La pluma y la espada - Miguel de Cervantes

Un héroe en las mazmorras de Argel (II)


El genial literato fue liberado de su cautiverio previo pago de 500 ducados de oro tras cinco años y cuatro intentos de fuga

Antonio Pérez Henares - 10/04/2023

El comportamiento de Miguel de Cervantes en su cautiverio de Argel fue el de un verdadero héroe. Los testimonios directos de otros presos y los hechos reflejados en diversos documentos oficiales dan buena fe de ello. Como el libro publicado por Fray Diego de Aedo, escrito parece por Antonio de Sossa, un benedictino compañero en la prisión. Es también muy evidente, y así ha sido señalado por los estudiosos de su vida y su obra, como Alonso Zamora Vicente, quien señala aquellos casi cinco años como un «hecho primordial en su vida que la divide en dos mitades» y que, además, en palabras de Juan Goitisolo, «están en el núcleo central de la gran invención literaria» que crearía después. Las referencias a aquella terrible época de esclavitud asoman por muchos de sus escritos, en sus comedias Los baños de Argel y El trato de Argel, así como el de La galatea, Los trabajos de Perfiles y Segismundo y en el mismo Quijote, en su primera parte, en el relato llamado Historia de un cautivo.

Intentó fugarse cuatro veces. Fracasados sus planes, en varios casos por delación, asumió la total responsabilidad para salvar de represalias a sus compañeros, sufriendo él los castigos y las torturas. La primera vez, al año siguiente de llegar a tierra africana. Junto a su hermano y un grupo de prisioneros sobornaron a un moro para que por tierra y a pie los condujera hasta Orán, que estaba en manos españolas. Comenzaron el camino, pero en la primera noche les abandonó y, perdidos y sin saber hacia dónde dirigirse, regresaron. Aquello les costó ser encadenados y vigilados más estrechamente.

Los piratas habían establecido el precio de su libertad, suponiéndoles personas de categoría por las cartas de Juan de Austria que llevaba consigo, en 500 ducados de oro, y una cantidad algo menor por su hermano Rodrigo. Sus padres en Madrid hicieron un gran esfuerzo, vendieron gran parte de sus bienes y pidieron un préstamo. Lograron reunir cierta cantidad que entregaron a los trinitarios, encargados de aquellos tratos. Llegaron a Argel en 1577 y como la suma no alcanzaba para liberar a Miguel, este mismo decidió que se pagara el rescate de Rodrigo, lo que a la postre consiguieron. Así, fue puesto en libertad y regresó a España.

Un héroe en las mazmorras de Argel (II)Un héroe en las mazmorras de Argel (II)Miguel tenía ya trazado su segundo plan de fuga. Con Rodrigo había tramado que una vez llegado a tierra, fletara una galera que se acercara a cierto lugar de la costa argelina y lo recogiera junto a 15 prisioneros más conjurados con el que los aguardarían ocultos en una cueva del litoral. El cómplice era un melillense llamado El Dorador, que conocía el emplazamiento y los conduciría hasta él. Se puso en marcha el objetivo y la galera intentó acercarse a la costa, pero no pudo hacerlo tanto como para que pudieran subir a bordo, y cuando lo intentó, resultó que naves piratas vinieron hacia ella y la apresaron. Al mismo tiempo, tropas del Bey de Argel, el veneciano renegado Hasán Bajá, llegaban hasta la cueva donde se ocultaban los fugados y los capturaban a todos. El Dorador les había delatado.

'El baño'

Conducido ante él, Miguel de Cervantes asumió toda la responsabilidad y dijo ser el único organizador de la intentona. El Bey lo encerró en el baño, los baños de Argel, o sea una lúgubre mazmorra donde cargado de cadenas y sometido a muchas privaciones y no pocos castigos, pasó cinco meses.

Pero no quebraron su espíritu. En cuanto salió del baño, lo volvió a intentar retomando el primer plan de lograr llegar por tierra a la plaza española de Orán. Para ello envió con un moro cartas para su gobernador, el general Martín de Córdoba, en la que le pedía guías para poder llegar. Los hombres del Bey, alertas, lo capturaron y descubrieron las misivas. En ella se demostraba la autoría de Cervantes, que, otra vez, llevado a presencia de Hasan Bajá, lo condenó a recibir 2.000 palos, un castigo que en la mayoría de los casos podía resultar letal. Sin embargo, el español se había labrado ya toda una reputación en Argel y fueron muchos quienes intercedieron por él. Al final la sentencia no se ejecutó.

Cervantes retomó el tema. Esta vez fue gracias a un mercader valenciano que estaba de negocios en Argel, y que sabedor de sus intentos y peripecias, le entregó una fuerte suma de dinero para que pudiera escapar. En esta ocasión la fuga iba a ser masiva, pues Miguel consiguió comprar una galera para que en ella pudieran embarcar 60 cautivos más. Todo parecía ir bien cuando se produjo la catástrofe. Uno de los que iban a participar, un exdominico llamado Juan Blanco de Paz, le delató ante Hasán Bajá. Como recompensa, el traidor recibió un escudo y una jarra de manteca, y Cervantes, que, para variar, asumió la autoría personal del plan, fue encadenado de nuevo y llevado a una prisión más segura, en el propio palacio del Bey.

