Editorial

El sector turístico precisa una hoja de ruta para gestionar su éxito

-

Urge abrir una reflexión sobre cómo gobernar los episodios de saturación en algunos destinos que bordean sus límites de capacidad

El sector turístico nacional desembarca en la Feria Internacional de Turismo (Fitur), su gran cita anual que inauguraron los Reyes ayer en Madrid, tras haberse confirmado una vez más como locomotora clave de la economía española y sin indicios en el horizonte inmediato de que vaya a echarse el freno. Si el PIB creció el año pasado un 2,4% -el doble de lo previsto-, se debe especialmente al excelente comportamiento del turismo. Los más de 84 millones de viajeros que llegaron a España en 2023 o los 2,9 millones de afiliados a la Seguridad Social vinculados a actividades turísticas son datos que ratifican récord tras récord de negocio y de empleo, y anticipan que este año la expansión continuará. Tras los confinamientos y las restricciones a la movilidad por la pandemia, la mayoría hemos puesto el deseo de viajar en lo más alto de la lista de nuestras prioridades. Ese eufórico efecto, rebote ha logrado también contrarrestar los pronósticos más reservados y temerosos por la disparada inflación, las subidas de tipos, los conflictos armados en Ucrania y Oriente Próximo o el estancamiento económico en mercados emisores clave.

Ante tan persistente y consistente éxito, el principal riesgo que afronta el sector es que se descuiden o desdeñen amenazas en ciernes. Cada vez son más las voces que advierten de que los ritmos de crecimiento alcanzados no son sostenibles por mucho más tiempo y que urge abrir una reflexión sobre cómo gobernar los episodios de saturación en algunos destinos que bordean sus límites de capacidad y cada vez provocan más contestación social. La masificación no solo puede acabar arruinando la experiencia al visitante, sobre todo puede soliviantar a la población local contra los constatados efectos de gentrificación de su entorno. Las empresas turísticas, que no esconden sus temores a la posibilidad de morir de éxito, deben asumir que son las primeras interesadas en la sostenibilidad del modelo.

El turismo del futuro ha de ser responsable con la economía local, con los residentes y tiene que medirse de otra manera. El impacto económico debe primar al número de viajes o pernoctaciones. Hacer compatible el turismo con la sostenibilidad social pasa por buscar un equilibrio cuantitativo y cualitativo y no depender tanto de la afluencia como del gasto que realizan los visitantes. Para ello es imprescindible establecer una hoja de ruta que ahora apenas está esbozada. Y así se antoja complicado acelerar la transformación del turismo hacia un modelo que garantice en el futuro más próximo la sostenibilidad social y económica, impulse la competitividad y ahuyente cualquier fantasma amenazante del principal pilar económico de España.