Santa María de las Hoyas, tierra de reencuentros

Ana Pilar Latorre
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Cuando llegamos a la plaza, pronto vemos a Jesús Gañán en la puerta de su casa, adornada con madera y cerámica y el escudo familiar con los apellidos de sus padres: Gañán y Rodrigo, que eran de Cantalucia y Rejas de Ucero

Santa María de las Hoyas, tierra de reencuentros - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

Cerca del Cañón del Río Lobos y entre las comarcas de Pinares y Ribera, Santa María de las Hoyas despide el mes de mayo con altas temperaturas que, aunque levantan el ánimo, no favorecen a los cultivos de la zona, muy necesitados de agua. 

Cuando llegamos a la plaza, pronto vemos a Jesús Gañán en la puerta de su casa, adornada con madera y cerámica y el escudo familiar con los apellidos de sus padres: Gañán y Rodrigo, que eran de Cantalucia y Rejas de Ucero y se establecieron en Santa María cuando se casaron. Dedicado a la construcción, a la piedra y a la madera, su vivienda es un claro ejemplo de su buen hacer trabajando estos materiales. Señala una imagen de su padre trabajando en el «aparato de serrar» y, al lado, hay una imagen de San Antonio que le regalaron en Monteagudo. Han trabajado mucho tanto en la provincia como en otras, confiesa, pero ahora no hay tanta faena «por el parquet flotante y los muebles del Ikea». «Ahora no hacen un mueble macizo ni nada...», lamenta mientras se despide para regresar a su tarea y rememora las meriendas de los domingos con los amigos cuando era joven.

Junto al Ayuntamiento se encuentra el bar Pepe -funcionan dos en la localidad- donde Anunciación Sebastián atiende a la clientela mientras espera a la denominada 'peñita del café'. Así es como denominan a este animado grupo de mujeres que se reúne allí a diario. El bar «dinamiza» y es «punto de encuentro para pasar un ratito», pero «el pueblo no tiene nada que ver con lo que era antes y la población se pierde poco a poco». «Sigue habiendo unidad, pero la sociedad es de otra manera...», añade esta vecina, que se siente muy querida en su pueblo. Estudió en la escuela hasta los 14 años y después salió a estudiar durante dos, pero decidió regresar, «ahora hay más para elegir». El pueblo antes estaba «atendidísimo», porque había cuatro bares, dos tiendas de alimentación, médico con vivienda, farmacéutico, sacerdote y veterinario porque «había mucho ganado».

En Santa María hubo tres escuelas (se convertirán en albergue porque va a salir a licitación en breve con un presupuesto de 67.000 euros), con 80 niños por curso e incluso con comedor, que «llevaba la señora Amparo».  El patio del colegio es, para Anun, su rincón favorito «cuando hay muchos niños». Pero con la emigración, sobre todo al País Vasco, Navarra y Madrid y desde 1965, los servicios se fueron perdiendo y hoy se lucha por retomar la consulta médica dos días, porque desde la pandemia se limitó a los jueves. Hay 112 habitantes censados en Santa María y en su barrio, Muñecas, pero la población se multiplica por seis en verano. «Ya se está notando estos fines de semana que hay más gente», comentan los vecinos. 

Una veintena de agricultores (cuatro cosechadoras y 26 tractores) y un ganadero con mil ovejas son el principal motor económico, además de construcción, hostelería y casas rurales. Aunque no es el paso habitual para acceder al Cañón, sí que hay turistas que paran para ver este pueblo tan bonito del que sus vecinos están tan orgullosos. Hay tres viviendas municipales y dos de ellas disponibles, ya que una está alquilada actualmente. Niños son pocos y van en transporte escolar a SanLeonardo, a diez kilómetros. El panadero va cada dos días y también los ultramarinos, aunque no se vende pescado. El alcalde, José Sebastián, nos acompaña en el recorrido mientras comenta que la cobertura está muy bien porque acaban de instalar fibra óptica y, aunque ahora no hay teletrabajadores, sí que es una opción para atraer población.

la animada 'peñita del café' EL BAR, PUNTO DE ENCUENTRO

Por la travesía, Ángel de León pasea en carrito a su pequeña Irania, bautizada en el pueblo hace dos semanas. La familia vive desde hace dos años en el pueblo, cuando él se hizo cargo de la explotación familiar. Echa en falta servicios y ayudas y cree que tiene sus ventajas, como la libertad, y desventajas, como los traslados y lo vacío que se queda en invierno. También está por allí conversando con Santiago Parmo, quien no se piensa marchar de Santa María porque «se vive muy tranquilo»; y Pablo Chavero, nacido en Badajoz y casado con una vecina del pueblo.Viven en Bilbao pero regresan en cuanto pueden a su casa «bonita y resalada». De su pueblo se queda con «el aire puro» y «los paseos por el campo», y sus hijos, dice, prefieren las vacaciones aquí que en Laredo (Cantabria).

