El año, Año del Perro chino (ya se sabe, hombres sobre todo honestos), comenzó con las noticias golfas de un antiguo policía, el siniestro Villarejo que ya movía el rabo por entonces. Había sido detenido un año antes y juró venganza. Lo grababa todo el tipo. Una confesión personal: un día se llegó hasta mi despacho periodístico con esta oferta: «Yo te proporciono información de la buena y tú me das protección». El cronista le mandó a paseo. Luego supe que me había espiado. Lo que hizo con todo el que, equivocadamente, transigía en reunirse con él. Por ejemplo, María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP. Sometió a la política a sucesivos chantajes para vender -literalmente vender- las supuestas vergüenzas de ese partido que luego, curiosamente, sirvieron para que la parte menos amable con la derecha de la Audiencia Nacional y un juez especialmente izquierdista construyeran un alegato contra la «corrupción generalizada de Rajoy y todo su partido». La cosa fue engordando al tiempo que el jefe de la oposición, el aspirante a todo Pedro Sánchez fue construyendo una operación de derribo que, por sorpresa, gracias a la variabilidad del PNV, culminó el 1 de junio con una moción de censura que terminó con lo huesos políticos de Rajoy fuera de la Moncloa y, en contraposición, con los de Sánchez en el Palacio donde, por cierto, cambió hasta los colchones, exigencia de su señora. Edificó el denominado Gobierno bonito con más féminas que varones y en días, el invento le estalló en la mano porque dos de sus ministros, él, Cultura, y ella, Sanidad, tuvieron que dimitir porque Hacienda les había cogido con las manos fiscales en la masa. No pasó nada; con la izquierda casi nunca pasa nada.
Pero alrededor de Sánchez engordaba por momentos, y en gravedad, la cuestión catalana. Unos cuantos recuerdos: dimisión del presidente de la Generalidad, Artur Más, inventor y gestor del primer proces; fracasada investidura del sucesor, nada menos que Carles Puigdemont como sucesor, el presidente del Parlamento Catalán le propuso pero el Tribunal Constitucional, que entonces era pero que muy serio, impidió la jugada, «Nadie -sentenció- puede ser elegido a distancia»; el juez Llarena, héroe español de la Judicatura, encerró en prisión al sucesor del sucesor, el vanidoso insoportable Turull; y éste, la antigua presidente de la cámara autonómica y otros tres exconsejeros de la Generalidad ingresaron en prisión donde acudieron al trullo como epígonos de la resistencia antiespañola; finalmente, y por hacerlo corto, Puigdemont empezó a viajar por Europa, alcanzó Dinamarca en un movimiento perfectamente pensado y desde allí, ingresó en Alemania, en un pequeño estado del antiguo Este que también llevó al trullo al forajido, pero duró ahí poco tiempo, el necesario, desde luego, para que una buena parte de España se preguntara: «Pero ¿tampoco esta vez, el Centro Nacional de Inteligencia se ha enterado de nada». Pues, como diría el ya registrador de la Propiedad, Mariano Rajoy: «¿O si?».
España por entonces y como tantos otros años atras era realmente un presidio abierto. La gente contemplaba como políticos, antaño reputados de eficientes y honrados, eran llevados al calabozo. Políticos y hasta familiares del Rey. El Caso Noos, edificado sobre un ominoso tráfico de influencias, término, como hemos contado, con el «Veleta» (calificación de su exsuegro) Urdangarín. En Andalucía ya se conoció entonces lo que todo el mundo musitaba en las tabernas: que el PSOE, la UGT y sus aledaños, había distraído nada menos que 680 millones de euros. Los expresidentes Chaves y Griñán aparecieron como los capos de aquella banda mafiosa que saqueó la Junta de Andalucía; están inhabilitados. Pero ambos, por distintas razones, han evitado la cárcel. Por la derecha, dos antiguos ministros, uno vicepresidente del Gobierno, Rodrigo Rato, el otro, portavoz de Consejo, Eduardo Zaplana, fueron metidos entre rejas. El primero a causa del escándalo de las tarjetas black, unos pasaportes financieros que los consejeros de Caja Madrid y luego Bankia, utilizaban en algún caso hasta para comprar bragas a su amante. Zaplana, que aún espera juicio acusado de todos los delitos posibles, vivió en su celda ocho meses mientras le consumía la leucemia, al final fue liberado.
Y entre las irregularidades que conocía el país y no daba mucho crédito estaba la del recién presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, acusado por doquier de haber plagiado su propia tesis doctoral. La verdad es que era una chapuza con más copia que la de un antiguo escolar de Bachillerato. No perdió el porte Sánchez: mandó a sus acólitos a negar las acusaciones y acrisoló una disculpa: «La derecha fascista no acepta haber perdido el poder y vienen a por nosotros». Hizo, como siempre, categoría de sí mismo. Y eso sí, ingeniaba maniobras de distracción porque sabido es que la mejor defensa es un buen ataque. ¿Qué ataque? Pues desenterrar a Franco. Les sacaron del Valle de los Caídos en una exhibición política televisada en directo donde lo único que faltó fue enseñar al público en general los pellejos del El Caudillo. Desde luego, nadie como los socialistas para organizar espectáculos públicos.
Y mientras, el PP seguía peleándose en una riña verdulera que estuvo a punto de terminar con el partido extramuros de la política. Ya dimitido Rajoy, la que fue su poderosa vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, se declaró con ganas, historia y valores para aspirar a la Presidencia de la organización. La que fue su rival en el Gobierno destronado, Cospedal, salió entonces a la palestra: «Si ésta va, yo también», y encima surgió un tercero, el casi púber Pablo Casado. Un auténtico festival. Al parecer, Casado le había pedido al presidente de la Xunta de Galicia, Núñez Feijóo que se bajara a Madrid pero éste respondió claramente: «Aún no es mi momento», así que del enfrentamientos entre las dos abogadas del Estado, se estableció la candidatura del antiguo prócer de las Juventudes Populares que, contra todas las luces de la razón, ganó el envite. Del resto de su vida política ya saben todos ustedes lo más sobresaliente. Duró, ese es el resumen, lo que un caramelo a la puerta de una escuela.
Al tiempo, Pablo Iglesias se hizo con la primogenitura de los comunistas leninistas de Podemos, otro recién llegado, el chaval Rivera, rompió su inicial acuerdo con el PSOE e hizo imposible un Gobierno de centro-izquierda, los robaperas de la Gürtel, «correa» en español, el propio apellidado así y el tesorero del PP, Bárcenas, también se fueron a comer y dormir a la cárcel, y, de pronto, pero por un tiempecito corto, el jefe de ETA, Josu Ternera, fue detenido en el pequeño pueblo francés de Cambo-les-Bains.
¡Ah¡ se me olvidaba: la presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes tuvo que entregar su bastón: la habían grabado un video llevándose de una estantería no se qué colonias y cremas.
España olía definitivamente mal en ese año en el que, por cierto, se nos marchó una grande en Barcelona, la cantante lírica Montserrat Caballé, la reina de la ópera, y en Madrid la princesa de los boleros, María Dolores Pradera. Y el humorista gráfica Forges, una de cuyas últimas historietas llevaba esta leyenda en boca de uno de sus personajes preferidos: «No se si voy a aguantar este sarao». Él, no lo aguantó.