Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Un toque de atención muy serio

20/09/2023

Temo que en La Moncloa no hacen sino recibir toques de atención. Hace un día fue desde la CEOE, cuyo presidente, Antonio Garamendi, fue muy tajante al decir 'no' a la amnistía. Este martes, voces europeas hicieron oír su extrañeza sobre cómo está gestionando, tan forzadamente, el Gobierno español el proceso de 'su' investidura. Este miércoles, es de sospechar que el inquilino del palacio presidencial recibirá una nueva andanada procedente de los dos líderes socialistas del 'balcón del Palace', aquella fotografía de Alfonso Guerra y Felipe González, victoriosos tras la jornada electoral del 28 de octubre de 1982. Cuarenta años se cumplieron de aquello hace apenas once meses, cuando todo eran celebraciones unitarias, aunque ya con reticencias, en la familia del PSOE. Hoy nada de eso se parece a la realidad que palpamos. Todo, todo, ha cambiado en menos de un año.
Porque este miércoles, en el Ateneo madrileño, González acude a la presentación del último libro de Guerra, un acontecimiento que se ha convertido en un 'boom' político de primer orden, mucho más que en un acontecimiento literario. Los dos 'refundadores' del socialismo moderno en Suresnes, que inauguraron hace cuatro décadas un largo período, trece años, de Gobierno transformador socialdemócrata, se han convertido en la peor oposición -más que la del PP y Vox, si a eso que se ha dado en llamar, y que yo utilizo para nada peyorativamente, 'el sanchismo'. Y con ellos estará un nutrido grupo de las personas que con ellos formaron sucesivos gobiernos, y también en los tiempos de Rodríguez Zapatero.
O sea, que ese 'sanchismo' ha roto de hecho con los viejos tiempos, especialmente en la última deriva, la de la 'conquista de la investidura gracias a Puigdemont'. Quienes gobernaron entre 1982 y 1996, creo que sin excepciones, y los que lo hicieron entre 1984 y 1992, con apenas la excepción conocida de Zapatero, se muestran abiertamente, ya sin demasiado recato, en contra de los planes de Pedro Sánchez y me cuentan que un grupo de ellos prepara una auténtica ofensiva jurídica y política para denunciar públicamente un estado de cosas que, me dijo ayer uno de ellos, les parece "peligroso" para la estabilidad de la nación. "No se respetan las líneas rojas de la Constitución ni de las leyes, ni la ética ni la estética políticas", se lamenta. "Que no actúen en nombre de nuestro patido, que es nuestro nombre", concluyó.
Creo que, en mi dedicación de historiador de los avatares del socialismo, no he conocido un riesgo de ruptura del partido fundado por Pablo Iglesias Posse como este. Ni siquiera lo de Indalecio Prieto y Largo Caballero, en muy otras circunstancias. Ni lo de Suresnes frente a Llopis, a la salida del franquismo. Ni la dialéctica Almunia-Borrell. Ni la de Bono-Zapatero. Ni la de Rubalcaba-Chacón, con ser esta última especialmente dolorosa por muchos motivos. Ni siquiera la que propició Pedro Sánchez en 2016 frente a la hoy desaparecida Susana Díaz, apoyada por todo el 'aparato' y derrotada en primarias por una militancia que, hoy, si fuese consultada, hay que reconocer que volvería a apoyar, aunque no de manera unánime, a Sánchez en sus equilibrios para llegar a aprobar una aministía.
Lo que pueda ocurrir, por mucha prudencia que sus protagonistas le echen, en el acto de este miércoles ha de hacer meditar a los sumisos dirigentes de Ferraz, a los excesivamente seguidistas del comité federal y, desde luego, al 'equipo pensante' en La Moncloa, acerca de que el actual rumbo no puede seguir. Sé que Pedro Sánchez está recibiendo avisos, de muy diversas partes y afinidades, en este sentido. El desgaste ante la ciudadanía, que se expresa suficientemente en las encuestas que manejan los círculos gubernamentales, es patente. Solamente la inexistencia de una oposición unida y con un guión bien trazado explica que el edificio levantado por Sánchez no se haya desmoronado. Pero ese peligro sigue: tensar la cuerda, que es la especialidad más reconocida del presidente, supone el riesgo constante de que se rompa. Y por el lado del partido fundado hace 144 años ese riesgo empieza a ser muy, muy serio, digan lo que digan los trompeteros.