Tardajos de Duero, el trabajo por conservar la identidad

A.P.L.
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Antonia nació en Miranda de Duero, muy cerquita (era barrio de Tardajos) y al casarse se trasladó al pueblo vecino. «Siempre he vivido aquí, a mí me gusta el pueblo, no la capital», indica asegurando que «antes se vivía mejor porque ahora hay demasia

Tardajos de Duero, el trabajo por conservar la identidad - Foto: E.G.M

La tarde no prometía por la lluvia y el frío, pero pronto los vecinos se organizaron y acudieron al centro social para contarnos todo lo que se les ocurría  -que no fue poco- sobre Tardajos de Duero. Mientras se organizan visitamos en su casa a Flora Blázquez, quien enseguida nos acomoda junto al calor de la lumbre derrochando hospitabilidad. «Sí, sí, soy de Tardajos. Aquí me casé y tuve a mis hijos, que marcharon a estudiar fuera, y aquí nacieron mis padres y mis hermanos», cuando había 80 casas abiertas y todo el pueblo se dedicaba a la agricultura y la ganadería, con unas cuantas vacas, ovejas y gallinas. Había médico, maestros, escuelas, tiendas, estanco, salón de baile, un palacio... Ahora hay 20 casas en funcionamiento, lo que muchos pueblos quisieran, así que «no está mal». Sin embargo, cree que ahora se vive mucho mejor, «con lavadora y con calefacción», porque recuerda que antes iban a por agua a la fuente vieja. Eran tiempos duros y recuerda bajar a «ca Isaías» a Ribarroya a recoger remolacha y lo que hubiera, «eran dos meses de trabajo pero solo se descansaba para comer y dormir».«Ahora no se trabaja nada», sentencia tras hacer la comparación.

Hasta esta misma semana se han estado juntando unos ocho vecinos a echar la partida por las tardes en el centro social, pero es el primer día que no lo hacen porque muchos ya han vuelto a las ciudades en las que viven el resto del año. «Hay bar pero no hay gente», nos dice Flora algo triste. Junto a su hija nos habla del verano, cuando «hay mucho ambiente» y juventud y la población se duplica, porque llegan de Soria, Madrid, Zaragoza, Bilbao y Barcelona, principalmente. Además, la Asociación Cultural de Tardajos, con cerca de 150 socios, anima mucho y se organizan numerosas actividades para todas las edades. Las fiestas del patrón, San Bartolomé, son el 24 de agosto (con parrillada, gallofa, tres días de orquesta...), y hay romerías en mayo, la de la Virgen de los Álamos, y en el Pilar. Lo bonito del pueblo, coinciden en señalar, es el río Duero (15 kilómetros) y el monte (970 hectáreas). Cerca de su bonita casa, con coloridos geranios en la puerta, viven en un edificio de más de 150 años Ponciano Blázquez, de 96 años, y Antonia García, de 97(su hermano y su cuñada), que también se encaminan al centro social. Su hijo nos dice que están encantados de poder seguir  viviendo allí, donde reciben las visitas de sus hijos.

De camino al lugar de reunión nos van enseñando el frontón, decorado por Imperdible Estudio Creativo, y otras alegres pinturas que han hecho los más pequeños, donde estaba el horno, la fragua, el salón de baile, la tienda-estanco, las escuelas, la casa del médico.  También la iglesia en la que se quemó el tejado porque el cura no quiso poner pararrayos, que luego sí instalaron los vecinos. 

comparando con el verano

ANTONIA SIGUE HACIENDO JABÓN

Sigue jarreando pero los vecinos han acudido enseguida tras el aviso del alcalde, José Ignacio Blázquez. Allí está Aureliano Peña Carnicero, que ha sido siempre agricultor y que habla con especial cariño del monte de encina y roble. Le gusta acudir al centro social para charlar con los vecinos y destaca el verano, cuando hay mucho movimiento. Eusebio Sanz Borjabad tam bién nos habla de esa época del año, lamentando que «ahora nos quedamos cuatro». Mientras, algunos de ellos echan leña a la estufa y preparan café en una tarde desapacible, que sin embargo no nos impide admirar el pueblo y conocer a sus gentes.

Antonia nació en Miranda de Duero, muy cerquita (era barrio de Tardajos) y al casarse se trasladó al pueblo vecino. «Siempre he vivido aquí, a mí me gusta el pueblo, no la capital», indica asegurando que «antes se vivía mejor porque ahora hay demasiado de vicio». Esta vecina, curiosamente, sigue haciendo jabón natural. Lo han pasado mal y trabajaban mucho pasa sacar adelante a familias numerosas, coinciden en señalar los más longevos de esta improvisada reunión. Comían muy a menudo patatas con sebo, dice uno de ellos, aunque no con pena ni nostalgia, sino como anécdota y muestra de la fortaleza de los habitantes de los pueblos de antes. Las fiestas eran mejores, también, añade una de las vecinas insistiendo en que ahora se les consiente demasiado a los jóvenes. No se quedan de servicios porque están «muy cerquita de Soria», aunque el médico va solo un día si se le llama y la enfermera únicamente los lunes. El panadero acude los martes y viernes y también pasan por allí el frutero y el de los congelados. 

