Alimentación y sostenibilidad

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Cambiar los patrones de consumo puede ayudar a mitigar el impacto ambiental

Alimentación y sostenibilidad - Foto: Imagen de KamranAydinov en Freepik

Por Ángela García González, Mª de Lourdes Samaniego Vaesken y Teresa Partearroyo. Profesoras titulares de Nutrición y Bromatología de la Universidad CEU San Pablo

 

Los sistemas alimentarios presentan gran impacto ambiental, ya que su producción contribuye de forma significativa al cambio climático, a la pérdida de biodiversidad, a un mayor consumo de agua dulce, a la utilización de la tierra, a la interferencia con los ciclos mundiales del nitrógeno y el fósforo, y a la contaminación química, siendo responsable de aproximadamente el 30 por ciento de la emisión de gases de efecto invernadero, por lo que comprometen el concepto y los principios de sostenibilidad.

En la actualidad, los hábitos alimentarios y dietas de billones de personas alrededor del mundo, junto con el crecimiento poblacional proyectado para los próximos 30 años, comprometen seriamente los principios de la sostenibilidad y la disponibilidad de recursos para las generaciones futuras. 

Concretamente, a medida que la población sigue aumentando, más personas comienzan a comer como lo hacen en los países occidentales, por lo que la producción de carne, lácteos y huevos necesitará aumentarse en aproximadamente un 44 por ciento para 2050, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Para abordar y satisfacer las necesidades nutricionales de una sociedad cada vez más urbanizada, preservando al mismo tiempo los recursos naturales y productivos, los sistemas alimentarios tienen que sufrir transformaciones radicales hacia una mayor eficiencia en el uso de los bienes, más equidad en el consumo de productos y de forma relevante, hacia dietas que sean más sostenibles.

En este sentido, uno de los actores implicados para afrontar los retos que suponen la lucha contra el cambio climático, la circularidad o el desarrollo sostenible somos los propios consumidores, quienes tenemos un papel fundamental para hacer que la cadena alimentaria sea más sostenible, ya que influimos de manera directa, a través de nuestras elecciones, en la forma en que se producen y gestionan los alimentos. Por ello, cambiar los patrones de consumo puede tener un efecto profundo en la mitigación del impacto medioambiental debido a la cadena alimentaria. 

Para ello, debemos conseguir que las personas tomen las decisiones adecuadas a nivel individual, pero también que el entorno se lo permita y facilite. Las campañas de promoción del cambio hacia hábitos alimentarios más sostenibles deben ser interprofesionales (involucrar a profesionales de la Salud, educación, psicólogos, empresas alimentarias y de restauración, trabajadores sociales...) y abarcar diferentes acciones complementarias, como, por ejemplo, dar a conocer las repercusiones medioambientales o sanitarias de los productos que elegimos, a través de campañas de información pública, de guías alimentarias, de etiquetados y certificaciones o de medidas fiscales, mediante impuestos o subvenciones.

Las últimas tendencias en materia de residuos y su gestión han empezado a centrarse cada vez más en tratarlos como un recurso reutilizable. Como se ha mencionado previamente, los sistemas alimentarios tienen un impacto determinante en el medio ambiente, ya que la producción de comida contribuye al cambio climático. 

Sin embargo, también es necesario tener en cuenta que no solo contribuye la producción de alimentos consumidos, sino también, y de manera importante, aquellos que no se ingieren, lo que se conoce como desperdicio. 

Para hacer frente a este problema hace falta conocer en qué parte de la cadena de suministro se produce el desperdicio, aunque la evidencia ha demostrado que se trata de un proceso que ocurre en todos los niveles y que se necesita un enfoque holístico que implique a todas las partes en su control y solución. De manera que, aunque resulta imposible evitar por completo tirar alimentos, sí se puede reducir la cantidad de los productos desaprovechados.

El desperdicio incluye los alimentos estropeados, las cosechas abandonadas en el campo, los residuos de frutas y verduras, las sobras en el plato de hoteles, hogares y restaurantes, y cualquier otro producto perdido en cualquier etapa de las cadenas de suministro. Es imposible evitar por completo el despilfarro, pero sí es posible reducir la cantidad de desperdiciada. Por lo tanto, contribuir a elaborar métodos de valorización de los residuos alimentarios es fundamental para reducir el impacto ambiental y climático de la forma en la que producimos y consumimos alimentos a través de una bioeconomía sostenible.

La regla de las '4 R'

Según los principios de la economía circular, los residuos alimentarios pueden reciclarse y reutilizarse como materia para la producción de otros materiales, sustancias químicas y productos. En general, las estrategias para abordar el desperdicio se dividen en tres categorías: prevención/reducción en origen, reutilización y reciclaje/recuperación, la llamada regla de las 3 R, una propuesta adecuada para tratar los residuos de la comida al final de su ciclo de vida y evitar su impacto en el medio ambiente y la sociedad, siendo el vertedero el plan de gestión menos deseable. 

No obstante, dentro del sistema alimentario se puede incorporar una cuarta erre: la redistribución. La regla de las 4 R es aplicable en todos los niveles de la cadena, desde la producción a la distribución, la venta o el consumo de alimentos y bebidas. Este último punto se debe tener en cuenta tanto en la restauración colectiva, en hostelería o en el propio domicilio.

Por lo tanto, es necesario revisar los conceptos y características que definen una dieta sostenible, y las posibles estrategias, campañas de conocimiento y concienciación para inducir cambios en el comportamiento de los consumidores, para integrarla de forma realista y duradera en los hábitos alimentarios de la población española.