Jesús Bachiller

Jesús Bachiller


La apasionante aventura de escuchar al que no opina como tú

26/05/2023

No corren buenos tiempos para las relaciones personales. El desarrollo de la tecnología nos mantiene cada vez más tiempo aislados frente al ordenador, el móvil o la Tablet. Las relaciones se enervan cuando aparecen diferencias de opinión en ciertos temas. Algunos hablan de líneas rojas a la hora de establecer vínculos con según qué ideas. El problema es dónde poner el límite. Los contenidos políticos se evitan en ciertas reuniones, crean conflictos en las familias y hasta resultan un tema tabú en algunas comunidades donde el debate queda polarizado por algún motivo concreto. A veces el diálogo se despacha con un «no opino como tú», cerrando toda posibilidad de debatir y argumentar. En los parlamentos o en muchas reuniones son habituales los comportamientos descorteses con el interviniente, al que no se le escucha o se abandona en masa el hemiciclo cuando es el representante de un determinado partido.
Es en el ámbito político precisamente donde las relaciones se hacen más difíciles, contaminadas por un clima enrarecido en la actual situación de crisis de las democracias occidentales. España no es una excepción. A la fragmentación política, que ha tensionado la actividad pública, se añade la complejidad territorial, forjada por distintas identidades históricas y sentimientos de discriminación social y económica, que generan un parlamento cada vez más atomizado y complejo en el que es difícil conciliar los intereses ideológicos con las demandas territoriales. Sin embargo, escuchar al que piensa distinto y desplegar ciertas dosis de generosidad es fundamental para construir la democracia y alcanzar consensos en torno a los grandes temas de estado. Vivimos en la época de 'mi verdad', escribía recientemente John Carlin, que descarta cualquier verdad objetiva al margen de sus deseos o intereses inmediatos. La deriva es peligrosa porque cuando la imposición se antepone a los argumentos, la intolerancia a la comprensión, cuando los sentimientos sustituyen a la razón y mi verdad trata de imponerse a la verdad entonces la democracia se torna frágil y puede ponerse en peligro. Por eso, tiene sentido reivindicar la sana costumbre de escuchar al que no opina como tú. En los debates no todo es blanco o negro, sino que la realidad admite grises, matices, contextos diferentes que permiten el diálogo, el debate y la consecución de acuerdos.
Algunas encuestas indagan en la relación que existe entre el medio de comunicación por el que te informas y el partido al que votas. Y revelan bastantes analogías. Frente a la fidelidad absoluta a una red social, a una cadena de radio o de televisión, es un ejercicio muy sano, y hay que ponerlo en valor, cambiar de cadena y descubrir una nueva versión de la realidad. Es una costumbre fascinante escuchar otros puntos de vista, averiguar los temas que tratan cada medio, cuál es su línea editorial, la diversidad de sus tertulianos, la veracidad y la coherencia en el análisis de los hechos, como tratan a los distintos partidos. Encontrar, en definitiva, un mundo nuevo del que obtener más elementos de juicio para formarte una opinión.
Por desgracia, la política actual tiende a manejar todos los instrumentos posibles para atender los intereses políticos partidistas. Cada vez recibimos más titulares y noticias efectistas para crearnos alarma. Las opiniones o los debates se dedican a descalificar al otro, a amplificar todo lo posible sus medidas equivocadas; a menudo, se pierden en exageraciones, medias verdades y acusaciones gruesas que no tienen en cuenta el contexto político y/o económico en el que se produjeron. Tampoco el marco competencial en el que tuvieron que tomarse. Tratar de entender la realidad, establecer comparaciones entre unos entornos y otros, consultar distintos medios es un ejercicio saludable para conseguir una valoración más objetiva de las distintas situaciones en las que se producen las decisiones y a qué objetivos responden. Un ejercicio recomendable, máxime en legislaturas tan crispadas como la actual. La desinformación, el alejamiento de la política hace a la sociedad más vulnerable a los populismos, aquellos que ofrecen soluciones fáciles, cuando no insostenibles, a problemas complejos.