Jesús Bachiller

Jesús Bachiller


Mascotas

21/01/2023

Todos recordamos los privilegios que tuvieron los dueños de perros y otras mascotas durante el confinamiento decretado por el gobierno, en marzo de 2020, para frenar la ola de contagios y fallecimientos por el coronavirus. Se compartieron muchos memes en el WhatsApp aludiendo a la picaresca imaginada con tal motivo. Son bien conocidos los beneficios que los animales de compañía tienen para el ser humano y el rol tan importante que llegan a desempeñar en la vida de muchísimas personas. Las investigaciones científicas avalan la positiva relación entre los humanos y los animales. Disminución del estrés y la ansiedad, apoyo psicológico y social, incremento del ejercicio físico, mejora de la autoestima, etc. Está demostrado que las personas que viven solas tienen mayor esperanza de vida si conviven con alguna mascota. Los dueños de las mascotas, sobre todo de perros y gatos, hablan de ellas como si fueran un miembro más de la familia. En el caso de las personas que viven solas, la compañía de una mascota multiplica los beneficios. Por todo ello, y teniendo en cuenta que el número de hogares con un solo miembro ha crecido en España por encima de los dos dígitos en la última década, el número de mascotas se ha incrementado exponencialmente en los últimos años.
Ha sido un tema de discusión recurrente la falta de una ética social en nuestro país, que nos aleja de otros países de nuestro entorno. La consolidación de una sociedad cada vez más individualista y egoísta, que ha roto el equilibrio entre individualidad y colectividad en favor del primero, contribuye a que los comportamientos ciudadanos de una parte de la población se alejen de ese civismo que se requiere cuando se vive en sociedad. Lo vemos en la gestión de los animales de compañía, en la que un cierto porcentaje de personas, bien es cierto que minoritario, no cumple con la obligación de no dejar restos en las vías públicas que puedan perjudicar a toda la ciudadanía. Los perros, particularmente, han ido ocupando parques, playas, calles y paseos, dejando una huella que impacta sobre el paisaje y el ocio de los ciudadanos que por ellas transitan. Estas navidades caminaba por el paseo marítimo de Cádiz y el extraordinario paisaje que aparecía ante mis ojos se veía alterado por un intenso olor a orín de perro y cacas dejadas aquí y allá, que acababan con la calidad de la maravillosa experiencia matinal. 
Elaborando este artículo, se publicó en este mismo periódico un reportaje sobre los problemas que las cacas de perro estaban provocando en el vecino municipio de Golmayo. Tal situación se puede trasladar también a Soria capital, donde comprobamos que en determinadas zonas de la ciudad se está produciendo un incremento notable de los residuos dejados por los perros, algunos de gran tamaño, y no recogidos por sus dueños, con el correspondiente impacto sobre los espacios afectados. Cuando la ausencia de lluvias se prolonga, lo cual es cada vez más frecuente, los restos añadidos y generalizados de los orines en puntos concretos transgreden la necesaria limpieza de los espacios públicos, plantean problemas de olores y son foco de transmisión de enfermedades. Son una minoría los que demuestran este comportamiento tan poco ejemplar y contrario a la ordenanza municipal reguladora de la tenencia de animales domésticos y de compañía, pero hay que reconocer que se nota cada vez más en algunos sectores urbanos. Quizá para salvaguardar el bienestar colectivo haya que insistir en las campañas que se hacen de concienciación y educación, o quizá es hora de que el Ayuntamiento se plantee un endurecimiento de la normativa y un aumento de la vigilancia para evitar que estos comportamientos individuales se normalicen y los residuos colonicen aceras o parques.