El cementerio románico de Huérteles en San Lorenzo

T.G. / J.M.I./ L.C.P.
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La imagen de la Virgen de la Asunción y la tabla de San Miguel merecen una visita

El cementerio románico de Huérteles en San Lorenzo

Fue el jueves 23 de marzo cuando el equipo de Románico sin techo visitó Huérteles, localidad de Tierras Altas a la que se accede por la carretera autonómica SO-615 hasta llegar al cruce con la SO-643, que nos llevará, en algo más de media hora, desde Soria a esta localidad. Ese jueves amaneció luminoso en Soria, pero conforme avanzábamos y ganábamos altura hacia nuestro destino, el día se fue poniendo más frío y oscuro.

Nos encontramos con un lugar en el que se podían ver vehículos y personas transitando por sus calles, unas calles que conservan un bonito empedrado que da personalidad a un pueblo limpio y recogido, en el que duermen entre 10 y 12 personas. Huérteles fue desde el siglo XII al XIX cabeza de sexmo que quedaba constituido por los lugares de Montaves, Taniñe, Las Fuentes, Palacio y Ventosa. El sexmo era una subdivisión de la Comunidad de Villa y Tierra de San Pedro Manrique, y, que como hemos explicado en alguna de nuestras anteriores entregas, consistía en tierras comunadas de varias aldeas, durante la reconquista castellana, en torno a una villa mayor. Hoy Huérteles pertenece al municipio de Villar del Río.

Allí, en su pueblo, nos esperaba la amabilidad de nuestro querido compañero Miguel Ángel Pérez. Gracias a él pudimos ver la iglesia parroquial advocada a la Asunción de Nuestra Señora. El edifico, que combina una cabecera del siglo XVI con bóveda de crucería y una nave de 1892, está presidido por un interesante retablo de finales del XVI, que, según investigaciones de José Vicente Frías Balsa, es obra de Guillermo de Amberes y que será dorado por su cuñado Mateo Ruiz de Cenzano a la muerte de aquel. 

Este retablo, pero sobre todo la imagen de bulto redondo de Nuestra Señora de la Asunción y la tabla de San Miguel, bien merecen una visita. A los lados del retablo dos imágenes en madera policromada, con ricos estofados embellecen el muro sobre sus peanas. A los pies de la nave podemos disfrutar de un pequeño retablo y de la parte de otro que fue sagrario con la figura peculiar de un pelícano, y coronado con un frontón curvo, soportado por dos columnas con fustes zigzagueantes; todo ello dorado con un buen pan de oro. Siguiendo a José Vicente Frías Balsa, creemos que esta pieza podría encajar en su retablo mayor, pues según trascribe, Guillermo de Amberes se comprometió a hacer el sagrario con las siguientes condiciones: «Ha de llevar oro fino, bien batido, todo el relicario -sagrario- de manera que todo ha de ser cubierto de oro y de la pintura conforme al arte lo mandare y encima estofado en las partes que conviene». También hay un cristo en la cruz y una pila bautismal difícil de datar.  

El muro de la cabecera se empleó, cuando alguien jugaba allí, de frontón. Hoy un área polideportiva con frontón y solado pulido se asienta en la parte baja del pueblo, junto a la carretera a Montaves, esperando a quien quiera jugar. El atrio de la iglesia conserva un empedrado original de gran calidad y un curioso banco corrido fabricado en piedra. Un pequeño portalillo al oeste del atrio guarda un antiguo banco y las ruinas del viejo olmo, que hasta los años 80 del pasado siglo daba sombra al feligrés.

Al salir de la iglesia un buen rebaño de ovejas nos sorprendió gratamente. El pastor y dueño de este nos dijo que el ganado que pastorea está enfocado al comercio de carne. Es lo poco que queda de aquel tiempo en el que hubo en el pueblo unas 10.000 ovejas.

Miguel Ángel nos enseñó su estupenda y bella casa y desde allí nos acompañó al cementerio: objetivo principal de nuestro viaje, a medio kilómetro al norte del caserío. Allí queda en pie: la cabecera, con ábside y presbiterio de igual anchura, el muro norte y restos del hastial occidental, donde sin duda estuvo la espadaña. El muro meridional y la portada han desaparecido, si bien conserva el arranque de aquel. Se marcan todavía en el suelo, con piedras, las dimensiones de la iglesita, ubicada en la parte más alta del cementerio, desde donde hay una preciosa vista de los campos verdosos vestidos de primavera. El lugar destinado a cementerio está cuidado, no así lo que fue el solado de la nave parroquial, donde aparece algún hueso humano, cruces y piedras que se amontonan en el muro de poniente, donde estuvo el coro.

