La segunda vida de la estación de Martialay

A.P.L.
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Marta Herrero y José Miguel Altelarrea van a dar un nuevo uso a este apartadero que formó parte de la línea férrea Santander-Mediterráneo

La segunda vida de la estación de Martialay - Foto: E.G.M

Hasta el desmantelamiento de la línea Santander-Mediterráneo hace casi 40 años, el apartadero de Martialay era punto de encuentro de los vecinos de la zona que acudían a despedir y recibir viajeros. La estación, testigo del cierre de la línea férrea como efecto de la despoblación, consta de dos edificios pintados de blanco, de una única planta y tejado a dos aguas y aún conserva el letrero de parada en azulejo azul. Actualmente, por este punto pasa el Camino Natural en su tramo Valcorba-Ciria y se ha instalado un área de descanso para que ciclistas y senderistas puedan parar y reponer fuerzas.

Al conocer por los medios que Adif ponía el alquiler esta estación tan singular y de casi un siglo de antigüedad, Marta Herrero y José Miguel Altelarrea recuperaron los planes que siempre habían tenido de poner en marcha un negocio rural, sobre todo porque vivían en Madrid, y presentaron un proyecto que fue seleccionado para la adjudicación por 14 años. Ahora se centran en la reforma, con la intención de poder abrirlo en verano y recibir a los primeros huéspedes. Les fascinó la estética de este lugar, con elementos tan característicos como las agujas (que el ayuntamiento colocará en la plaza), las taquillas y la gloria. El edificio se ha conservado con el tiempo, gracias a que desde que cerró la línea fue una vivienda de vacaciones de la familia de un ferroviario y una hija del pueblo hasta la pandemia. Pero, aún así, tienen que hacer bastantes reformas: el tejado, el aislamiento, la carpintería, la tabiquería, el sistema de seguridad... y hasta la vegetación del terreno. «La idea es que se pueda contemplar el paisaje a través de las cristaleras, porque es una maravilla», comentan ilusionados con el proyecto.

Marta Herrero destaca el apoyo que se les ha prestado en Martialay, un pueblo con mucha vida, y el cariño que tienen los vecinos a su estación y al tren que un día les unió con otros lugares. Cuando funcionaba, allí vivía el revisor con sus hijos y después la citada familia. Como la madre había sido maestra, acudían muchos niños allí a realizar actividades y vecinos a pasar ratos amenos junto a la vía por la que pasó un día el tren.