El hombre que ayer puso en jaque al Gobierno ruso se llama Yevgeni Prigozhin, aunque la mayoría lo conoce como el chef de Putin o el líder de los Wagner. Nacido en 1961 en la antigua Leningrado, ahora San Petersburgo, es un producto de la transformación de Rusia, educado en la calle y un superviviente nato aupado sobre los trascendentales cambios del país durante la década de los 90, un entorno salvaje que facilitó transiciones tan radicales como la suya.
La primera gran experiencia de Prigozhin con el sistema ocurrió en 1981 cuando, a los 20 años, fue condenado a 13 años de cárcel por robo. Cuando salió, se encontró con un mundo distinto. Fue liberado en 1990, en las postrimerías de la Unión Soviética, una tierra de oportunismo donde el líder de Wagner comenzó a prosperar vendiendo perritos calientes. En solo cinco años abrió su propio restaurante.
El local fue el epicentro de la red de contactos que Prigozhin iría confeccionando, conforme ampliaba el negocio. Uno en particular: Isla Nueva, un barco que navegaba en el río Neva, donde el presidente de Rusia, Vladimir Putin, comenzó a llevar a sus invitados. La primera fase de la relación entre ambos tenía un carácter puramente comercial. Prigozhin fundó una compañía de catering, Concord, que fue contratada por el Kremlin para suministrar alimentos al Ejército y a los colegios del país,
La creación de su fuerza tuvo mucho que ver con el concepto de «negación plausible», dado que, por aquel entonces, Rusia había declarado ilegales a las compañías militares privadas. «Fue Prigozhin quien le planteó directamente a Putin la cuestión», afirma un antiguo oficial del Ministerio de Defensa.
El Kremlin le concedió un terreno en Molkino, al sur de Rusia, primera base de entrenamiento del grupo, que comenzó a crecer. Primero, interviniendo a favor de separatistas en la región ucraniana de Lugansk, para luego extenderse a Siria y de ahí a África, donde es el brazo armado de las juntas militares que han asumido el poder en los últimos años, como en Mali.
En Ucrania, su brutal campaña (Bajmut es el gran exponente) le convirtió en una estrella nacional. Pero sus críticas al Ministerio de Defensa y a la estrategia bélica le han mutado en un verso libre... y ahora en un peligroso enemigo.