Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


Los cobardes

12/02/2024

"Las dos de la mañana, ya empiezan de nuevo. Una noche de estas habrá una desgracia. La pobre cómo llora, hasta a mí me da miedo». Así arranca el pasodoble que Antonio Martínez Ares presentó en las semifinales de 2016, con la comparsa 'Los cobardes', para buscarse un hueco en la gran final del COAC en el Teatro Falla. Este autor, historia del Carnaval de Cádiz, volvía a concursar tras 13 años de parón y era la primera vez que yo podía disfrutar de él sin tirar de repeticiones de antaño. Recuerdo aquella noche como si hubiera sido esta semana. A lo largo del pasodoble se narra un caso de violencia de género. La bronca va a más, según cuenta el vecino. Golpes en la puerta, gritos, insultos. Hasta que, de pronto, se hace el silencio. «Las tres de la mañana. Ya está, ya se han callado». Pero la cosa no había terminado. «POM, POM, POM. ¡Abra, la policía, buenos días! Su vecina María… No sé si usted se ha enterado». Así, yo vi entrar a Ares en aquella final que terminó ganado. Pensaba que el concurso de chirigotas y comparsas era una cosa bastante chabacana, pero en el Colegio Mayor -qué bien sienta y cuántas cosas regala- profundicé en el tema guiado por los compañeros gaditanos. Descubrí un mundo lleno de ingenio, sensibilidad, gusto, humor, de rimas imposibles y de músicas preciosas. Con ese pasodoble de 'Los Cobardes' lo entendí todo. Llevo nueve años atrapado. Algo tendrá.
Ahora, éste es mi carnaval. Antes, lo era el Jueves Lardero. Pero, desde la diáspora, se ha quedado en un alejado recuerdo de infancia y adolescencia sin cole, con familia, con amigos y con una extraordinaria merienda. A ver quién da más. Subía la puja el padre que sacaba el balón del maletero, ahora que me pongo a recordar. Al entrar en la temida y temerosa pubertad, la zona de Los Royales se volvía el epicentro del Carnaval. Barro, frío, niebla... Y el fenómeno que jamás sabré explicar. Los bocadillos calientes se quedaban para estampar, pero las escondidas cervezas se ponían calentorras al poco de llegar. Y aquel: «¡cuidado!», porque veíamos aparecer a Eugenio con su cámara. «Que luego mi padre se ve la galería de fotos». El riesgo estaba en que te viera con una Sandy en la mano, pequeño fanfarrón.  Ahora, la mayoría de mis amigos vivimos fuera y el Jueves Lardero no aparece en nuestros calendarios. Sí coincidimos, a veces, el finde de Carnaval. Buscamos un sitio con buena visibilidad, y con cañas frías de verdad, para ver el desfile. Y siempre surge la misma conversación. «El año que viene nos tenemos que disfrazar». Y, entre vaso y vaso, se nos ocurren unas cien ideas de nula viabilidad. Es ahí cuando nos llaman la atención desde el bar. Que va siendo la hora de cerrar. Que si no hemos visto a toda la gente bajar. «A la sardina ya van a enterrar». Y, así, se nos vuelve a pasar otro carnaval. En el calabozo. De la memoria.