Son muchas las cosas que están cambiando en España y no todas para bien. En la rueda de prensa en la que el presidente del Gobierno se dignaba responder a los preguntas de los periodistas tras semanas de silencio pudimos observar que Pedro Sánchez ha optado por negar la evidencia de sus múltiples contradicciones y lo hace sin el menor recato. Su defensa del nombramiento de Dolores Delgado, hasta antes de ayer ministra de Justicia, como nueva Fiscal General del Estado rozó cotas de cinismo inquietantes.
Por no hablar del anuncio de su intención de reunirse con Quim Torra a sabiendas de que ha sido inhabilitado por la Junta Electoral Central por el caso de los lazos amarillos. Sánchez que le debe la Presidencia tanto al pacto con Podemos como a la abstención de ERC en la votación de investidura está empezando a pagar el peaje acordado con los separatistas y para ello necesita trasladar a ése mundo el mensaje de que está dispuesto a iniciar las maniobras para atender el requerimiento de "desjudicializar" el "procés". Por eso va a colocar al frente de la Fiscalía a una persona que vibra en su misma longitud de onda. Atiende las exigencias de los separatistas por partida doble: primero hablará con Torra para evitar que convoque elecciones antes de su aplazada desaparición del escenario político catalán -la demora favorece los planes de ERC- y por otra consigue que el PSC vote en el "Parlament" con los independentistas.
Sánchez actúa ya sin disimulo y tiene en Pablo Iglesias un socio dispuesto a imitarle en su desparpajo a la hora de saltar por encima de cuanto venía diciendo hasta la fecha. El líder de Podemos y flamante vicepresidente del Gobierno ha pasado de pedir la reprobación de Dolores Delgado como ministra de Justicia por el asunto de las grabaciones del ex comisario Villarejo (en prisión preventiva acusado de diversos delitos) a defender con cinismo el nombramiento como futura titular de la Fiscalía General del Estado.
Sánchez e Iglesias dicen hoy lo que negaban ayer y lo hacen con naturalidad. A sabiendas de que en ésta etapa de la vida española no decir la verdad o defender lo contrario de lo que se había prometido a los confiados electores no tiene consecuencias políticas. Tienen el poder y lo van exprimir hasta el final. Si alguien tiene alguna duda acerca de cuánto va a durar la cosa, que tome nota. Sánchez ha contado los días: doscientas semanas, mil cuatrocientos días. De momento. Después, ya veremos. Vista la desunión de la oposición, podrían ser otros mil más.