Mientras, la 'peñita del café' ya ha llegado al bar.Aunque ese día se congregan seis, en verano llegan a juntarse 15. «Montamos juerga cuando nos apetece y los maridos no nos dicen nada», bromean mientras explican que el origen de estas quedadas está en que «una empezó a venir y después otra y poco a poco nos fuimos juntando». Nos sentamos con ellas a tomar algo y cada una va desgranando su relación con el pueblo. Bienvenida Cano es de Santervás pero lleva allí ya 35 años, y Marisi Oteo es «de aquí de toda la vida y espero seguir. No sé un lugar donde se esté mejor». Elisa González vive en Barcelona pero regresa a su localidad natal seis meses al año, «por la suerte de pinos», dicen con guasa sus amigas. Cree que la asistencia sanitaria debe mejorar, no por la preparación de los profesionales, sino por las dificultades para los pacientes. Comienzan a hablar sobre el tema, sobre la distancia que puede haber a un centro de salud en las grandes ciudades. Azucena Gómez de Pablo también marchó a vivir a Madrid y después a Santander pero, como están jubilados, en cuanto pueden, vuelven al pueblo. A todas ellas les gustan las fiestas y tienen mucha devoción al Cristo, porque lo han «mamado». Ella desde la cocina ve la ermita y se acuerda mucho de su madre.

Ludi de Pablo se fue con la familia a vivir a San Sebastián hace 55 años («¡Qué viejas somos!», dice a colación) y ahora viene todo lo que puede porque no ha olvidado sus orígenes. Allí salieron adelante, aunque no con pocas dificultades, y ella y sus hermanos se casaron con gente de allí. Por último, toma la palabra en la terraza del bar Maruja Peñaranda, de Espeja de San Marcelino (este fin de semana irá a la fiesta). «Llevo aquí ya 42 años. Estuve en Barcelona pero, como no me gustaba y ya tenía novio (hoy su marido), me vine para acá y me han acogido muy bien», expresa ante este grupo tan unido y divertido que en poco se creará en WhatsApp para estar más en contacto. «Hablamos de todo, lo que pasa en el mundo, la guerra, los precios, los casos de asesinatos a mujeres...». Además, se implican mucho en la organización de actividades. Lo que sí quieren destacar es el cumplimiento «a rajatabla» durante la pandemia de las medidas anticovid.

En Santa María se pinga el mayo, aunque cada vez con menos jóvenes. En agosto es la Semana Cultural (habrá exposición de setas de Montes de Soria y a ver si desde la asociación se animan a hacer teatro), y en septiembre son las fiestas del Santo Cristo de Miranda, que se retoman este año y «ya está todo contratado». Hay pelota a mano, procesión, juegos populares... y se termina con una concurrida caldereta en el parque del Cubillo. Allí, vemos que hay barbacoas para cocinar a la brasa y el alcalde avanza que se van a instalar nuevos juegos infantiles. Allí conversan Alberto Parmo y Leandro de Miguel, quien ensalza lo bien que se vive en los pueblos, aunque lamenta la falta de apoyos para que haya relevo en la agricultura. «Quien hoy no tenga 20 hectáreas no puede vivir del campo», apunta haciendo referencia también al peligro de los lobos para el ganado y al herbicida que se aplica al barbecho.

Julio Sebastián nos saluda desde su casa, a la que regresó tras vivir en Bilbao. «Es donde mejor se está, así de claro», apunta este apasionado del monte y la micología que no echa nada de menos de la gran ciudad.

pinos y sabinas DESDE LA ERMITA

Santa María de las Hoyas es un término muy extenso, con unas 4.900 hectáreas, que se contempla de maravilla desde la ermita del Cristo de Miranda, a la que se llega por una pista y es zona habitual de paseo para contemplar también los domos creados por Josué de Miguel. El alcalde muestra la sierra, el Portillo Vicente, la Posada y las Praderas... entre otros puntos. Como novedad, este templo se va a arreglar con las aportaciones de los vecinos. Con Planes Provinciales se hará el tejado del ayuntamiento, donde también se pondrá piedra en la original fachada. También se reparará el frontón, porque «hay mucha afición».

Desde allí, el alcalde nos indica la zona de pinar y de sabina, los campos de labor y los caminos a Fuentearmegil y Ucero (dentro del parque del Cañón), más accesibles ahora. Hacen suertes de pinos y también se reparte entre los empadronados lo que se saca de la venta de madera de enebro. Un arroyo rodea el pueblo y también hay varias huertas en las que hay varios vecinos regando y ya se pueden ver los jugosos resultados. En la travesía hay dos badenes recién instalados, porque pasa bastante tráfico de camiones por la SO-930. Y, los santamaríos y muñecanos, tienen «buen coto».