Editorial

La carestía de la vida no parece frenar el desembolso de las comuniones

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Es habitual escuchar quejas de los progenitores en relación al enorme gasto económico que les supone la primera comunión de su hijo y, en algunos casos, tener que lamentar incumplimientos respecto a lo contratado, cambios de última hora o decepciones. Por eso la Unión de Consumidores repite sus recomendaciones de todos los años por estas fechas: consultar precios, comprar cada cosa allí donde sea más barata, sin dejarse influenciar demasiado por la publicidad y dejar un contrato y un presupuesto cerrado por escrito. Será triste tener que reclamar, dado que todo el mundo quiere que las cosas salgan como espera, pero peor será no tener un documento en el que se reflejen todos los pormenores y que sirva precisamente para exigir o denunciar.

Bien mirado, habría razones de peso para que no fuera necesario caer en estas quejas y problemas; la primera de ellas, sin duda ninguna, que al tratarse de un sacramento de la Iglesia Católica, lo fundamental es su significado espiritual tanto para quien tomar la primera comunión como para sus familiares y para la comunidad parroquial de la que forman parte. Es decir, bastaría con darle el mayor de los protagonismos a la ceremonia religiosa en sí misma y, si acaso, celebrarlo con los más allegados con alegría pero sin grandes dispendios. La segunda, más acusada en esta ocasión que en otras, la carestía de la vida, que desaconseja gastos fuera del ajustado presupuesto doméstico para no añadir nuevos efectos negativos a los derivados de la subida de la energía, los suministros y los productos básicos. Unidas ambas razones serían más que suficientes para apostar por un ejercicio de contención. Pero, resulta, que desde hace muchos años, esa primera comunión se ha convertido en un evento social, muy parecido a una boda, en el que al círculo familiar más cercano se han ido uniendo otros parientes y amigos, con lo que ya no se piensa en un aperitivo o una merienda sencillos, sino en una comida de menú completo y específico. Esto unido al traje del comulgando y a los de sus padres y hermanos, a los regalos. al servicio fotográfico, a los detalles para los invitados y a otros añadidos, como animación infantil o photocall, eleva el coste final por encima de los 3.400 euros.

Son los datos del informe de la Unión de Consumidores, siempre apuntando a costes medios, ya que naturalmente no todos se gastarán esas cantidades y los habrá que desembolsen un presupuesto mayor. El tiempo de las restricciones de la pandemia ha terminado y todas las ceremonias comunitarias han vuelto a adquirir ese carácter social de reencuentro, pero habría que valorar más a fondo las consecuencias en las cuentas familiares. O, en todo caso, tener en mente los consejos.