Antonio Muñoz Degrain pintó ‘Cervantes ante el Bey de Argel acusado de conjura’. Antonio Muñoz Degrain pintó ‘Cervantes ante el Bey de Argel acusado de conjura’. Este decidió, además, que la mejor solución para acabar con sus intentonas era enviarlo a la capital otomana, a Constantinopla, de donde tendría casi imposible escapar. Era ya mayo de 1580, a punto de cumplirse el lustro desde que había sido apresado, cuando llegó a Argel un nuevo grupo de padres mercenarios y trinitarios para liberar cautivos, incluso intercambiándose por ellos. 

Uno de ellos, fray Juan Gil, que disponía de 300 escudos, que la familia de Cervantes había conseguido reunir, trató de rescatarlo. Pero su precio eran 500. No cejó. Fue pidiendo ayuda a todos los mercaderes cristianos que había en la ciudad, y consiguió reunirlos cuando ya se cumplía el límite de tiempo. Cervantes estaba ya embarcado en la galera presta a zarpar que le iba a conducir a la lejana capital otomana, sujeto con «dos cadenas y un grillo».

Liberado el 19 de septiembre de 1580, el 24 de octubre regresó a España por el puerto alicantino de Denia con otros cautivos también rescatados. A finales de noviembre, tras pasar por Valencia, consiguió al fin reunirse con los suyos en Madrid.

Familia arruinada

Miguel de Cervantes tenía ya 33 años cumplidos y no había pisado España desde hacía 11, cuando escapó a Italia. Su familia estaba en la ruina tras los esfuerzos por rescatarlo. Su padre, ya viejo y sordo, mantenía como podía a su madre y dos de sus hermanas, Andrea y Magdalena. Una tercera, Luisa, era monja carmelita descalza en Alcalá. Rodrigo había vuelto al ejército y estaba en Portugal incorporado de nuevo al tercio de Lope de Figueroa en el que habían servido los dos.

Miguel ya no podía hacerlo por las heridas sufridas. La mano le había empeorado y los baños de Argel le habían quebrado bastante, amén de la edad. Aunque había comenzado ya a escribir, las letras no ofrecían posibilidades económicas reales para quien era un perfecto desconocido. Sin ningún libro publicado, carecía de licenciatura. No poseía título universitario alguno. 

A principios de 1581, partió hacia la corte de Felipe II, que en aquel momento se encontraba en Lisboa, pues el rey español lo era también de aquella nación y su imperio colonial. Pretendía algún pago por lo sufrido y algún empleo para reemprender su vida y pagar las deudas familiares. No fue mucho, pero al menos no se marchó con las manos vacías. Recibió 45 ducados y una misión secreta en Orán, que se le encomendó por su sobrada experiencia en el norte de África.

La culminó con éxito y fue recompensado por ella regresando a Madrid a finales de año. A principios del siguiente solicitó empleo en América, pero no había vacantes y se le denegó.

Fue entonces cuando sabemos de su primera relación amorosa reconocida. No pudo concluir en matrimonio por la sencilla razón de que ella estaba ya casada, pero que sí fructificó en una hija. Ella fue Ana Villafranca de Rojas, mujer de un tabernero llamado Alonso Rodríguez. La niña bautizada como Isabel Rodríguez y Villafranca el 9 de abril de 1584 en la parroquia de los Santos Justo y Pastor de Madrid no fue reconocida por los Cervantes, sino cuando quedo huérfana y fue recogida por su hermana Magdalena. En 1600, cuando la muchacha tenía 16 años, Miguel la reconoció y pasó a ser llamada Isabel de Saavedra. 

A la par que aquellos amoríos, el autor de El Quijote se puso en serio y con pasión a escribir. En febrero de 1582 estaba con La Galatea, su primera parte, pues tenía previsto hacer una segunda que jamás completó. Era una novela pastoril, en verso, que firmó como Miguel de Cervantes Saavedra. Añadió este segundo apellido, que no era el materno, pues su madre se llamaba Leonor de Cortinas. Tenía raigambre y era usado por los Cervantes establecidos en Andalucía, donde algunos habían conseguido cierto rango. Entre ellos un pariente lejano, Gonzalo Cervantes Saavedra, que también estuvo en Lepanto. 

Como telón de fondo aparece una anterior familia común sevillana. Esforzados combatientes fronterizos contra los moros hispanos, de cuyo adalid, Juan de Sayavedra, celebrado en los romances y también cautivo de los musulmanes, de quien Miguel pudo sentirse, por su peripecia, descendiente moral suyo. 

Son estas las razones y pruebas aportadas por la hispanista María Antonia Garcés que resultan las más convincentes y que atribuyen la adopción del apellido a la reinvención que el propio Cervantes hace de sí mismo. Es el nombre de su héroe en su obra El trato de Argel y de los protagonistas de El gallardo español y de La historia del cautivo, incorporada al Quijote

El soldado Miguel de Cervantes era pasado, el escritor comenzaba a erguirse. El camino iba a ser casi más difícil. Carecía de obra, apenas algunos poemas. Su pasión era la poesía, pero no iba a ser esa senda por donde encontrara la musa. Él mismo, al cabo de los años y los esfuerzos, lo reconocerá en lo que es la humilde y hermosa confesión de quien hoy es considerado el gran genio de la literatura universal.

«Yo, que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo», recoge en la obra Viaje al Parnaso.