Tanto Madoz en su Diccionario como Blasco en su Nomenclátor nos hablan de la existencia de una ermita dedicada a San Lorenzo Mártir. Por el libro de Fábrica de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, sabemos que en 1828 el visitador diocesano, don Romualdo Mendoza y Sigüenza, canónigo y Dignidad de Chantre de la catedral de Calahorra (La Rioja), visitó la ermita de San Lorenzo Mártir. Según sus anotaciones, se encontraba extramuros del pueblo y en ella se celebraba la primera misa desde la cruz de mayo a la de septiembre. La encontró en muy mal estado y ordenó: componer y consolidar la pared del lado del evangelio, consolidar la cruz del altar. Mandó al cura del lugar, ayuntamiento o a quien correspondiera que en un mes se blanqueara el interior de la ermita, que se consolidara la pared del coro y que se reparara la campana. Si no se adecentara el altar y toda la ermita, no se debía permitir celebrar el Santo Sacrificio de la Eucaristía. 

La ermita no se debió reparar, pues cayó en el olvido. Lo que sí sabemos es que la fábrica de la parroquia en 1834 dedicó parte de sus ingresos a levantar un nuevo cementerio, adosado a la vieja ermita. Se pagaron muchos jornales por levantar paredes, hacer una puerta con su cerraja, bisagras y clavos y, también, por la licencia para bendecir el nuevo camposanto.

Es posible que alrededor de esta ermita estuviera asentada la primera puebla y que esta bajara al valle del río Ventosa y la antigua parroquial se convirtiera en ermita. El recuerdo de San Lorenzo Mártir lo podemos ver en el retablo mayor de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en el que Guillermo de Amberes nos representa al mártir, musculoso y desnudo, siendo llevado a la parrilla.

Desde su conversión en camposanto el deterioro fue a más,  por lo que se tuvo que reconstruir la cabecera, cegándose al exterior los dos vanos que iluminaban el ábside. Los muros recrecidos de la cabecera se hicieron un poco más delgados y toda la cabecera se recubrió con una bóveda de horno a hueso, que recuerda, por la disposición de sus lajas, el empedrado de las calles del pueblo. Está bóveda se encementó con una ligera capa de hormigón que fortaleció toda la estructura. La espadaña y el muro sur desaparecieron, así como su techumbre, y con los restos de su humilde portada se reconstruyó la nueva del camposanto mirando a levante. La parte exterior del ábside se encaló en su día.

En su interior, destaca su arco de gloria apuntado en buena sillería, sobre pilastras lisas con sencillas impostas. La cornisa de la cabecera la constituyen simples lajas que apoyan en canes sin tallar. Por los restos que han llegado hasta nosotros podemos deducir que la nave se elevaba sobre la cabecera.  La ermita de San Lorenzo Mártir, como muchas de las pequeñas iglesias de Tierras Altas, es un buen ejemplo de la humildad y sencillez de las construcciones románicas. Es un edificio pobre, sin ninguna decoración, que aprovecha los materiales constructivos que tiene en su entorno, lo que hoy se conoce como huella de carbono cero. Estos muros que han llegado hasta nosotros son representativos de lo que debieron ser muchas iglesias que presidieron la vida de aquellas primeras aldeas surgidas en la Extremadura castellana. 

Esta cabecera bien merece una nueva techumbre, quizás de lajas, que le permita superar otros 800 años y que dignificaría el trabajo y la fe de los antepasados que la edificaron.

Nos despedimos del lugar recorriendo sus calles empedradas y acercándonos al río Ventosa, que fluye alegre por la localidad, pasa al lado del lavadero y ambos, río y lavadero, consiguen crear un rincón agradable, con ese sonido reposado que crea el agua de los pequeños arroyos.

Despedimos la mañana con un café y unos torreznos en San Pedro Manrique, con nuestro compañero Miguel Ángel y el párroco de la localidad Antonio (Toño) Arroyo, que atiende a 56 pueblos, con el que dialogamos sobre la problemática de la reconstrucción de la iglesia de San Bartolomé de Sarnago y de otras tantas localidades de Tierras Altas que tan bien conoce.