Cuanto más grande es un estadio, mayores las posibilidades de que crezca el número de espectadores y disminuya el de los aficionados. La diferencia es capital: hay quien va al fútbol «a verlo», como quien ocupa un sillón en el teatro, y quien va «a jugarlo», consciente de que es un elemento más (a veces elemental en medio de la masa) del partido. 
Otro axioma: cuantas más veces haya disputado un equipo la Champions, menor es la pasión de sus aficionados en las gradas. La fuerza de la costumbre disipa el entusiasmo, y quienes lo paladean por primera vez o muy de vez en cuando, exhiben los mejores ambientes de estas primeras rondas. 
Con todo esto quiero detenerme en dos duelos del pasado martes, jugados en Lens y en Berlín, dos plazas que no suelen dejarse ver en la máxima competición y que están sufriendo/disfrutando en esta fase de grupos, mientras forofos de todo el mundo alucinan con la atmósfera que crean los suyos. La peculiaridad de ambos es que el fondo de animación no es un fondo:una grada lateral empuja a franceses y alemanes. Las banderas en rojo y oro de Lens ondean durante los 90 minutos frente a las cámaras. En Berlín, la coreografía es aún más espectacular: el Unión está jugando Champions en el Estadio Olímpico porque su hogar, el Stadion An der Alten Forsterei es de 22.000 espectadores… con solo un 15 por ciento de asientos, algo que la UEFA no permite. Los casi 20.000 'locos' acostumbrados a «jugar» los partidos de pie, no paran de botar y cantar. 
Los 'terremotos' de graderío ocurren en Braga o en Sevilla, en el Reale Arena o en el Nef del Galatasaray, en el impresionante Celtic Park de Glasgow (con su You'll never walk alone y, esta jornada, sus banderas palestinas desafiando a la UEFA)… Con espectáculos así, uno casi olvida la tristeza que provoca una grada semivacía.