En la conversación recuerdan que Irene es la experta en refranes, pero también hacen referencia a la leyenda de la Reina de Tardajos. José Ignacio resume que allá por el año 1800 esta mujer de gran belleza («una vampiresa») se casó con un acaudalado agricultor. Al mantener relaciones con el criado tramaron el asesinato del amo, por lo que fueron ajusticiados en Soria y la viuda se aparecía en la Soledad.Precisamente Consuelo Gonzalo, investigadora de la Universidad de Valladolid (UVa) en Soria, recopila historias de Tardajos en un libro que pronto publicará.

Amelia Ambrona, de 90 años y que volvió al pueblo en la pandemia, era hija del molinero que llegó a este pueblo desde la Riba de Escalote (conoció a su madre y allí se quedó). El molino estaba al otro lado del río, como una de las granjas (había dos) y tenían que cruzar en barca. «Funcionaba muy bien y venía mucha gente de todas las partes, daba mucha vida», apunta con añoranza. También ella y sus hermanas ayudaban con las ovejas. «Ese era otro de los oficios, el de barquero, pero también había herreros, carpinteros, gente que hacía escobas, pescadores de barbos...», añaden los vecinos, y era uno de los pueblos con más codornices. Ahora quedan seis agricultores «sin jubilar», que siembran trigo, cebada, colza, guisantes...

Víctor Angulo, agricultor jubilado, nos habla de su hijo, del mismo nombre, profesor de literatura en Tudela y poeta. Acaba de presentar libro recientemente, La cobardía. «No sé de donde vendrá la vena literaria, creo que es innato», comenta. Y en la conversación nos dicen con mucho orgullo que es de allí la familia materna de la atleta Marta Pérez.

TIENEN MONTE Y RÍO LA PLAYA FLUVIAL, EN PROYECTO 

Un paraje natural a destacar es la Fuente de la Tila (hay un tilo), pero también el puente (se hizo con la concentración parcelaria) y la ermita de Nuestra Señora de los Álamos. «El tío Serrano decía que en la finca de los Llanos de la Herrada era impresionante cuando la laguna de 20 hectáreas se llenaba del todo, una de las más grandes de Soria, y tenía mucha vida», pero el ayuntamiento vendió los terrenos. Cuenta con un régimen especial y se quiere recuperar, aunque ahora no se llena mucho. 

El consistorio tiene dos casas alquiladas (encima del centro social) y la del médico. El alcalde comenta proyectos ya realizados como el colector, las tuberías de agua limpia, la descalcificadora, una caseta con hidrolimpiador y compresor, el arreglo de la fuente vieja, el área de juegos infantil en la plaza y la de adultos biosaludable, arreglo de caminos... Como entidad menor local, pertenecen a Los Rábanos pero tienen independencia económica. La idea es poder hacer una playa fluvial, aprovechando el paso del río, una peña para los jóvenes y cocina en el centro social, además de retirar la báscula de la plaza. Los chopos suponen la mayor fuente de ingresos de este pueblo y cuentan con tierras de labor arrendadas y la Dehesa, con 57 hectáreas.

EL REGRESO CON LA PANDEMIA DECORACIÓN DE CALLES Y BANCOS 

José Ignacio deja una reflexión: «Se está perdiendo la identidad de pueblo». Con ello, hace referencia a que ya solo pueden decir que son de Tardajos las últimas generaciones, los que nacieron hace 20 años. «Es una pena porque la gente que vive en el pueblo ya es muy mayor, con una media de 80 años, había cien familias y el trabajo era en el campo, ahora viene alguien de fuera con cuatro máquinas y labran todo el término...», lamenta. En su caso, fue con la pandemia cuando decidió volver permanentemente (antes vivía ocho meses al año) y ahora de allí ya no se mueve. En esos meses de restricciones por el estado de alarma, coinciden en señalar todos los vecinos, «fuimos unos privilegiados, paseando, haciendo el huerto...». 

En un recorrido por el pueblo bajo la lluvia (muy positivo para la micología en esta zona del parque micológico Montes de Soria) contemplamos los bancos pintados por la asociación y la pared con mensajes y símbolos contra la violencia de género. También hay en las calles dibujos y un poema de Víctor Angulo. En Navidad, ya pronto, se adorna el gran pino de la plaza. Conocemos la calle de la Fuente y la calle Marcal, vemos los manzanos y la fuente, un inmenso paisaje otoñal. Un pueblo esperanzado y con ilusión por seguir mejorando.