, no sabiendo si la portada se encontraba a mediodía o a poniente. Al parecer nave y cabecera tuvieron la misma anchura y su fábrica es de piedra trabada con mortero de cal. Las esquinas y los vanos se reforzaron con sillería, y pudo contar con una cornisa con decoración ajedrezada, soportada por canecillos. En la calle Segundo Córdoba, una vivienda con un dintel fechado en 1777 adorna su fachada noreste con un canecillo románico decorado con un barrilillo, que según cuentan en el pueblo procede de las ruinas de San Miguel. ¡Quién sabe si la imposta con ajedrezado que decora la entrada al atrio abierto de San Martín también proceda de San Miguel!

Una vez excavada la necrópolis medieval y abandonada la vieja carretera, es el momento de excavar la nave de esta iglesia y consolidar sus restos. Por otra parte estos restos, junto con los de la Virgen de la Verducea y San Salvador, merecen unos paneles informativos que ayuden al viajero en sus visitas.

Antes de abandonar Magaña, visitamos la ermita de Santa María de Barruso, otra de las ermitas románicas de la localidad. Esta se encuentra, como su propio nombre indica, en el barrio de arriba, en la ladera del castillo y su querencia es introducirse en la roca sobre la que se levanta. En ella se venera la imagen de Nuestra Señora de Barruso, que estos meses veraniegos descansa entre las paredes de la iglesia de San Martín. Fue en tiempos parroquia del barrio de la Solana, del que hoy no quedan apenas restos. A pesar de sus múltiples reformas, todavía conserva la traza de la iglesia románica, levantada en mampostería con una nave cubierta con bóveda de cañón apuntada, reforzada por fajones. Su cabecera al exterior es rectangular, pero al interior es ultrasemicircular, lo que tradicionalmente ha servido para atribuirle un origen prerrománico. Su conservación, gracias a diversas actuaciones, aún es buena, pero, lógicamente, ha perdido sus características originales. 

Salimos del lugar por La Carrera, el viejo camino que, por debajo del castillo, domina la barranquera del río Alhama y conduce al centro de la localidad; este aparece jalonado por cruces que son estaciones de un viacrucis, al final del cual se hace la hoguera de San Antón.

(Artículo íntegro en la versión impresa)